“Historias en verso: 5 poemarios”

Por: David Ruiz Sevilla

Como anteño, constituye para mí un alto honor hacer la presentación del libro “Historias en verso: 5 poemarios” de la autoría del escritor Luis Rivadeneira Játiva.

¿Qué es la poesía? La poesía es un género literario que formula una conciencia imaginativa concentrada de experiencia, en un lenguaje escogido y dispuesto para crear un efecto emocional específico a través de su significado, sonido y ritmo. La poesía utiliza el verso como unidad formal, un vocabulario sugestivo y tiene libertad sintáctica.

Acerca de la poesía y el poeta, nuestro más grande escritor de todos los tiempos, Juan Montalvo, dice: “Poesía es la perfección del alma, elevación de pensamientos, profundidad de sensaciones, delicadeza de palabras, luz, fuego, música interior. El poeta ve más que los otros hombres, oye más, siente más, embelesado en las abiertas y luminosas regiones de su pecho. La poesía es lo divino del alma, la poesía es la virtud de la inteligencia; luego, el poeta es un sacerdote que en los tesoros de su sabiduría guarda mil arcanos incomprensibles para el común de los mortales. El pecho del poeta es un templo luminoso; su corazón, un instrumento angélico: arde y sueña el hombre feliz que siente en su alma esa divinidad invisible. ¡Poesía, oh poesía, esencia de las pasiones, música de la inteligencia! El corazón del poeta lo abraza todo, su imaginación se encumbra como el águila y contempla el Universo”.

¿Qué se necesita para hacer poesía? El mismo Montalvo nos da la respuesta: “Parece que la contemplación de la naturaleza es necesaria para desarrollar el sentimiento poético”.

Y precisamente, eso es lo que hace nuestro poeta Luis, contempla con infinita atención y sensibilidad lo que existe a su alrededor: su pueblo, su gente, sus amigos, sus parientes, los héroes, las lagunas, el espacio, el tiempo, los paisajes, las montañas, los artistas, etcétera; y luego, con gran habilidad intelectual, arma formidables rompecabezas de palabras, para producir delicados versos capaces de estimular las emociones más profundas de los lectores amantes de la poesía.

Al igual que Whitman en su obra “Hojas de hierba”, Luis abraza y ama las cosas grandes y pequeñas y todo lo que le circunda; y es capaz de hacer un poema inclusive a la monotonía de un cielo sin nubes o a una mañana sin sol.

Nietzsche, afirma que “cada palabra tiene su olor”, y que con ellas se puede crear “manjares intelectuales”, y tiene razón, pues, siendo el estilo escrito más difícil que el hablado, la combinación y mezcla de palabras escritas debe realizarse en la medida perfecta, para que se vean, se sientan y se entiendan con agrado. Lo que se escribe cobra importancia por la manera cómo se escribe. El mismo filósofo, reconoce que “es más fácil escribir con grandilocuencia que escribir ligera y simplemente”.

¿Cómo escribe, nuestro poeta Luis? Tomo prestadas las palabras de mi buen amigo, el escritor e historiador Juan Carlos Morales, para decir que, en los versos de Luis encontramos lo más difícil: la sencillez.

La persona es su estilo, y el estilo lleva al más aproximado conocimiento de una personalidad. José Ingenieros, dice: “El más noble estilo es el que transparenta ideales hondamente sentidos y los expresa en forma contagiosa, capaz de transmitir a otros el propio entusiasmo por algo que embellece la vida humana”. Así pues, el pensar natural y su expresar sencillo, es el formidable estilo literario de Luis, al igual que otros poetas mayores como José Martí, Pablo Neruda, Walt Whitman, César Vallejo, Carlos Suárez Veintimilla, Gustavo Alfredo Jácome, por citar solamente algunos.

Y así, como José Martí, en sus “Versos sencillos” le canta a la amistad, al decir: “Cultivo una rosa blanca, en junio como en enero, para el amigo sincero, que me da su mano franca”; nuestro poeta Luis le canta al amor filial, cuando escribe: “Tengo una rosa blanca, como el alma de mi padre; rosa roja, para una persona franca, como la siento a mi madre”.

Y así como Pablo Neruda tiene su “Oda al hombre sencillo”, Luis tiene su poema titulado “Campesino”: “Escucha, quiero ser tu amigo… En las tardes te he visto retirarte a tu choza, sudoroso, cansado… La tierra que es tu amiga, siempre estará contigo, cuando cosechas trigo”.

Conmueve, en realidad, tanto afecto, tanta empatía, tanta ternura, tanto respeto al hombre del campo que da de comer al de la ciudad.

