TREN A CHUCHUBAMBA

Tren a Chuchubamba by Pedro Reino

 

Por:  Juan Gabriel Araya Grandón*[1]

 

 

El escritor ambateño Pedro Reino (cantón Cevallos, Ecuador 1951) consagra su escritura con la publicación de su novela Tren a Chuchubamba[2] (2015), un relato de gran calidad literaria, veraz y entretenido, acerca de historias y percances contados por los pasajeros del histórico tren Guayaquil- Quito. Un medio de comunicación de gente que vive entre las aberturas de la Cordillera de los Andes y la costa[3]. Son historias breves contadas por paisanos procedentes de Oriente, Patate, Quero, Pelileo,  Pilaguín, Guaranda, Urbina y de otros pueblos y caseríos de contrafuertes cordilleranos del Ecuador.

La novela, merecidamente obtuvo el Premio Nacional de Literatura Miguel Riofrío, en Ecuador el año 2014, núcleo de Loja. Fue redactada entre Ambato, Andignato del cantón Cevallos y Río Negro del cantón Baños.

Estimamos que estos cuentos, crónicas de viaje, apuntes, aguafuertes, relatos breves construyen la novela al modo técnico de un fix-up, utilizado por Ray Bradbury con mucho éxito; se advierte también en La guerra gaucha (1905) de Leopoldo Lugones. Un fix-up es una novela construida mediante cuentos que pueden leerse de manera independiente, pero que mantienen cierta relación argumental entre sí, y cuyo sentido completo se alcanza en el conjunto[4]. Es un armazón común de cuentos combinados con lazos, que unifican todos los cuerpos. Otro ejemplo del uso de esta modalidad es el libro Crónicas marcianas (1950).

En el caso que nos convoca, podemos decir que el narrador desarrolla su serie de acciones obedeciendo a un plan preconcebido, apoyado textualmente en su biografía, en la historia ecuatoriana y en su topografía. Viene a constituir la novela una especie de memoria ecuatoriana. Cada narración, por tanto, está compuesta por una sucesión de acontecimientos de interés humano, formando una cadena de significados, unidos por una intencionalidad global.

El motivo del tren utilizado por este escritor, ha sido tratado, también, por notables escritores, recordemos algunos: la británica Agatha Christie, autora de Asesinato en el Orient Express (1934), el húngaro Lajos Zilahy autor de La ciudad errante (1939), el mexicano Juan José Arreola, autor del cuento El guardagujas (1952) y el chileno Hernán Rivera Letelier, autor de la novela Los trenes se van al purgatorio (2000).

El Tren a Chuchubamba forma parte de esta saga literaria. Es una novela que se construye a partir de la experiencia viajera del autor, de sus vivencias y de su notable dominio del español y quichua. Este narrador presenta rasgos de un gran dinamismo, pues se escinde y se multiplica en variadas voces narrativas. El narrador básico es Pedro, quien después de años de ausencia regresa a su pueblo; alternándose con las múltiples voces que cuentan sus historias.

En este tren viaja Pedro, pensando en su vida estudiantil en Guayaquil, y en el encuentro que tendrá con su familia en Chuchubamba. Es un viaje de cuatro días, extenuante. Cree que dormirá en Riobamba y que después de medio día llegará a su destino, allí se descargarán los plátanos, las naranjillas, las piñas, los mangos y las frutas fletadas de ese lugar hacia Ambato[5]. Delicias del trópico para el paladar de los montañeses.

El ferrocarril Guayaquil- Quito fue una gran obra de ingeniería que unió dos grandes regiones del Ecuador: la costa y la sierra. Es una vía férrea construida a fines de 1910, una verdadera hazaña para la época. Dice la historia que el presidente Eloy Alfaro fue el gran impulsor de su realización.

Chuchubamba es un pueblo imaginario y real al mismo tiempo, descrito magistralmente, con abundancia de efectos costumbristas, políticos y biográficos de su autor. Representa el viaje interminable de un tren que sube de la costa a la sierra, con viajeros que, siendo personajes de la realidad, aparecen fantasiosamente caracterizados. Esta dicotomía aparente entre lo real e imaginario es la tónica que se repetirá a lo largo de la obra. Por ejemplo, ¿es real o imaginario el episodio en que los “escribidores”, les escribían las cartas a mujeres analfabetas con sobres aéreos para que llegaran más rápido por una tarifa modesta?[6] García Márquez habría envidiado el cuentecillo que se relata:

En Chuchubamba todos escribían cartas para Guayaquil, para Quito, para Milagro, para Tambillo, para Ríobamba, para Huigra. Cartas para el frío y para lo caliente. Las tiendas del pueblo vendían papel con “sobres de tierra” y con “sobres aéreos”. Los de papel más livianito y con sobres de colores azul y rojo en los bordes eran los aéreos. A pesar que todo iba en el tren, se decía que las cartas en sobre aéreo llegaban más rápido.

