
Por: Ana Cecilia Salazar
Universidad de Cuenca (Ecuador)
La ciudad está en mí como un poema que no puedo contener con palabras.
Borges
Las ciudades como escenarios de la acción de los seres humanos, son los contingentes que permiten desarrollar un proyecto de vida con sentido para sus habitantes, los que con sus actividades dan significado a los espacios, convirtiéndolos en lugares que responden a sus necesidades, en el marco de una ética, pero también de una estética. Son, además, los escenarios de la producción humana, de la innovación social, científica, económica, cultural. Son lugares que provocan la interacción entre los seres humanos, la mezcla y combinación de las diferencias de toda naturaleza, el encuentro de lo diverso, fuente de las más inimaginables fusiones y sincretismos que poco a poco modifican las tradiciones originarias.
El desarrollo de las ciudades y la modernización urbana constituyen un poderoso proceso de homogenización que licua las diferencias en función del modelo global que somete a todas las sociedades a un mismo mecanismo de funcionamiento basado en la lógica del mercado. Este proceso es denominado urbanización planetaria; a través del cual, las ciudades se expanden indefinidamente adquiriendo nuevas morfologías y modos de vida, y diluyendo la división entre lo urbano y lo rural (Brenner, 2013). Este paisaje extendido de urbanización es ahora un campo de fuerza constituido por estrategias estatales regulatorias entrecruzadas, que han sido diseñadas para territorializar las inversiones de largo plazo a gran escala en el entorno construido y para canalizar el flujo de materias primas, energía, productos básicos, trabajo y capital dentro del espacio transnacional, (ibídem).
Jordi Borja, comenta que las ciudades viven dinámicas autodestructivas, imponiendo un uso depredador del patrimonio natural, social y cultural. La ideología del miedo y la obsesión de la seguridad disuelven la convivencia ciudadana y reduce los espacios públicos. El diseño de la ciudad se vuelve excluyente, la especulación prioriza el valor de cambio sobre el del uso, la arquitectura de los objetos substituye al urbanismo integrador. La urbanización sin ciudad es hoy una política común de los gobiernos y de los organismos internacionales al servicio de la economía especulativa (Borja, 2010).
Cuenca es una urbe dinámica, situación que define la evolución no solo de la morfología física de la ciudad, sino de su identidad social y cultural a partir del diseño, uso e intervención en los espacios públicos, lo que a su vez va definiendo nuevas miradas, prácticas y estilos de vida de sus habitantes. El título de ciudad patrimonio de la humanidad ha ayudado a preservar algunos de elementos cultural e históricamente valiosos, enfrentando en alguna medida, el proceso modernizador impulsado desde los intereses del mercado. El uso de los espacios públicos ha ido evolucionando y por supuesto, los planes para la ciudad han variado enormemente, a veces mejorando la vida de los ciudadanos, pero no siempre respondiendo a las necesidades de todos sus habitantes.
Sin duda, Cuenca ha ingresado en la lógica de la urbanización planetaria, poniendo en riesgo muchos de sus lugares simbólicos y de sus memorias. En el marco de esta dicotomía, durante las últimas décadas, la ciudad ha sido objeto de intervenciones públicas y privadas que han causado diversas problemáticas urbanas ocasionadas por la presión de grupos de poder económico, los efectos de la inversión de las remesas originadas por la migración, la influencia de las corrientes globalizadoras en la planificación urbana, la especulación inmobiliaria, la presión por el desarrollo de zonas que impulsen el turismo extranjero, el márquetin territorial, y las necesidades reales de la población, entre otras. La modernidad nos indujo a pensar que el espacio geográfico era un espacio geométrico, casi topológico, simples localizaciones fácilmente identificables en un mapa, pero nos damos cuenta que espacio geográfico es además un espacio existencial, conformado por lugares cuya materialidad tangible está bañada de elementos inmateriales e intangibles que convierta a cada lugar en algo único e intransferible (Solanda M. y otros, 2016).
Necesitamos interpelar nuestros estilos de vida y la calidad de nuestras relaciones como seres humanos. Necesitamos reinterpretar y resignificar nuestros sistemas económicos, productivos, de poder y de consumo, para superar la tendencia a someter todo al modelo dominante, generando la destrucción de los espacios públicos de la ciudad, que se diluye ante los espejismos de la ciudad moderna, el turismo y el crecimiento urbano; olvidando las claves de su identidad y su memoria.