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“Pasiones a la sombra del Kremlin”

El gran filósofo de la ciencia, Gastón de Bachelard, en uno de sus inolvidables libros, El sicoanálisis del fuego, mostró muy bien que, a despecho de las opiniones generalizadas y generalizadoras, los espíritus de la ciencia y de la poesía tenían una misma raíz común.

Dicho de otro modo, que por detrás del impulso creador del científico anida el mismo ímpetu que anima al poeta.

En dicha obra, Bachelard analizó muy bien el recorrido de uno de los problemas científicos que, en los siglos pasados, obsesionaron a la humanidad. Allí comprobó pues que las figuras y representaciones a las que aludían los científicos y precursores de la ciencia eran las mismas que, en cada momento histórico, utilizaban los poetas.

De manera que solo una cierta mentalidad enajenada y, en gran medida, enclaustrada en sí misma pudo, so protexto de la especialización extrema, mantener separado y fragmentado lo que de suyo es uno.

La lista de matemáticos y científicos que practicaron con pasión también el arte literario es muy larga. Pero bástenos recordar a Leonardo da Vinci, Goethe, y por cierto Lewis Carrol, autor al mismo tiempo de la primera lógica matemática y de Alicia en el país de las Maravillas o a Thomas Quincey el inventor de la Economía Política, o a Bertrand Russell el filósofo de esa obra fundamental “Principia Matemática”, que también hizo novelas, el enorme Ernesto Sábato, el autor de “Sobre héroes y tumbas” matemático y doctor en física nuclear o, más cercanamente a nosotros uno de los mayores poetas ecuatorianos Alfredo Gangotena, también matemático e ingeniero.

Y que decir de las artes en general como lo demostró el también violinista Eistein y tantos más. Por eso Editorial El Conejo saluda la actitud de la Escuela Politécnica Nacional que ha comprendido que la formación técnica y científica no tiene por qué renunciar a otros modos de expresión que redondean el ser integral humano que no tiene por qué fragmentarse.

El libro de Rodolfo Bueno es, acaso en mucho tiempo y en nuestro país, la primera muestra de que un alto instituto técnico y científico también es, ante todo, una academia.

Editorial El Conejo ha publicado, de feliz manera, la novela de Rodolfo Bueno “Pasiones a la sombra del Kremlin” porque entre otras muchas razones considera que uno de los más importantes experimentos culturales del siglo XX, a saber, el de la Revolución Rusa, merece ser analizado y comentado aunque aún esté fresca su desaparición.

Y no es que consideremos que lo que Rodolfo Bueno cuenta en su novela sea la única versión posible de lo que en la Unión Soviética ocurriera. Por el contrario creemos ese socialismo, con todos sus defectos y la marca bizantina (heredada de Iván el Terrible y en general de todos los Zares) que impregnó su especial modo de darse, dejó también importantes conquistas y logros sociales e históricos que solo ahora empiezan a destacarse, contrastándolos con hechos como el de la grotesca presencia de un Yeltsin alcohólico y decrépito, o la de un Gorvachev realizando spots publicitarios para la pizza Hut o el hecho más inmediato difundido por la prensa mundial, de que más del 75% del Comercio Ruso esté ahora en manos de la mafia. Pero la novela del matemático Rodolfo Bueno no se agota en una visión política que puede ser muy parcial sino que, como toda verdadera novela, cuenta “la vida vivida” como decía Malaparte, de un protagonista muy bien dibujado que vive una serie de vicisitudes muy bien narradas. Y aquí es donde la garra de narrador de Rodolfo Bueno se muestra en su plenitud. Él es un contador nato, un relatista natural que deja ver, sin embargo, una enorme cultura de inveterado lector.

Abdón Ubidia.

Quito, diciembre 14 de 1999.

Nota del Editor: Publicamos esta presentación de “Pasiones a la sombra del Kremlin”, para que nuestros seguidores y lectores tengan una idea clara y precisa de Rodolfo Bueno, nuestro nuevo columnista.

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