Por: Dr. César Hermida B.
Fernando Savater en Los siete pecados capitales se refiere también a la envidia, que requiere del otro, del envidiado, pues es “la tristeza ante el bien ajeno” y el deseo de que el otro no lo tenga. Dice que de ella nace la mentira, la intriga, la traición. A diferencia de la envidia, la emulación, querer tener como el otro, es algo positivo. La virtud de la envidia es la caridad.
La ira, como enojo o indignación, puede llevar a la rabia, la cólera, la furia, provocando violencia contra el otro. Es grave si no es violenta, pero es mala cuando llega al odio, a la agresión que lleva a la guerra, sobre todo a la guerra santa, pues pertenece al área de las creencias que incluyen lo afectivo emocional y volitivo. Cuando se quiere terminar con el otro, en nombre de Dios, porque es el mal, se llega al fundamentalismo. La venganza es contraria a la razón. La virtud, el antídoto de la ira, es la paciencia, la reflexión, pero no la apatía. Una paciencia razonable, no cómplice, pues no se deben aceptar los abusos e injusticias. El iracundo no tiene sentido del humor. “Cuando la risa está prohibida el lugar es peligroso” dice Savater.
La avaricia y la soberbia, ésta última “madre de todos los vicios”, están asociadas al “poder”. Pertenecen al área del Estado. La avaricia tiene que ver con el atesoramiento y el acaparamiento, por ende de quienes pueden hacerlo, los poderosos, en perjuicio de los otros. El oro, el dinero, mientras “yo” más lo tenga, mejor. Plutarco dice, según Savater, que “la bebida apaga la sed, la comida satisface el hambre, pero el oro no apaga jamás la avaricia”. “Ganar y ganar” es la obsesión del avaro, que quiere que los demás consuman, derrochen, gasten, e incluso ahorren, pero para su beneficio final. El avaro ha vendido su alma al dinero y no puede entender el papel social del mismo, sino en función de su interés individual. Ya Ghandi decía que “en la tierra hay suficiente para satisfacer las necesidades de todos, pero no tanto para satisfacer la avaricia de algunos”. Savater señala que los grandes usureros de hoy son las entidades financieras internacionales. Que el poder está asociado con el dinero, y apunta que el catolicismo ha sido muy severo con la usura, pero muy favorable al poder, anotando que “el sistema legal ampara a las grandes compañías para que ejerzan la usura con total libertad”. La riqueza se exhibe sin pudor, el dinero y el utilitarismo son el dios y el motor del sistema, el dinero, de medio, se ha convertido en fin, y “quien es avaro con el dinero lo es con los sentimientos”. Su virtud es la generosidad o largueza, pero es obvio que sólo el que tiene puede ejercerla.
La soberbia no es sólo el orgullo, sino el menosprecio del otro. Es la insolencia o altanería de la vanagloria y la jactancia. Es la fatuidad. El soberbio es ambicioso, no depende de otros para serlo como el vanidoso. El remedio es la prudencia, la humildad, pero no la humillación. “La soberbia es debilidad, su virtud, la humildad, es fuerza”. Como el dinero da poder, “vivimos inmersos en los pecados del capital”, los pecados modernos son la corrupción, el egoísmo, el derroche, la mentira, propios del individualismo. La contrapartida es la calidad de vida sin el consumismo desenfrenado, la construcción de una sociedad basada en la armonía entre los seres humanos y la naturaleza, sin ostentaciones. La del bienestar del buen vivir.
Con autorización del autor: Tomado de El Tiempo (Cuenca 2012-02-27).