Gringos vs. Aucas. 1956

Por: Dr. Pedro Reino Garcés
Historiador/Cronista Oficial de Ambato

Después de lo ocurrido el 8 de enero de 1956, fecha en que murieron “cinco misioneros sacrificados por los aucas: Nataniel Saint, Eduardo McCully, Rogerio Youderian, Jaime Elliott y Pedro Fleming”, pasaron cosas extrañas. Estos gringos llegaron en su “avioneta divina” convencidos de “que tenían una preparación excelente, una inteligencia extraordinaria, y sobre todo una unción espiritual del poder de Dios, que los hacía sencillamente atractivos” (Savage Roberto, y Andrade Crespo José, El Drama del Curaray, Ed. Artes Gráficas, Quito, ¿1956?). No pudieron con los aucas, que se supone son los primeros hijos de ese mismo Dios, del que los gringos les vinieron a predicar. Claro, traían el verbo de la domesticación para detectar y extraer su petróleo.

Saint, que era piloto de la segunda guerra mundial, y que tenía a su haber siete años de haber incursionado en la jungla, en sus discusiones con pastores protestantes en la Iglesia del Divino Redentor en Quito, había dicho que los aucas eran una petrificación de la edad de la Biblia.

Al discutir el por qué andaban desnudos tanto hombres como mujeres, unos decían que no se habían puesto hojas de parra porque no las había en esos climas, o porque tenían que importarlas de otros mundos. Los hombres no se ponían hojas, porque les tapaba, no solo lo que tenían sujetado a la cintura con el cordón “Komi”, sino todo el cuerpo. Las mujeres, porque no necesitaban de quién taparse, hasta que habían llegado los gringos que eran caníbales. Otros decían que ellas no querían taparse con hojas para tener las manos libres.

También contaban que las esposas de los misioneros les habían mandado, en una de sus incursiones al Aguarico, calzonarias para las mujeres, pero que luego de colocarlas, no las habían resistido, porque en ellas habían hecho nido las hormigas “saca calzón”.

Cuando otro de los misioneros conversaba que le había dado un ramilletito de flores silvestres a una de las muchachas Dayumas, en señal de amistad; ellas no lo entendían por qué les daban cosas que servían de atractivo a las avispas, a los tábanos y a las hormigas, pero que parecía que estaban agradecidas con las intenciones de los gringos. También recordaban que les habían regalado gafas, paraguas y corbatas usadas a indios de Shell-Mera; y que semanas después, un indio Palate se les había aparecido en el pueblo, desnudo, y usando tan solo sus obsequios: estaba con paraguas, gafas y corbata; y en pelotas.

Rogerio Youderian, que dirigía la construcción del Hospital Voz Andes de Shell-Mera, decía que el Creador había olvidado a los aucas en la selva debido a un conjuro practicado por los shamanes que curaban todo con barbasco y ayahuasca, más otras hierbas que permitían ver el futuro mejor que nadie. Tomando algún sorbo que le dieron los indios pudo recordar sus tiempos de combatiente en la Segunda Guerra Mundial, como valeroso soldado americano, héroe del imperio yanky.

Roger Youderian “frecuentemente logró escapar de serios peligros en medio de las batallas con los japoneses, sin embargo una lanza de tres metros de largo arrojada por un auca le causó la muerte” (Savage Roberto, y Andrade Crespo José, El Drama del Curaray, Ed. Artes Gráficas, Quito, ¿1956?).

Roger murió viéndoles los ojos a los aucas, y acordándose de los japoneses. Vio cómo volaba una lanza de tres metros, de chonta, cual avión de combate piloteado por un auca, con lo cual se aceleró su llegada al paraíso y al panteón norteamericano. Lastimosamente nadie ha recogido el nombre del waorani para hacerle un monumento en la selva, sobre todo por tener el mérito de haber derribado con su lanza, a un héroe, piloto norteamericano. Y Así las cosas, Dios se olvidó de los aucas y confundió las religiones con las aberraciones de los gringos.