Por: Christopher Domínguez Michael
Con la muerte de Bolívar Echeverría la cultura mexicana pierde a un querido profesor universitario, a un verdadero erudito del marxismo que antepuso la sofisticación filosófica a la vulgaridad de los panfletos y de las opiniones fáciles, a un consecuente hombre de ideas enriquecido cotidianamente por el diálogo, a uno de nuestros lectores más sagaces y silenciosos.
Lo imagino leyendo en silencio, absorto en descifrar un tiempo que le angustiaba y le maravillaba. Enterado de la noticia de su muerte no he podido sino releer sus páginas sobre el homo legens, sobre el secreto de la fascinación de la lectura, en Vuelta de siglo (2006), la más reciente reunión de sus ensayos. Como es natural, en muchas cosas, quizá en la mayoría, yo, que sólo fui su lector, no coincidía con Él, un romántico a la alemana empeñado en salvar, por su poesía intelectual, al marxismo. Pero he revivido el absoluto interés que me causó, en ese mismo libro, su ensayo sobre la polémica entre FranÁois Furet y Ernst Nolte sobre la relación entre el comunismo staliniano y la Alemania nazi, o su iluminador ensayo, tan plástico, sobre Octavio Paz y El laberinto de la soledad.
Nacido en Riobamba, Ecuador, en 1941, Echeverría llegó a México, para quedarse, en los años setenta. Venía del Berlín de Rudi Dutschke, concilió allá el estudio de Heidegger con su pasión por Guevara y entre nosotros dictó cátedra sobre El Capital de Marx, sobre el Barroco, sobre Walter Benjamín, el ángel de la historia a quien él, digámoslo así sin temor a ofender la memoria del materialista histórico, se encomendó. No puedo sino citar, en su honor, una de las Tesis de filosofía de la historia, de Benjamín, a las cuales Bolívar Echeverría les dedicó tantas horas de apasionada exégesis: “El cronista que narra los acontecimientos sin distinción entre los grandes y los pequeños, da cuenta de una verdad: que nada de lo que una vez haya acontecido ha de darse por perdido para la historia. Por cierto, que sólo a la humanidad redimida le cabe por completo en suerte su pasado. Lo cual quiere decir: sólo para la humanidad redimida se ha hecho su pasado citable en cada uno de sus momentos. Cada uno de los instantes vividos se convierte en una citation á l´ordre du jour, pero precisamente del día final.”
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