El camino que conduce a la cúspide pasa por la formación. En la universidad es el estudiante el que tiene realmente la iniciativa; el que debe programar su propio estudio, dentro, naturalmente, del cuadro de enseñanzas que el Alma Mater le puede ofrecer; es él el que debe asumir la responsabilidad de sus propias decisiones.
Si queremos ser sinceros, lo más importante del estudio universitario es el esfuerzo personal de cada estudiante, y los profesores no pueden aspirar a más que a servir de ayuda a la iniciativa voluntaria de cada estudiante.
En la universidad ya no hay deberes: se los debe poner el mismo estudiante. Todos los estudiantes deben procurar cumplir lo mejor posible su propio rol. Si todos cumplen con responsabilidad sus tareas, el dinero invertido en el desarrollo intelectual de ellos originará normalmente un incremento de la renta nacional mucho mayor que si se hubiera invertido en ferrocarriles, presas, máquinas-herramientas o cualquier otro tipo de bienes materiales.
En todos sus actos, el estudiante debe ser fiel a unos principios éticos sin los cuales no es posible una verdadera formación humana que debe tener todo hombre.
Si en la universidad cada una y cada uno (estudiantes, profesores, autoridades, trabajadores) sabe quién es y cuál es su misión en el ámbito del estudio, de la investigación, de la enseñanza o de la gestión, y se establecen sistemas para evaluar si lo que se está haciendo realmente se ajusta a la misión institucional, entonces es fácil aclarar qué se debe hacer y cómo se puede hacer mejor.
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