El 31 de diciembre de 2019, China dio la voz de alerta a la Organización Mundial de la Salud (OMS) ante la aparición de casos de neumonía de causa desconocida. Nueve días después se sabía que el brote estaba provocado por un nuevo coronavirus. El 11 de enero la OMS recibía de China la secuencia genética del patógeno; el mismo día que los medios de comunicación informaban de la primera víctima mortal.
Desde entonces, el mundo ha cambiado. Se han infectado 82 millones de personas en todo el mundo, de las que han muerto 1,7 millones. Todos hemos hecho un curso intensivo sobre el SARS-CoV-2 y sus efectos, universales y ubicuos..
El 2020 que culmina hoy a las doce de la noche será un año para no olvidar jamás y tenerlo siempre presente. Cuando las campanadas del reloj vayan cayendo una a una, cada uva será como un brindis de despedida al infortunio, a esa mala pesadilla que ha supuesto, y supone, el bisiesto más negro.
El año que hoy termina, como casi todo, no tiene dos, sino miles de lecturas. Como símbolo de un dios Jano bifronte, las crisis siempre perjudican a unos y benefician a otros. En el Ecuador la inmensa mayoría fue la perjudicada; los ganadores fueron los mismos de siempre.
La noche de este 31 de diciembre será una Nochevieja atípica, con el freno de mano tascado y la cabeza en quién sabe dónde, que hay que ver la de dramas particulares que se quedan atrás en una lista tan macabra como interminable.
Recuerdo a recuerdo, lágrima a lágrima, el paso fronterizo de un año a otro no creemos que vaya a caer en el olvido en jamás de los jamases y cuando esto pase, que pasará, lo recordaremos como lo que fue, una pesadilla.
La lección más importante que nos deja este 2020 es que somos seres frágiles e interdependientes, que necesitamos construir una sociedad cohesionada que ponga en valor el cuidado y la solidaridad, en la que se garantice el derecho a la salud, a la atención en caso de dependencia y a la protección social a través de una sanidad y unos servicios sociales y sociosanitarios públicos.
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