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Venezuela vista y oída (2)

Por: Dr. Jorge Núñez Sánchez
Director de la Academia de Historia

Adelaida es una joven venezolana de los nuevos tiempos: alta, culta y politizada. Según me cuenta, estudió gerencia cultural en la Universidad Central de Venezuela, lo que le ha permitido ser funcionaria de una importante oficina internacional.

Me pregunta si he estado antes en Venezuela y le respondo que sí, que he visitado varias veces su país. ¿Cuándo vino por primera vez?, me repregunta. En tiempos del presidente Herrera Campins, le respondo. ¡Ah!, veo que usted conoció la Venezuela Saudita, agrega ella.

Le digo que vine como periodista y pude ver la riqueza de las clases altas, pero también la pobreza absoluta de las gentes de los ranchitos de las montañas próximas a Caracas. Y agrego que me sorprendió la visión de esa miseria, expresada en barrios abandonados y peligrosos, formados por casuchas de latas y cartones, con niños y perros llenando calles polvorientas, donde reinaban los malandros.

¿Y qué le sorprendió de la riqueza venezolana?, me interroga ella. Le respondo que los lujos del petrolerismo, uno de los cuales era la variedad de carnes importadas que ofrecían en los restaurantes de los hoteles, donde no había carne venezolana, pese a los inmensos llanos y buena ganadería del país.

Ella se queda pensativa y luego me dice: mire, yo nací en ese año en que usted vino por primera vez a mi país, en uno de esos barrios de miseria que usted visitó, y mi familia era tan pobre que nosotros no podíamos comprar esas carnes importadas ni ninguna otra. Y eso pese a que mis padres se rajaban trabajando para mantenernos y educarnos.
Por eso mis padres se llenaron de alegría cuando el comandante Chávez llegó al gobierno y empezó a preocuparse por los pobres, apunta. Él nos devolvió la gana de vivir y la esperanza en el futuro. Y gracias a Chávez y la Revolución Bolivariana, los muchachos y muchachas del pueblo pudimos estudiar y formarnos profesionalmente.

Ahora usted puede ver cuánto han cambiado el Petare y otros barrios, señala. Tienen servicios públicos y, en vez de ranchitos, hay casas de buen material y hasta edificios de hormigón. Para llegar ya no hay caminos polvorientos e inseguros, sino carreteras asfaltadas, con autobuses articulados que movilizan a la gente. Aquí está la fuerza del Partido Socialista Unido de Venezuela, concluye.

Pero en Venezuela no todo es color de rosa. Por la razón que fuese, hay carencia de ciertos productos y la gente anda atenta para comprarlos cuando llegan a las tiendas. Un amigo reconoce que faltan algunas cosas, pero precisa que en gran medida es porque ha crecido la capacidad de compra de las mayorías.

Mas el problema mayor parece ser la inseguridad y la audacia de la delincuencia. La semana pasada unos asaltantes mataron allá enfrente a un señor, de cinco tiros, por robarle, me dice Julio, que trabaja en un barrio elegante. Pregunto por el problema a un trabajador del hotel. Me dice que existe, pero que viene de antes y que ahora incluso ha disminuido.

Cuando el avión se eleva rumbo a Quito, me apena no haber tenido tiempo para ver más, oír más, entender más.

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