Y así como Neruda tiene su “Oda a los poetas populares”, Luis ha hecho poemas para nuestros juglares del pueblo, como son, entre otros: Jaime Guevara -El Chamo- y Carlos Michelena -El Miche-; del primero dice: “Cantor de la calle, amigo del pueblo… Defensor de la no violencia y los derechos humanos, cantor de la protesta social”. Del segundo, dice. “Teatrero, quiteño como los heladeros y las vendedoras de mote… Luego de dos horas de risas, el telón cae. La gente le da monedas que el propio teatrero recoge”.

Y así como nuestro poeta imbabureño Carlos Suárez Veintimilla, exalta la belleza de las lagunas imbabureñas, Luis también lo hace desde su propia sensibilidad: “Los cuyes de monte del lugar, dan el nombre a la laguna… Quien llega a esta laguna, jamás se olvida de ella, siempre la tiene en sus recuerdos y busca la manera de regresar a Cuicocha”…

Podría seguir haciendo un sinnúmero de símiles demostrativos de la hermosa poesía de nuestro amigo Luis, pero prefiero dejar que sea cada uno de ustedes, cuando tengan el libro en sus manos, quienes se sumerjan en el disfrute pleno de su contenido. Tampoco me detendré en explicar los sobrados méritos académicos y profesionales de nuestro poeta anteño, pues, eso también lo podrán leer en la cronología sobre su vida y obra, que consta en las últimas ocho páginas del libro. Solamente diré que el pasado jueves fue posesionado como Presidente del Centro Cultural El Palacio del Poeta, de Quito; que es parte de los veinte mil poetas del mundo que integran del colectivo “Poetas Siglo XXI”, y que sus poemas están diseminados a nivel mundial, gracias a la magia de las nuevas tecnologías de la información.

A continuación, explicaré brevemente el contenido del libro que estamos presentando.

El libro “Historias en verso” contiene cinco partes.

La primera parte se titula “Poemario de recuerdos”, y consta de treinta y un poemas. Quiero destacar uno de ellos: “La fiesta del pan”, poema escrito el 19 de marzo de 2 014, justamente cuando el calendario católico festeja a San José, patrono del trabajo. En su parte final, este poema dice: “El pan, hecho con amor, nos da alegría. Volvamos al horno y a la cocina de leña, al pan de trigo y de maíz, a las cosas sencillas de la vida”. Este poema es todo un canto al alimento diario, al pan de vida; en el pan se sintetiza toda una hermosa secuencia de procesos humanos: la preparación de la tierra, la siembra del trigo o del maíz, el cuidado de los cultivos, la cosecha, el moler los granos, cernir la harina, preparar la masa, dar forma a los panes, calentar el horno, hornear el pan, para finalmente, degustarlo solo o acompañado. ¿Quién no recuerda el pan hecho en el horno y el café de chuspa, preparados por las manos amorosas de nuestras abuelitas y de nuestras madres? En su “Oda al pan”, Neruda corrobora: “Eres acción del hombre, milagro repetido, voluntad de la vida, oh pan de cada boca”; y con total razón, Vargas Vila sentencia: “El problema de la vida es el pan”.

La segunda parte del libro lleva por título “Poemario la raíz en la memoria”. Aquí encontramos treinta poemas. Uno de ellos se titula “Chalturita”. Chalturita es un pequeño poblado ubicado al oeste de la parroquia San José de Chaltura. El poema Chalturita es un canto a la ruralidad, a lo originario, a aquel lugar que, careciendo de muchas cosas, tiene en abundancia otras. En este poema, escrito el 29 de agosto de 2 015, nuestro poeta, entre otras cosas, dice: “Chalturita, tienes alma blanca, aunque te falta capilla; con caminos de esperanza y sembríos de ilusiones… Anejo, que ni siquiera es barrio, pero ha detenido el tiempo. Viven sin reloj, ni pavimento. Lugar tranquilo, sin ruido, entre montañas y valles, no hay espacio para el olvido”.

La tercera parte del libro, titulada “Poemario nuestra naturaleza”, contiene también treinta poemas. Uno de ellos, titulado “El alma de la ciudad”, escrito el 19 de agosto de 2 015, expresa lo que es una ciudad, habla del vínculo fraterno con sus habitantes y por eso mismo, la añoranza de quienes, por algún motivo poderoso deben dejarla. Nuestro poeta, dice: “La ciudad se asemeja a nosotros, nos conoce. Las ciudades viven: sus poetas las describen, construyen y las idealizan. No hay ciudad sin poesía… La poesía del recuerdo es la de aquel que añora a su ciudad… Si no seguimos a nuestra ciudad, ella nos seguirá a donde quiera que vayamos, porque llevamos su  historia, memoria y costumbres. Los exilados, tienen a su ciudad en su alma, como bitácora de la vida, al igual que el violinista lleva su violín en su corazón”.