La calle que iba para la plaza era un papel de tierra por donde pasaban escribiendo sus humildades los burros de orejas…

En Chuchubamba, los escribidores eran especialistas conocidos que daban interpretaciones a las ideas que les explicaban sus clientes, para poner en las cartas que les dictaban los analfabetos de los pueblos vecinos[7].

¿Es real o imaginario que políticos, en busca de la inmortalidad, mandaban hacer sus propias estatuas a comerciantes italianos, poniendo como condición que sus caras no fueran aindiadas? ¿Real o imaginario? Las palabras de la prologuista Sonia Manzano[8] expresan:

La realidad se mezcla con la ficción, la historia con el mito, el reino de los muertos con el de los vivos en esta novela “ferroviaria”, dentro de la cual convergen relatos autónomos, tratados con tanto detenimiento y prolijidad de detalles, que bien ciertos capítulos de esta obra podrían ser considerados como virtuales embriones de novelas que piden a su autor ser llevados a su pleno desarrollo.[9]

En verdad todo texto es real e imaginario, así es la creación literaria. Según Sábato la realidad es a la vez objetiva y subjetiva, está dentro y fuera del sujeto.

Insistimos, el texto que se lee a continuación ¿Pertenece a alguna realidad o la fantasía lo supera? Lo que cuenta el autor forma parte de una realidad deformada ¿Es una burla, un sarcasmo, una ironía? ¿Es así el actuar de la clase política gobernante? ¿Es tan grande la vanidad de este sujeto, que lo conduce a mirarse en el espejo de una estatua, a pesar del ridículo que provoca? Dice el narrador:

Pues entonces se negocia el aumento de la importancia del personaje y se la manda a elaborar en Europa, con el consiguiente costo; pero el resto del cuerpo ya queda negociado, y se lo arma por acá sin inconvenientes.

Creo que usted y yo debemos operar con los políticos acorde a los nuevos tiempos, dijo el Asesor Político. Ya pasó la época de hacer cabezas de Bolívares. O’Higgines, de Sucres, de Lavalles, de Millares, por muchos lados. También hemos hecho Santanderes, Nariños, y Sanmartines. La mayoría de municipios ya ni siquiera están poniendo estos nombres a las calles, sino nombres de ellos mismos o de sus mujeres y concubinas. Claro que cuando se inaugura un nuevo municipio me va mejor porque todavía ponen Bolívares en las plazas, pues ahí necesitan hasta esculturas de caballos. ¿Y no han hecho Atahualpas, Mama Occllos, Rumiñahuis, Huáscares, Yupanquis, Ninacuros, Tutushimis, Chirisiquis, Lulunsapas, Tibanquisas, Martinillos, Feli-pillos?

De esos casi que ni quieren hacer ni en Italia ni en Francia. Además, no son caras importantes sino para indios alzados y revoltosos[10].

EL ACONTECER NARRATIVO

En relación con la disposición de los acontecimientos, el orden de la memoria desarrolla la historia y el acontecer del relato.

El orden temporal se constituye por la sucesión de los hechos evocados por el discurso; por consiguiente, sólo estará presente en el caso de un discurso referencial (representativo) que tenga en cuenta la dimensión temporal, como es el caso de la historia o el relato; estará ausente tanto del discurso no representativo (por ejemplo, de la poesía lírica) como del discurso descriptivo (por ejemplo, el estudio sociológico sincrónico). [11]

Por tanto, este es un relato que se estructura en función de la partida del tren de Guayaquil –bajo un sol tropical- desde la estación de Durán exactamente a la mítica estación de Chuchubamba.

