La sociedad ecuatoriana está dominada en este momento crucial por una verdadera oligarquía política que controla las corporaciones públicas y ha convertido la administración del Estado en un botín que se reparte a pedazos después de cada elección. El pueblo ecuatoriano, engañado muchas veces por sus dirigentes, oscila entre los más rotundos contrastes, o se abandona al escepticismo o cree ingenuamente que puede superar su frustración entregándose a la primera opción demagógica que le promete la transformación inmediata y mágica de su dura realidad.
La economía está sometida al más egoísta proceso de concentración de capital, incapaz de propiciar el desarrollo equilibrado de la industria, la agricultura y los demás sectores básicos de la producción. Las políticas de control de la inflación, como lo demuestran los balances de las instituciones financieras, se han basado en sacrificios crecientes para las clases medias y populares, para los trabajadores y los pequeños propietarios mientras los otros sectores de la sociedad y la economía han logrado escandalosas utilidades, especialmente la bancocracia con sus altísimas tasas de interés bancario.
En vez de ganar terreno para la democracia, en los últimos años Ecuador ha sufrido la creciente concentración del poder político, económico y social.
La educación no ha sido atendida como la exigen la realidad del país y los organismos internacionales. La cultura nacional pierde día tras día su identidad y sus valores. La sociedad se degrada. Los asesinatos se volvieron frecuentes. Hemos acumulado en pocos años las fallas de la sociedad tradicional y los defectos de la moderna sociedad de consumo.
La situación actual de Ecuador es responsabilidad de las fórmulas políticas vigentes; del estilo de gobierno que nos rige y de la incapacidad de los partidos para interpretar a la nueva nación. La pandemia de la COVID-19 y una grave crisis económica mundial nos ha sorprendido en una hora de decadencia de las instituciones y de mal comportamiento de los sectores que ejercen los poderes reales en el país. Súmese la falta de educación de las masas populares y la mala educación de los corruptos.
Al depositar nuestro voto este domingo 7 de febrero debemos pensar en el objetivo de construir, a partir de ahora y en el curso de los próximos veinte años, el nuevo Ecuador que actuará con dignidad y eficacia en América Latina y en el mundo dentro de las condiciones económicas, sociales y políticas del siglo XXI.
Lo que requiere Ecuador, ante todo, es sinceridad entre quienes se acerquen a interpretar su destino y que las ideas fundamentales se conviertan en compromiso real de quienes las presentan para que puedan llegar a ser verdaderos propósitos nacionales. Una nueva manera de hacer política, una toma de conciencia de los problemas reales de la sociedad ecuatoriana.