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Las vidas son como los cuentos

Por: Dr.  César Hermida B. | cesarh@plusnet.ec

La salud es la esencia y manifestación de la vida, la enfermedad una distorsión. La muerte puede producirse de modo inesperado, o ser consecuencia de una enfermedad. En cualquier caso la muerte es el fin inevitable de la vida y como tal debe ser tratada con naturalidad. La ciencia no puede hacer nada frente a ella, pero sí el consuelo de la religión que ofrece un mundo más allá, o, para aquellos que no comparten esas creencias, el consuelo puede estar en la poesía, pues las vidas pueden considerarse como los cuentos, historias poéticas que tienen un inicio, una trama y un final.

Hay vidas cortas, truncadas, y las hay largas como una novela. Algunas son tan extraordinarias que incluso superan a la más atrevida ficción. “Paula” de Isabel Allende y “Jerónimo” de Rosalía Arteaga son obras magistrales sobre la pérdida de sus hijos. Para cada uno su vida es importante, sobre ella puede recordar sus éxitos y fracasos, los momentos difíciles y los de felicidad, los afectos más tiernos y los odios más inexplicables, las conductas indebidas y los actos altruistas. Las vidas, como las ficciones, se entrecruzan con otras, no solo de familiares o amigos, sino también con otras cuyo nexo resulta azaroso llevando a incertidumbres y encrucijadas.

Para un niño o un joven la vida corre hacia adelante, todas las opciones parecen posibles en el futuro, pero conforme las personas maduran, las realidades limitan a las fantasías, y aunque el cuento de la vida se va enriqueciendo, se comienza a mirar más hacia atrás.

La riqueza de vida de todo adulto mayor debería ser escuchada y compartida por las nuevas generaciones. Por eso es menester dialogar con ellos, con respeto y cariño, porque sus historias son realidades y anhelos, como en los cuentos, y como en ellos, deben tener un final. No es verdad que la vida de una persona se acabe cuando fallece, el último que la conoció, porque sería creer que la vida sólo queda en los recuerdos, cuando en realidad queda en el hecho de los hijos, los nietos, los aportes individuales, grupales, sociales que se construyeron y entregaron.

Las vidas deben florecer siempre, como en la narrativa, mediante el diálogo, la escritura, la lectura, por eso debe fomentarse estos hábitos y cualidades en las personas mayores, y evitar que algunos de ellos terminen recluidos, a veces olvidados, y en ocasiones hasta mal tratados.

Es menester conocer, admirar y respetar la riqueza de las vidas de nuestros mayores, cercanos o lejanos, y, más allá de sus aportes individuales y familiares, considerar que son la esencia de nuestra cultura, nuestras vidas subjetivas cargadas de pensamientos, creencias, afectos, ilusiones, sueños.

Si pensamos que las vidas son como los cuentos o las novelas, quizá recibamos mejor el hecho inevitable de que todo tiene un fin, y, cuando termine, al cerrar el libro, compartir la emoción de la creación.

Con autorización del autor: Tomado de El Tiempo

Cuenca, abril 30 de 2012

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