En cada uno de los acontecimientos narrados hay un sujeto o narrador intradiegético dentro de la historia, testigo de las situaciones que se cuentan, o un auditor privilegiado del cuento de otros sujetos. El narrador personaje, escucha a hablantes que, a su vez, narran sus historias, constituyendo un rico tejido polifónico, una técnica usual del autor, presente también en su anterior novela Nido de rifles (2018), un dibujo descarnado y caricaturesco de próceres de la Independencia y de guerras civiles. De este modo, el narrador de Tren a Chuchubamba incluye en sus críticas a políticos del período independentista y de su propia actualidad. Por ejemplo, leamos el párrafo siguiente:

Usted debe saber que, en nuestros pueblos, todo el que llega a presidente, a diputado, a alcalde, a gobernador, a ministro o de lo que sea… está convencido que un día va a tener su escultura su nombre de calle y de plaza, etc.… no importa si han hecho buena o mala administración, si han robado poco o mucho.[12]

En esta queja ciudadana e histórica, el autor satiriza al poeta Joaquín Olmedo, al propio Bolívar, a Manolita, al argentino General Roca, causante del exterminio de los indios de la Patagonia, y a otros, entre ellos Naranjo, Vela, Chacón. Como se aprecia este narrador tiene como misión desacralizar a personajes públicos bajándolos de su histórico pedestal. Procede sarcásticamente con ellos, al igual que en su novela Nido de Rifles. Tampoco le es ajeno anotar en sus páginas el desacierto poético del poeta neoclásico Joaquín Olmedo, quien escribió un entusiasta y delirante panegírico a Simón Bolivar. Como se sabe el Libertador, pese a este pródigo elogio, no acepta la comparación con personajes del Olimpo griego, y en una epístola famosa entrega su opinión al respecto. Hagamos un recuerdo de ella:

Usted debió haber borrado muchos versos que yo encuentro prosaicos y vulgares, o yo no tengo oído musical. Confieso a usted humildemente que la versificación de su poema me parece sublime: un genio le arrebató a usted a los cielos. Usted dispara donde no se ha disparado un solo tiro; usted abrasa la tierra con las ascuas del eje y de las ruedas de un carro de Aquiles que no rodó jamás en Junín; usted se hace dueño de todos los personajes: de mí forma un Júpiter, de Sucre un Marte, de Lamar un Agamenón y un Menelao, de Córdova un Aquiles, de Necochea un Patroclo y un Ayax. De Miller un Diómedes y de Lara un Ulises. Usted nos hace a su modo poético y fantástico y para continuar en el país de la poesía y la ficción de la fábula, usted nos eleva con su deidad mentirosa como el águila de Júpiter levantó a los cielos a la tortuga para dejarla caer sobre una roca que le rompiese sus miembros rastreros, Usted, pues, nos ha sublimado tanto, que nos ha precipitado en el abismo de la nada, cubriendo con su inmensidad de luces el pálido resplandor de nuestras opacas virtudes.[13]

En la línea trazada de exaltación y de alabanzas innecesarias de Olmedo, como se ha dicho políticos ecuatorianos, ya no en versos sino en metal, mandan a hacer, en vida sus propias estatuas y esculturas. Vanitas vanitatis, quien más quien menos, se estima digno de una reproducción en fierro o bronce, en alguna plaza o parque, el sujeto “la manda a elaborar en Europa con el consiguiente costo; pero el resto del cuerpo ya queda negociado, y se lo arma por acá sin inconvenientes.”[14]

Todo el texto anterior es ¿real o imaginario? La respuesta a esta afirmación se encuentra en el asombro, en lo real maravilloso ecuatoriano, en aquello que cuesta creer, en el exceso de triunfalismo de los egos. Existen en América otros casos, aunque no iguales. En un parque chileno de Santiago, feligreses y admiradores de un jerarca de la iglesia católica, a su muerte le erigieron una formidable estatua por su gran obra cristiana realizada. Sin embargo, al poco tiempo investigaciones y acusaciones realizadas se descubrió que había sido un corrupto y un depredador sexual oculto bajo su magisterio. Desmontaron la estatua. Fue a parar a una escondida bodega, conjuntamente con la vergüenza de sus constructores y fieles ¿Quién ideó la imagen?

El suceder narrativo o el acontecer de la obra es su aspecto más dinámico, pues pone el relato en movimiento al hacer que los lectores, cambien de escenario constantemente, según el giro que adopten los sujetos al contar sus anécdotas y relatos pueblerinos. Este suceder narrativo es organizado a la manera de secuencias, cada una independiente de otra, constituyendo bloques de unidades argumentales.

