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Palabra y Arte*

Por: Dr. Marco Antonio Rodríguez

Al principio fueron las voces del viento y de las aves. Los seres primitivos temían hablar o desconocían esa capacidad y se comunicaban por señas o gruñían igual que los primates. Sobreviene a mi memoria la espléndida escena inicial de 2001:una odisea en el espacio, la magistral película de Stanley Kubrick. Un simio lanza un hueso hacia lo alto que va girando sobre sí mismo en cámara lenta. De repente, un corte insonoro nos muestra una nave espacial rotando de forma similar. Kubrick no solo encoge el tiempo, sino que omite la historia de la humanidad mediante un solo efecto visual apenas perceptible. “La imagen es todo”, diría más tarde Eugenio Trías, tomando esta genial escena como referente para dilucidar sobre el tiempo que vivimos.

El eco, entonces, como génesis de la palabra. Los gritos y susurros, aullidos y clamores de la naturaleza enseñaron a hablar al hombre –música y plegaria-, por eso se habla del fondo onomatopéyico de las construcciones poéticas primigenias. Pero antes de la palabra hubo libros y dibujos (arte). El ser humano arañaba en las cavernas intemporales para grabar su testimonio –múltiple y único- del vivir sin comprender por qué la naturaleza era indócil y caótica, los impulsos del instinto, el enigma de la cópula –o del amor-, la enfermedad, la vejez, la agonía y la muerte, pero también la alegría propia del paraíso terrenal, pasado o por venir, como lo advierte Baudelaire –según lo imaginemos como teólogos o políticos-; pero también –acaso- aquello de Heidegger percibido en forma primitiva y lejana: ¿qué es ser y qué clase de ser tenemos? Amor y horror. “Todos quienes han querido hurgar en lo que pretendieron decir los hombres de las cavernas han enloquecido –cuenta una leyenda hinduista-, y regresan a la vida con la cabeza al revés”. ¿Castigo por pretender descifrar las zozobras iniciantes del ser humano?

Circunscribiéndolo todo Dios –o los dioses, en la China milenaria adoraban a siete-, comienzo y fin del alborozo y el dolor de vivir. Tierra y sueño: las sustancias humanas. Pero, ¿por qué el vivir se unimisma en el morir y en su intervalo el amor es más dolor que júbilo? “Amé más al deseo que a su logro anhelado”, revela Gonzalo Escudero, y en los versos conclusivos del poema: “Hubo algo más en mi deseo de secreta añoranza/y un designio de oscura sumersión en la nada”. La avidez desaforada por alcanzar la felicidad mediante el amor. Felicidad terrestre: conciencia de caer y de un más allá donde hallemos la eternidad. ¿Un mundo de idénticos y la inmortalidad serán, acaso, las creaciones más perversas del hombre? Porque, pro esos dos caminos, ha ido la humanidad, consciente o no, a través de los tiempos,

El mito es imaginación pura; exultación y derrota de la inteligencia del ser humano ante los enigmas que le circundan; espejo disociador de imágenes que se confunden en miedo y huida lúdica del ser empobrecido, incapaz de explicar los fenómenos naturales: el agua, el fuego, el aire, la propia tierra de la que está hecho, el cielo navegado por astros; o misterios humanos como el amor –el amor no es fruto que germina en la naturaleza, es lo más humano que existe y, por tanto, una obra de creación incesante que va más allá de la vida-. Después vendrán filosofías, literaturas y ciencias para procurar una definición de amor y erotismo, pero siempre rastreándolos en regiones divinizadas. Freud, tal vez, ha sido quien mejor oteó los horizontes del amor y del erotismo a través del prisma de la bilogía y la poesía.

Condensamos en una sola palabra todo el significado y la trascendencia que esta puede tener, expresar y exigir, en nuestros soliloquios (no me refiero al monólogo teatral sino a aquellos términos que proferimos cuando estamos solos y a veces creemos –ateridos de espanto- que hemos perdido el juicio), o en nuestros diálogos más íntimos que rezuman amor, palpitan de tedio o mueren de olvido, o en forma de las intimidaciones más definitivas que incita el orgullo lacerado o que proyecta nuestra resolución irrevocable, terminal. Dos grandes de la lírica universal con distintos registros y profundidades: “Palabra ya sin mí, pero de mí/ como el hueso postrero,/anónimo y esbelto de mi cuerpo;/ sabrosa sal, diamante congelado de mi lágrima oscura…”. Octavio Paz. “El pez habla a su Dios en la burbuja/ que es un trino en el agua,/ grito de ángel caído, privado de sus plumas./ El hombre solo tiene la palabra/para buscar la luz/ o viajar al país sin ecos de la nada…” Jorge carrera Andrade.

La “Palabra” se ha erigido, por virtud de los tiempos de pronunciarla o escucharla, en el símbolo de correspondencia humana más definidor. Sin embargo y por testimonios de cuantos la han vejado, también se ha logrado que se empequeñezca a desleal merced a atropellos, veleidades y hasta de dispuestas falacias. Mentir y fingir: los dos verbos que conjugan los políticos –con las excepciones de rigor-, y los pueblos, cuyo destino inmediato está en sus manos, se atiborran de sus vaciedades, y la imagen de la que hablaba en los primeros párrafos hace de las suyas. Dictadura del marketing. Política del espectáculo. Liderzuelos que sufren incontinencia verbal pero que entretienen: al fin y al cabo –como diría Monsiváis- no tenemos nada más qué hacer los fines de semana, salvo visitar los gigantescos supermercados que se multiplican sin tregua, no interesan los orígenes de las fortunas de los supercapitalistas. Las principales taras de nuestras democracias caudillistas podrían agruparse en estas categorías: pervivencia del caudillismo entre los nuevos dirigentes democráticos; opacidad, agonía o muerte de los partidos políticos, y lejanía abrumadora entre representantes populares y electores; impunidad generalizada; ausencia de controles jurídicos, pues estos yacen a los pies de los autócratas; violencia organizada.

* Fragmento del discurso “Palabra y Arte” de incorporación del Dr. Marco Antonio Rodríguez como Miembro de Número a la Academia Ecuatoriana de la Lengua, la institución cultural más antigua y con mayor prestigio del país. La ceremonia se cumplió este miércoles 18 de julio de 2012 en el vestíbulo del Teatro Nacional. La presentación del Académico de Número corrió a cargo de Hernán Rodríguez Castelo.

• Marco Antonio Rodríguez fue miembro correspondiente de la Academia Ecuatoriana de la Lengua desde 1998, y pasó a ocupar el sillón C de Jorge Salvador Lara por una resolución del directorio de la institución, esto en reconocimiento por su aporte a la cultura ecuatoriana e hispanoamericana y sobre todo al idioma.

• Fue ganador del Premio al mejor libro de habla hispana con «Historia de un intruso». Sus obras han sido  traducidas  a varios idiomas.

Nota del Director: La Academia Ecuatoriana tiene ciento treinta y ocho años de existencia, desde su fundación en 1874, pues es la segunda academia fundada en América, luego de la Academia Colombiana de la Lengua en 1871.

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