Más fuerte que el orgullo

Por: Fernando Naranjo-Villacís/ fnaranjo@gye.satnet.net

Son tantos los momentos que nos toca compartir ya sean con: familiares, amigos, conocidos o relacionados. Surgen pláticas referentes a diversos tópicos y se dan variadas apreciaciones que llevan a darle mayor interés a la comunicación.

Hay quienes por su buena formación comparten criterios y fortalecen los suyos escuchando atentamente a los demás. Otros en cambio, tienen como característica, interrumpir constantemente, adueñarse del uso de la palabra y que prevalezca su opinión.

Lo importante de conversar, es que cumpla su objetivo integrador y se desarrolle con auténtica versación para que resulte más interesante. He podido apreciar a quienes no participan de tales tertulias porque creen tener un alto nivel, diferente y prefieren “no juntarse con la chusma”; lo cual, resulta bastante desagradable.

No hay nada mejor que compartir, sin discriminar a nadie. Muchas veces el más sencillo de los allí reunidos puede aportar una idea fantástica o una reflexión aleccionadora y dar la gran sorpresa.

Este ir y venir de actividades profesionales, con su acumulación de experiencias, ayuda a fortalecer criterios y dar equilibrio al comportamiento humano. Permite conocer mejor a aquella gente que aparenta ser amable con unos y sin embargo, maltrata a otros. Sacan a relucir el orgullo que no es otra cosa que una forma de egoísmo o posiblemente un mal genio encubierto que los lleva a detestar a otros.

Ese orgullo, producto del ego tontamente alimentado, se encarga de elevarlos a sitiales inalcanzables para lanzarlos luego al precipicio de sus propias contradicciones. Quienes son atrapados por el orgullo malsano, a la larga se convierten en seres solitarios, porque poco a poco, sus familiares o amistades que los aprecian, se van alejando, dejándolos solos.

Las gentes sencillas, trascienden por su amabilidad y generosidad; son muy consideradas y respetadas. Pienso que no hay nada mejor que ser merecedores a esos afectos únicos.

Observemos a los niños, de ellos tenemos mucho que aprender. Cuando discuten o pelean, es solo por un momento; luego se reconcilian, ríen, saltan, comparten sus golosinas, siguen jugando con enorme entusiasmo, porque su angelical alegría de vivir, es más fuerte que el orgullo.