Por: Claudio Rama.
Economista (UCV), magíster en Gerencia de la Educación (UJMV), doctor en Ciencias de la Educación (UNESR), doctor en Derecho (UBA).
Como todo capital, el capital humano sufre un complejo proceso de depreciación, asociado tanto a la edad de las personas y el deterioro corporal como al propio valor del tiempo de los conocimientos. Este escenario marca la caída de la productividad y de los salarios asociados a la educación y, al tiempo, también fija las características de la aparición de la educación permanente y del rol de los estudios de posgrados y de la educación continua.
Si bien estos elementos siempre han estado presentes, la depreciación o inclusive obsolescencia completa del conocimiento se ha hecho más significativa en las últimas décadas como resultado de la enorme expansión del conocimiento. Esta depreciación en general asume sus modalidades diferenciadas en función de las dos formas en que se expresa la creación de nuevos conocimientos: como ruptura con los saberes anteriores o como profundización del paradigma.
La forma y características de esta depreciación del conocimiento determinan el nivel y las formas de la nueva inversión necesaria en educación continua y la actualización de competencias requeridas para mantener los niveles de renta o de salarios derivados del capital humano adquirido previamente. Se asume que el modelo del capital humano (KH) establece que el ingreso de las personas está asociado a su propio stock de KH, por lo que la depreciación de sus conocimientos tiende a imponer una caída de su productividad y finalmente una caída de sus ingresos derivados de ese capital humano educativo. Al tiempo, los ingresos salariales son la renta derivada de ese capital y son de los que puede disponer una persona para invertir en nueva educación en tanto actualización o profundización. Se parte de la hipótesis de que si existe una inversión educativa a partir de estos ingresos, se está reponiendo la depreciación. En caso contrario, o sea que la totalidad de los ingresos se destinan al consumo, se estará frente a un deterioro de su salario futuro al no reponer el capital humano (KH) mínimo al nivel de depreciación de los conocimientos. Igualmente, si el gasto educativo adiciona no agrega competencias o no detiene la depreciación de esas competencias, se estaría frente a un consumo adicional de educación, pero ello no pudiera considerarse como una inversión requerida para mantener el nivel de productividad de las competencias.
La expansión, renovación, depreciación y obsolescencia del conocimiento y los tiempos de esos procesos diferenciados han dado lugar al nacimiento de la educación continua como modalidad educativa. La educación continua es, en este sentido, la inversión educativa orientada a recomponer el capital humano depreciado por diversos motivos tanto físicos como cognitivos. Es parte del concepto de educación permanente y se expresa en procesos educativos de actualización de competencias articulados a los cambios en los saberes y el trabajo y no se desarrolla sólo al interior de las estructuras universitarias, sino que tiende a incorporar nuevos proveedores. Ella tiende además a estructurarse en los campos de la especialización y en la formación de posgrados, en tanto la expansión de los conocimientos torna obsoletos muchos saberes básicos.
Esta dinámica se va a expresar en la recertificación de competencias profesionales. Ella incentiva una segunda fase del aseguramiento de la calidad en tanto evaluación individual profesional, que si bien está asociada a la acreditación de la primera fase, más focalizada en programas e instituciones, esta es una evaluación tanto directa como indirecta de los aprendizajes. Ello, en tanto un acto por el que una entidad competente, y aplicando criterios preestablecidos y de conocimiento público, asegura a través de un proceso de evaluación válido, confiable y transparente que un profesional debidamente matriculado y previamente certificado mantiene actualizados sus conocimientos y habilidades y que ha desarrollado sus actitudes dentro del marco ético adecuado, de forma acorde con el progreso del saber y del hacer propios de una profesión o especialidad profesional reconocida en un período determinado.
Asociado a los elementos que referimos de expansión de los saberes y de la reducción de la vida media de los conocimientos, se asocia a la propia duración del conocimiento y los tiempos de la recertificación, en tanto esta es una ampliación de la vigencia de la certificación profesional a partir de la evaluación de la adquisición de nuevas competencias o de su actualización, las cuales permitan el cumplimiento de los estándares mínimos de competencias establecidas para la continuación del ejercicio profesional al mantener vigencia y utilidad de las competencias.
Actualmente, en la región, el eje de la recertificación es la voluntariedad, la accesibilidad, la periodicidad, la revocabilidad, la confiabilidad, la agilidad, la diversidad, la individualidad y la creditización y está asociada al concepto de la cartera de competencias al estilo de currículum vitae que cada persona va construyendo y, por ende, es y se basa en la diversidad, acumulación y ampliación de competencias profesionales. Pero estamos apenas en los inicios de este proceso, en tanto recién estamos comenzando a internalizar las implicaciones educativas de la expansión permanente de los conocimientos en la nueva sociedad global del saber.
Artículo tomado de la Revista “Comprom iso” que gentilmente nos hizo llegar la Universidad Católica del Ecuador.