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El adiós entre “Polvo y Ceniza” y “el Rincón de los justos”

 

Por: Esthela García M.
Docente, Azogues (Ecuador)

Dos grandes escritores ecuatorianos de la actualidad, han cruzado el umbral de la eternidad en estos días:  Eliécer Cárdenas Espinoza, y Jorge Velasco Mackenzie, cañarense el primero, guayaquileño el segundo. Nos han dejado sus obras como el legado más valioso, porque sus  nombres se entrelazan con  la  literatura de trascendencia nacional e internacional. Sus obras reflejan realidades sociales en contextos diferentes, son gritos  que se alzan  para que hacer visible la injusticia, porque es importante conocer la historia para que no se repitan los escenarios más dolorosos en los que han vivido los menos favorecidos, los olvidados; representados en los protagonistas de las obras de estos dos insignes escritores,

Jorge Velasco Mackenzie, guayaquileño que retrató de forma vívida las costumbres de los barrios de Guayaquil, los personajes de sus obras salieron desde su vida profunda, de su mirada, su cotidianidad y sus tormentos. Sus obras tienen como impronta el mundo marginal y la cultura popular de la única ciudad en la que podría vivir. Se despidió de su amada ciudad de los manglares en el seno de  su familia, que lo abrazó hasta su ultimo aliento, luego de un par de meses de deterioro en su salud.  Los  círculos literarios y culturales del país, resienten su partida y rememoran su trayectoria,  para la posteridad.

Eliécer Cárdenas, el hombre de familia, narrador por excelencia, apasionado por la lucha social desde su espacio como periodista. Tuve la oportunidad de conocerlo personalmente en algunos eventos culturales en los que coincidimos,  por menos tiempo del que hubiera querido, casi nada.  Tenía una presencia imponente y su figura silenciosa emanaba erudición, generaba respeto.  De mirada profunda,  sonrisa tenue y semblante sereno.   Así lo conocí y lo pude ver en mi imaginación, deambulando por las páginas de los pueblos andinos de “Polvo y Ceniza” y “Háblanos Bolívar” que  son las dos obras que leí de él, prometiéndome que continuaría con  las demás, sin darme  el tiempo para disfrutar de tal privilegio, hasta ahora.

En muchas de las entrevistas que le hicieron, siempre mencionó que su pasión por la literatura fue casi innata, con la motivación de su madre  al ser maestra de escuela. Ella encendió esa chispa literaria en un niño pequeño con “Corazón”. Despertando tempranamente esa veta  artística,  que le acompañaría toda su vida, motivado también por las narraciones familiares que nutrieron su imaginación, construyendo de esta manera al insigne escritor cañarense que Cuenca adoptó como su hijo.

Fue un  hombre  sencillo y profundo, dueño de una ironía muy fina para delimitar una realidad política y social que no pocas veces le “cabreaba”.  Su figura crecerá con los años estoy segura, porque sus obras seguirán siendo referentes de una narrativa genial.

A saber, por comentarios de amigos muy cercanos del escritor, quienes lloran su partida, pero no dejan de ensalzar  su vida;  se fue como había querido, de un solo golpe y sin dolor, en el seno de su familia, con su esposa e hijas, quienes pretendieron   realizar sus honras fúnebres en la intimidad  familiar, pero  fue imposible porque Eliécer tenía mucha gente que lo quería, y que se dieron cita para despedirlo, poniendo a sus pies incontables arreglos de flores junto a otras manifestaciones de cariño y respeto. Pero llamó la atención la presencia sobre su cuerpo, una rosa roja, dos libros y su sombrero de paja toquilla, símbolos de la esencia de su vida,  que se fueron con él hacia su última morada.

El Ecuador ha perdido dos grandes, le queda como un deber nacional  mantener viva sus obras como el reflejo de nuestra identidad, de la riqueza cultural que tenemos, y que podemos saborear con la lectura de estos grandes, para que su palabra nunca  deje de crecer, porque mientras haya quien lea y hable de ellos,  seguirán entre nosotros.

Estos dos autores dejan su vida terrenal,  pero circundan la aurora infinita de la memoria colectiva y se vuelven luz con “Polvo y ceniza” porque se encuentran ahora en “El rincón de los Justos”  para que sepamos que desde hoy “Siempre se mira al cielo”  y podamos imaginarlos  cerca de “Una silla para Dios” porque los dos se encontraron en “La mejor edad para morir” tocando “Tambores para una canción perdida”.

 

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