En el nivel del acontecer, por tanto, es posible distinguir secuencias narrativas. Por ejemplo, de la secuencia denominada La señorita del abanico nos trasladamos a Por culpa del derrumbe, que relata otro suceso independiente del anterior, pero unidos por las usuales detenciones en la estación de Alausí u otra. En todos los paraderos los pasajeros aprovechan la ocasión para entablar sabrosas conversaciones, y transmitirlas, de tal modo que al unir estos relatos se forma una novela, al modo de los cuentos clásicos de Las mil y una noches. Son historias engarzadas que forman una cadena de temporalidad en la cual se vertebra la narración novelesca.

Las bancas de la estación del tren eran tan cómodas que hacían que las personas se acomodaran ahí perfectamente a recordar el paso de la vida. Ahí estaban unos pasajeros de Pelileo conversando con el señor Alfredo Sánchez que era profesor en la escuela Joaquín Arias.[15]

REPRESENTACIÓN AUTORIAL

Existe claramente una perspectiva autobiográfica del narrador básico. Pedro que regresa a su tierra es protagonista y testigo de la mayoría de los episodios. En consecuencia, el contenido de su mundo se compone, como se ha mencionado, de anécdotas, relatos breves, inclusión de archivos y, documentos de época, interpolados en el texto. Variados hablantes del tren relatan historias personales, poniendo en práctica la vieja oralidad. La escritura de estas se ordena secuencialmente. Cada narración está compuesta por una sucesión de acontecimientos de interés humano e histórico. Las secuencias se organizan, de acuerdo con el orden de aparición y de las alternancias de los planos temporales.

Pedro Reino en una declaración hecha en entrevista de Erna Pfeiffer afirmó:

No quiero hacer literatura fantástica ni puramente imaginativa, creo que tengo cualquier cantidad de argumentos y de sucesos que transmitir desde la cantera de la realidad dura encontrada en los archivos: juicios, testamentos, documentos de viajeros, de arrieros, de prostitutas, de declaraciones de nobleza, de negocios de negros, de toda esta gente, hay mucho que contar para devolverle el imaginario a la colectividad.[16]

Lo que nos cuenta este narrador en consecuencia, es el relato de su propia juventud y de los papeles leídos en archivos, notarías y biblioteca. Esa es su materia prima.

Importa señalar que nuestro novelista colorea su relato recurriendo, no solo a sus dotes de escritor, sino también a sus habilidades de pintor, músico, poeta y fotógrafo. Por esa razón, en su obra la geografía paisajista es privilegiada. La percepción visual es fundamental en este creador. Ella va unida a la olfativa, los olores de las naranjillas traspasan imaginariamente el papel y llegan a nuestras narices, sus fragancias son capaces de meterse, incluso en la Nariz del Diablo[17]. El color de los duraznos maduros o la dentadura de choclo tierno[18] son imágenes que ejemplifican el poder de los sentidos.

No se nos escapa el conocimiento de las complejidades de la vida que tiene el autor Pedro Reino ni la cultura de los sentidos que posee, tampoco ignora el medio y las ideologías que interpretan el mundo. Decimos esto porque el autor no le tiene miedo a los problemas que surgen en el diario vivir de la existencia. Forma parte de esa realidad y desempeña en ella un papel especial: el del creador de valores artísticos, por medio de los cuales la sociedad toma conciencia de sí misma. El escritor descubre para la sociedad la cara del mundo, en su doble aspecto: el humano y el histórico, este es el caso de Reino.

Un libro suyo en la dirección anterior es Ecuador: Identidad a martillazos Reflexiones sobre nacionalidades y la identidad ecuatoriana (2018), prologado por el Doctor español Juan José La Calle, quien dice “el autor de este libro, D. Pedro Reino Garcés, es para mí un ejemplo vivo de lo que debe ser un intelectual crítico”[19]. Afirmación que compartimos ampliamente. Dicho libro desde el punto de vista histórico está escrito con erudición y valentía. En él no hay prejuicios raciales ni sociales, pero sí reconocimiento a los intelectuales honestos, a aquellos que no tergiversan la historia.

