Por: Rodolfo Bueno
La misma creación de Israel es toda una herejía, pues según el Talmud, libro sagrado del judaísmo, primero debía llegar el Mesías y luego se podía retornar a la tierra prometida. El retorno produjo conflictos con los lugareños, palestinos que descendían de los antiguos judíos, que nunca emigraron y se habían convertido al islamismo.
Luego de que se decretara la partición de Palestina en dos estados, Israel expulsó a la población aborigen, las bandas sionistas de Irgun, Stern y otras la masacraron mediante genocidios sistemáticos, pues, para el sionismo “no existe absolutamente ninguna prohibición moral contra la matanza indiscriminada de civiles durante una masiva ofensiva militar…”. Si se acusa a una familia, tienen que “dañarla sin piedad, lo que incluye mujeres y niños..”. Casi un millón de palestinos fueron desalojados de su patria. En 1950 Israel legalizó como su propiedad estas tierras «abandonadas» y luego las entregó a los judíos que emigraron a Israel, país que está constituido sobre la base de la limpieza étnica. Incluso su fundador, Ben Gurion, sostuvo que «no importa lo que los gentiles digan, lo único que importa es lo que los judíos hagan».
En el Gueto de Varsovia, los judíos enfrentaron valerosamente al Ejército Alemán, su heroica resistencia es fuente de inspiración para todos los pueblos del mundo. Marek Edelman, subcomandante de esta insurrección, fue y es antisionista y siempre se opuso a la creación de Israel. En cambio Stern y sus seguidores, los Combatientes por la Libertad de Israel, se reunieron con los agregados militares de Alemania Nazi para tomar parte activa en la guerra como aliados de Alemania, pues «…el Estado judío histórico sobre una base nacionalista y totalitaria y unida por tratados con el Reich alemán, estaría en el interés de mantener y fortalecer la futura posición de poder de Alemania en el Medio Oriente». Más adelante asesinaron a Bernadotte, protector de los judíos, junto con el observador de la ONU el coronel Serot. Un dirigente de este grupo terrorista, Yitzhak Shamir, fue luego primer ministro israelí por dos ocasiones. Para R. Eitan, Jefe del Estado Mayor en la década de los ochenta, los “árabes eran cucarachas tóxicas aplastadas en una botella”. Por eso han “establecido puntos de observación equipados con la mejor tecnología y se ha autorizado a nuestros soldados disparar a cualquiera que se acerque a la valla a una distancia de seis kilómetros”.
Este rasgo es común entre el nazismo y el sionismo, ideologías racistas que se unen en una misma amalgama como consecuencia del síndrome del holocausto. En ambos casos, la única razón es el odio y el desprecio a los demás; esto explica los crímenes cometidos por Israel en nombre del pueblo judío. Ambas doctrinas se parecen incluso en sus argumentos. Para Goebbels, Ministro de propaganda nazi, “Alemania tiene derecho de defenderse”. Según Hitler: “ninguna causa puede justificar el terrorismo”, por ser “un ataque frontal a los más intrincados valores de la cultura occidental”. Los comentarios sobran y los puede poner el lector a su gusto y paladar.