Orgullo o vergüenza de las realezas. 1830

Por: Dr. Pedro Reino Garcés
Historiador/Cronista Oficial de Ambato

En América, y en nuestro medio en particular, los pujos por vincularse a herencias aristócratas y a linajes, es un síndrome o complejo de inferioridad y del racismo, puesto que no hemos asumido el mestizaje como nuestra marca identitaria. Lo más grave es que con pujos de aristocracia, nuestros supuestos nobles que han pasado a élites económicas y políticas, fundamentan este orgullo con un nivel de ignorancia vergonzante, puesto que si tuvieran información histórica de la problemática de la “nobleza”, se quedarían cortos ante los supuestos árboles genealógicos.

Veamos el ejemplo de la reina Isabel II (Madrid 1830-París 1904): “apenas cumplidos los 13 años se inició en el fornicio con Salustiano Olózaga, el ayo encargado de su instrucción”. El historiador español Juan Eslava, (2017, Historia de España contada para escépticos) es mordaz en sus apreciaciones cuando de ella afirma, que esta reina, “según algunos biógrafos…pasó por la vida como una perra en celo, ayuntándose con todo el que le apeteció sin atender al qué dirán ni a las consecuencias:

Sus amantes más conocidos fueron: Vicente Ventosa, expulsado de palacio por “razones graves”; el maestro de canto Francisco Fontela, llamado Valldemosa por haber nacido en Palma de Mallorca, a quien la reina concedió la Cruz de Carlos III; el general Francisco Serrano al que ella conocía como “el General Bonito”; el cantante José Mirall; el compositor Emilio Arrieta; el coronel Gándara; Manuel Lorenzo de Acuña, marqués de Bedmar; el capitán Ruiz de Arana, a quien ascendió a coronel y otorgó la Cruz Laureada de San Fernando; el teniente de ingenieros Enrique Puigmoltó y Mayans, de cuya relación nacería el futuro Alfonso XII; el general Leopoldo O’Donnell; el secretario Miguel Tenorio; el cantante Tirso Obregón; José de Murga y Reolid, primer marqués de Linares por gracia real; Carlos Marfori y Calleja, gobernador de Madrid y Ministro de Ultramar, que le seguirá en su exilio; el capitán de artillería José Ramiro de la Puente; y su administrador y secretario en París, José Altman. Con el marqués de Bedmar intercamibó apasionada correspondencia…”

Sin contar con los abortos, Isabel II tuvo 12 hijos que por estar casada por conveniencias políticas con Francisco de Asís la ley atribuye que son del padre. Una moneda acuñada para la época dice “Isabel II Por la Gracia de Dios y de la Constitución, Reina de las Españas”. Podemos decir que esta reina ya no nos pertenece, porque gobernó desde 1833 hasta 1868. Murió de 73 años.

Para tener idea de una reina que sí nos gobernó, miremos a su abuela, María Luisa de Parma, madre de “nuestro amado rey” Fernando VII, como escribieron los próceres ambateños de la época de la independencia. A esta reina, “a la que el poeta Espronceda llama inspiradamente “impura prostituta”, confesó en su lecho de muerte…al agustino Juan de Almaraz, que ninguno de sus 14 hijos eran del rey Carlos IV. Lo supo Fernando y confinó a Almaraz de por vida a un lóbrego calabozo de la fortaleza de la Peñíscola.” Juan Eslava indica que el documento existe hasta ahora custodiado en el Archivo del Ministerio de Justicia.

Después de esta panorámica, ¿Cuál es la idea de la nobleza, y qué argumentos se tienen para sentir ese orgullo con los datos de pureza de sangre para reconocer distinciones? De otro lado, esta es la progenie de quienes nos han gobernado y nos siguen gobernando con doradas genealogías. Los modelos de donde provienen no piden más argumentos.