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Cultura ética en las empresas de comunicación.

En la Universidad de Navarra nos enseñaron que las experiencias repetidas, compartidas, generalizadas de situaciones de conflicto entre la conciencia de cada profesional y los criterios de las compañías en las que trabajan ponen de manifiesto la necesidad de alcanzar una nueva cultura ética en las empresas de comunicación.

Según as enseñanzas de la Universidad, el avance de las sociedades hacia una democracia madura, que cuente con una participación activa de las instituciones y de los ciudadanos, exige que los medios de comunicación -sean de propiedad del Estado o de compañías privadas- se comprometan con su peculiar condición de empresas con afán de servicio al público. En el ideal originario de la actividad periodística se esconde un sentido de “misión”, que hoy queda desdibujado por el polvo que levanta la competencia de múltiples intereses económicos y políticos.

En algunos casos, las empresas consiguen transmitir a los ciudadanos una imagen de honradez, pero también generan actitudes escépticas de los profesionales que, a diario, sufren presiones de propietarios, anunciantes y de diversas instituciones  públicas y privadas.

Para cualquier profesional, nos explicaba la Universidad, formar parte de una gran empresa supone disponer de medios que permiten realizar un trabajo de calidad, pero esa integración en una compañía sólida también exige asumir un ideario y compartir un estilo de comunicar. En ese contexto, se pueden originar situaciones de conflicto entre los valores profesionales y los intereses empresariales. Cuando las diferencias de criterio no se resuelven adecuadamente – mediante  prácticas “a priori” que no lesionen los principios éticos de quienes elaboran los mensajes- aparece el impulso de delegar la responsabilidad de la propia tarea en los que gobiernan y deciden , o de recurrir a “las circunstancias” como coartada de la falta de coraje y de compromiso. Surge entonces la tentación de abandonar los propios valores, de dejarse llevar por las rutinas profesionales y de doblegarse ante las presiones externas; el escepticismo constituye el punto de llegada de ese trayecto.

Con todo, nos inculcaban, las personas poseen un marco de acción profesional libre, del que son responsables. Uno de los grandes retos éticos para los profesionales de la comunicación consiste en favorecer un nuevo modo de dirigir las empresas, con el fin de que surjan más espacios para la actuación  en conciencia, en los que el afán de servir al público -que se encuentra en la raíz de las diversas  profesiones de la comunicación-  adquiera un mayor protagonismo y no quede arrinconado por otros objetivos.

Quienes elaboran los mensajes informativos, persuasivos y de  entretenimiento, nos decían nuestros profesores, deben influir en los estilos de gobierno de sus organizaciones; deben ser capaces de mostrar que para dirigir de modo verdaderamente profesional una empresa de comunicación  es preciso  comprender que  la plantilla de una compañía no está formada por un grupo  de mercenarios  sino  -en expresión de Luka Brajnovic- por personas  que “ponen su talento y su capacidad de trabajo al servicio de los demás”.

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