La cuarta parte del libro, titulada “Poemario de canciones”, contiene diez poemas. En uno de ellos, que lleva por título “Contracorriente”, escrito el 28 de noviembre de 2 014, nuestro poeta Luis se adhiere a las causas justas de la humanidad, se convierte en la voz de los que no tienen voz, al igual que lo han hecho muchos otros poetas como Guillén, Martí, Cardenal, Neruda, Adoum… “Amigos: ¿Conviene vivir a contracorriente?”, pregunta nuestro poeta. Y con firme convicción responde: “Sí”, y explica: “Porque estamos en contra de un sistema que nos oprime, somos contracorriente, gracias a ello, luchamos por alcanzar un mundo mejor. No solo hay que vivir sino pensar en contracorriente”.

La quinta y última parte del libro, titulada “Poemario de alimentos para el alma”, contiene cuatro poemas. José Ingenieros, en su magistral obra “Las fuerzas morales”, dice: “El terruño es la patria del corazón. De todos los sentimientos humanos, ninguno es más natural que el amor por la aldea, el valle o la barriada en que vivimos los primeros años. En el terruño se oyen las primerias nenias maternales y se escuchan los consejos del padre; se forman las intimidades de colegio y se sienten las inquietudes del primer amor; se tejen las juveniles ilusiones y se tropieza con inesperadas realidades; se adquieren las más hondas creencias y se contraen las costumbres más firmes. La fuerza del sentimiento lugareño se comprende mejor a la distancia. A medida que se avanza en edad los recuerdos del terruño se idealizan, olvidándose todo lo malo, acentuándose todo lo excelente”. Así pues, nuestro poeta Luis, en su “Poema de amor a Atuntaqui”, escrito el 14 de febrero de 2 013 -justamente el día que se celebra al amor y la amistad-, hace gala de toda su elocuencia para enaltecer a su ciudad natal, en una formidable síntesis que grafica lo hermoso de su tierra, su historia, sus héroes, sus batallas, la laboriosidad de sus hijos. “Ciudad de calles inclinadas, en las faldas del Taita Imbabura… que tiene la historia de su fortaleza y de los más grandes guerreros: Cacha y su hija Paccha… Tus hijos: se convirtieron en arrieros, en halcones de la serranía. Hemos logrado ahora: la ciudad industrial, de artistas y artesanos, cuna de los forjadores del futuro…”, son algunos de sus versos.

Otro de los poemas de esta quinta parte del libro, es el titulado “Poema para Nicolás”, escrito el 1 de enero de 2 017. La ley de la vida, ha estatuido como regla general que los hijos entierren a sus padres. Pero cuando esa ley, nos muestra su indeseada excepción, cuando los padres tienen que enterrar a sus hijos y los abuelos a sus nietos, eso sí que duele demasiado, lo digo por experiencia propia. Los diccionarios tienen definiciones para la orfandad o para la viudez, pero ninguno, para definir las pérdidas de los hijos, los nietos o los hermanos. Tomo prestadas las palabras de Benedetti, cuando dice: “Murió es el derrumbe de la vida, murió viene de adentro, trae la verdadera respiración del dolor, murió es la desesperación, la nada frígida y total, el abismo sencillo, el abismo”. En relación al “Poema para Nicolás”, no sé de dónde habrá sacado nuestro amigo Luis, la fuerza necesaria para escribir los amorosos versos dedicados a su pequeño nietecito que partió tempranamente a la eternidad. Seguramente, en la hoja que lo escribió, se habrán mezclado la tinta de su bolígrafo con muchas lágrimas salidas de su alma y vertidas por sus ojos. Escribe el poeta, en su dolor: “Por ti, pequeño Nicolás, hemos llorado en silencio, abriendo caminos para estar contigo… Ríos de vida hemos llorado por ti, pequeño querubín… Con nuestros sollozos, hemos formado arroyos, para seguir el curso de los ríos, pensando encontrarte en el mar”…

Para terminar, felicito efusivamente a mi buen amigo Luis, por su brillante producción poética; agradezco a todos los presentes por su gentil atención; y, parafraseando al gran escritor colombiano José María Vargas Vila, expreso mi alegría al constatar que, una ciudad pequeña como Atuntaqui, sigue alimentándose cada día de la gloria de sus hijos.

Atuntaqui, 18 de agosto de 2018