Por: Raquel Serur
Agradezco al presidente del Consejo Nacional de Educación superior, al señor Gustavo Vega, su invitación para poder estar aquí presente en este homenaje tan sentido a tres personalidades del pensamiento universal en diferentes latitudes del mundo: Bolívar Echeverría, Carlos Monsiváis y José Saramago. Cada uno de ellos intentó mostrar, con miradas y capacidades diferentes, el deterioro de la vida de la mayoría de las personas que en occidente viven bajo el sistema de producción capitalista. Sus armas eran distintas aunque su intención fuera similar. Monsiváis cultivó la memoria para no olvidar un sólo detalle de la historia de México y mostrar, con humor e ironía, el rumbo equivocado y autodestructivo en el que se encaminaba México desde una fecha negra en su historia: la del 68 con la masacre de su juventud pensante. Saramago recurrió a la ficción, usando una metáfora suya, ver la ceguera imperante en las personas a quienes les tocó vivir las postrimerías del capitalismo. La apuesta de Bolívar Echeverría es quizá la más ambiciosa de las tres aunque no necesariamente la más escuchada ni mucho menos la más leída. Bolívar abandona Quito, no como muchos jóvenes que en la actualidad huyen de una situación económica difícil, sino para prepararse para un mejor entendimiento de su país y del ser latinoamericano en general. Él, a sus 19 años, sabía que quería dedicarse a la filosofía, y más tarde a la filosofía marxista, para comprender de mejor manera ciertas formas de comportamiento económico, político y social que se dan bajo un mismo territorio: América Latina.
Curiosamente, en la Alemania que le toca vivir, prefigura el 68 francés con un intenso movimiento estudiantil, la preocupación por América Latina, está presente en sus compañeros de la Freie Universitaet en Berlín para quienes Bolívar fue un faro de luz por su inteligencia y sencillez. Jóvenes inteligentísimos y bien preparados revolucionaron la universidad alemana introduciendo discusiones y textos impensables para la estructura autoritaria alemana de entonces. Años después, Horst Kurnitsky y Bernd Rabehl, sus camaradas, se alejaron de la academia y de sus ideales de juventud; a Rudi el rojo, lo silenció la bala de un fascista alemán; Bolívar dedicó su vida a explicar, a través de su lectura de Marx, las claves para la comprensión del comportamiento del capital y a dilucidar los distintos momentos de la modernidad capitalista que nos permiten entender los porqués de la modernidad, especialmente en América Latina.
En el gran mural que es su obra, es importante notar que cada escrito, forma parte de una reflexión mayor, donde cada pieza es importante para que se pueda ver claramente el paisaje teórico, su gran aportación al discurso crítico. Entre un escrito y otro hay vasos comunicantes que se nutren entre sí y colaboran a clarificar el todo que es su obra. Obsesivamente, con una disciplina férrea, alejándose de todo aquello que lo desviara de su propósito, llámese persecución de la fama o del dinero o de la política, Bolívar construyó todo un corpus que no se limita a su trabajo escrito sino al sinnúmero de cursos y conferencias que generosamente dio en la UNAM en México y en muchas otras partes del mundo. Muchos son los discípulos que lo siguen y multiplican su voz o al menos tratan de hacerlo.
Como reza el testimonio de uno de ellos, David Moreno quien dice:
“Cuando Bolívar llegó a Economía había un grupo grande de personas que estábamos intentando leer El Capital de Marx de forma no dogmática, ajena al bloque del este y las discusiones eran eternas pues en la exégesis unos decían: “lo que Marx quiso decir es esto”. “No, lo que Marx quiso decir es esto otro” y así, hasta el infinito, la discusión giraba en círculos concéntricos que no llevaban a ningún lado. Es en este contexto, nos dice, que Bolívar inicia su seminario de El Capital y comienza su legendaria y rigurosísima lectura del texto de Marx. Nos dejó a todos boquiabiertos con su interpretación y claridad en la exposición. Desde entonces, lo seguimos, lo grabamos y casi se podría decir que lo venerábamos aunque nunca quiso establecer un vínculo con nosotros fuera del salón de clase.”
Seguramente la recepción que tuvo en Economía su lectura de El capital de Marx lo llevó a intentar plasmar por escrito algunas de sus reflexiones de donde surge su primer libro: El discurso crítico de Marx.
La escritura de Bolívar, muy influenciada por el estilo filosófico de lengua alemana, es rigurosa, apretada y difícil, porque exige abiertas todas las capacidades del lector. Presupone una cultura filosófica, histórica, artística, semiótica y literaria que no siempre se tiene. Sin embargo, gracias a la lógica impecable de su exposición, Bolívar abre puertas y, aunque no se posean los conocimientos requeridos, el lector puede acceder a ciertos núcleos medulares de su reflexión que iluminan de una manera certera la comprensión de fenómenos relacionados con la modernidad en su versión capitalista. Me gustaría a manera de ejemplo, citar algunos pasajes de uno de sus últimos textos a propósito del bicentenario y que tituló:
“Doscientos años de fatalidad”
Suave Patria, vendedora de chía:
quiero raptarte en la cuaresma opaca,
sobre un garañón, y con matraca,
entre los tiros de la policía.
R. López Velarde, La suave patria
No falta ironía en el hecho de que las repúblicas nacionales que se erigieron en el siglo XIX en América Latina terminaran por comportarse muy a pesar suyo precisamente de acuerdo a un modelo que declaraban detestar, de su modernidad barroca, configurada en el continente americano durante los siglos XVII y XVIII-. Pretendiendo “modernizarse”, es decir, obedeciendo a un claro afán de abandonar el modelo propio y adoptar uno exitoso –si no el anglosajón al menos el de la modernidad proveniente de Francia e impuesto en la península ibérica por el Despotismo Ilustrado-, las capas poderosas de las sociedades latinoamericanas se vieron compelidas a construir repúblicas o estados nacionales que no eran, como ellas lo querían, copias o imitaciones de los estados capitalistas europeos; que debieron ser otra cosa: representaciones, versiones teatrales, repeticiones miméticas de los mismos; edificios en los que, de manera barroca, lo imaginario tiende a ponerse en el lugar de lo real.
En sus intentos de seguir, copiar o imitar el productivismo capitalista se topaban otra vez con el gesto de rechazo de la “mano invisible del mercado”, que parecía tener el encargo de encontrar para esas empresas estatales de la América latina una ubicación especial dentro de la reproducción capitalista global.
En el mural de su pensamiento crítico este ensayo es una pieza del rompecabezas que se relaciona evidentemente con una pieza mayor que es su teoría del ethos barroco como un ethos definitorio de una cierta forma de comportamiento propia de América Latina. Para Bolívar, la cultura popular en la América Latina indígena y mestiza se las ingenia para crear ciertas formas de resistencia al capitalismo imperante en el mundo, resistencia que consiste en una forma de comportamiento barroco que privilegia el valor de uso a través de un recurso a la imaginación, a la teatralidad, a una puesta en escena, que suspende, aunque sea efímeramente, el funcionamiento del Capital y de sus leyes del mercado.