Las posibilidades de progreso en el mundo actual dependen, cada vez en mayor medida, de la adecuada simbiosis entre ciencia, tecnología y producción.
El dinamismo de una comunidad no solo se refleja en indicadores macroeconómicos o de bienestar social, sino también en su capacidad de innovación.
Los ciudadanos, al fin y al cabo beneficiarios del desarrollo técnico-científico, omnipresente hoy en nuestra vida cotidiana, tenemos la responsabilidad de saber seleccionar, valorar y aprovechar adecuadamente la información que, buena o mala, abundante o sobreabundante, se nos ofrece.
Los cambios tecnológicos y económicos de nuestra época han hecho que la ciencia deje de ser coto privado de unos pocos especialistas, para convertirse en una necesidad básica que debe estar al alcance de las mayorías. De ahí que la UNESCO haya planteado la urgencia práctica de lograr una educación permanente, en particular en todo lo relativo a los conocimientos científicos, de modo que los ciudadanos puedan actualizar sus conocimientos en la medida en que lo necesiten.
En el marco de una progresiva mundialización de tendencias y mercados, la ciencia y la tecnología son las claves que garantizarán a los países menos favorecidos una participación efectiva en el desarrollo de la economía mundial y lo harán confiriendo al esfuerzo conjunto ´faz humana´.
Una de las características fundamentales del siglo XXI es la enorme influencia que ejercen los criterios científicos sobre las decisiones que afectan a la vida, la libertad y el bienestar de todos los ciudadanos. Al respecto, basta considerar los problemas que plantean la protección del medio ambiente, la sequía, el cambio climático, la escasez energética, el crecimiento demográfico, el consumo de drogas o las nuevas pandemias, como el SIDA. Ninguno de estos problemas podrá solucionarse sin la aplicación del conocimiento científico. En los laboratorios se diseñan ya las fórmulas que sin duda contribuirán a paliar o erradicar muchos de los males que ahora padecemos. Los científicos no solo tienen la posibilidad, sino también el deber, de hablar con voz alta y llamar la atención sobre estos retos y sus posibles soluciones. Por su parte, los medios de comunicación les ofrecen el vehículo idóneo para convertirse en la voz de los silenciados y silenciosos de este mundo.
El conocimiento, la brújula de la acción, ha de señalar el rumbo a quienes tienen la responsabilidad de tomar las decisiones que afectan la vida de todos; los medios de comunicación han de orientar el esfuerzo colectivo en la consecución de una sociedad más próspera, más libre y más solidaria.
Así como hace unas décadas era totalmente necesario disponer de ingenieros y arquitectos que diseñaran las infraestructuras varias de las que carecíamos, hoy es imprescindible que dispongamos de ´ingenieros de la comunicación´ que diseñen y construyan los puentes y las vías por las que camine la Ciencia y la Tecnología en busca de la sociedad, en busca del ciudadano de a pie.
No saber nada sobre la constitución del átomo, la teoría de la evolución, la revolución genética, los principios básicos de la economía, etc., supone un déficit intelectual grave de esta sociedad de la segunda década del siglo XXI. Vivimos en un mundo penetrado de lleno por la ciencia y la tecnología. No se puede participar seriamente en un medio de tales características sin tener un mínimo de conocimiento científico y sin estar familiarizado con lo que podríamos denominar los rudimentos de la lógica científica. Corresponde a las Universidades y Escuelas Politécnicas conectarnos con esa realidad.