Por tales razones, la historia de Ecuador a partir del 1900 se hace visible protagónicamente en sus páginas. La fábula de la novela apunta a la figura del presidente Eloy Alfaro, líder de la revolución liberal y mártir de la patria, asesinado por las huestes conservadoras en 1912, conjuntamente con el General Pedro Montero. Reino no oculta sus simpatías por este personaje que vertebra su narración, lo recuerda:

Al detenerse el tren en la estación del pueblo de Huigra, los pasajeros comentan la trascendencia de ese pueblo para la historia de Ecuador:

Dicen en la estación cayó con infarto el General Leónidas Plaza Gutiérrez. Venía de Guayaquil y se impactó viendo la escultura de don Eloy…los que dicen la verdad saben que esa mirada terrible de bronce que tiene esta escultura, es la que le mató al sinvergüenza de Plaza Gutiérrez. Alfaro le había quedado mirando con ese desprecio que merecen los traicioneros.[20]

El carácter paródico cuestiona los modos de representación de la narración y de los discursos culturales. Pedro Reino Garcés con habilidad de novelista incluye, como se ha dicho, fragmentos biográficos acerca de familiares; sus ancestros le dan un mayor sustento de credibilidad al relato, tal como se lee en las líneas siguientes:

¿Dónde estarán los huesos de Manuel Reino que fue soldado de Simón Bolívar por 1808? ¿Dónde caería muerto don Pedro Reino Carrillo que fue soldado de la Independencia? ¿Y su hijo Manuel Reino Pazmino que se hizo soldado de las revueltas políticas entre 1840 a 1850?[21]

En el mes de abril de 2013 Erna Pfeiffer, traductora austriaca, escritora y gran intelectual entrevistó a Pedro Reino en su calidad de Cronista Oficial y Vitalicio de la Ciudad de San Juan de Ambato, en dicha entrevista se encuentran datos muy útiles en relación con su biografía. En esa ocasión indicó “Yo estoy escribiendo una nueva novela para engranar la época de Alfaro, y un poco para contar la historia de mi padre, porque está relacionada a la misma época, la de las vivencias de un Ecuador durísimo.”[22]

Esa nueva novela que anuncia Reino, en aquella época, es precisamente Tren a Chuchubamba, y como sabemos, el autor ya tiene experiencia en la escritura de novelas, anteriormente ha publicado varios relatos y dos novelas: La Ushinga (2015)[23] y Mazorra. Las voces de mis calaveras (2009) [24]. La primera se refiere a la vida de una prostituta de la colonia llamada con el nombre que indica el título. La segunda se refiere a las atrocidades cometidas por el gamonal de ese apellido. Todos estos relatos llevan el sello de la región habitada por el autor, al igual que las mayorías de sus crónicas.

Se hace imposible, en este artículo no nombrar la serie de grandes escritores de Ambato, entre ellos, el ensayista ecuatoriano Juan Montalvo, autor de Siete tratados (1882-1883)[25], Juan León Mera, autor de la novela romántica Cumandá o un drama entre salvajes (1879), y Jorge Enrique Adoum autor de Entre Marx y una mujer desnuda (1976). A estos calificados escritores hay que sumar a Pedro Reino, académico y Cronista Oficial de Ambato.

Hemos leído y comentado una magnífica novela, digna de figurar en el canon de la novela ecuatoriana del presente. Creemos que los méritos del narrador lo sitúan al lado de los ilustres escritores de Tungurahua. Concluyamos este trabajo con una cita del propio Reino, que podría ser lema de cualquier otro viajero, capacitado para sentir la vida real de los pueblos de Nuestra América:

El tren de mis viajes seguirá buscando estaciones para que la gente hable de nosotros. No de nuestras biografías, sino de las cosas que nos sigue contando la gente que paga su pasaje pero que viaja conforme, a ninguna parte.[26]

NOTAS:

*Profesor Titular de la Cátedra de Literatura Hispanoamericana de la Universidad del Bío Bío. Miembro Correspondiente de la Academia Chilena de la Lengua.

[2] Para efectos de lectura y análisis, se trabajará a lo largo de todo este trabajo con la 2da. edición de esta novela.

[3] Pedro Reino, Tren a Chuchubamba, Ambato, Editorial PIO XII, 2015, p. 19.

[4] Fernando Moreno, Teoría de la literatura de la ciencia ficción: poética y retórica de lo prospectivo, Vitoria, Portal Editones, 2010, p. 462.

[5] Op. cit., “Despedida”, p. 24.

[6] Op. cit., “Los escribidores de Chuchubamba”, p. 208.

[7] Op. cit., “Los escribidores de Chuchubamba”, pp. 209-210.

[8] Sonia Manzano Vela, además de ser la prologuista de la novela Tren a Chuchubamba, es poeta, narradora y pianista ecuatoriana.

[9] Op. cit., “Prólogo”, p. 10.

[10] Op. cit., “El señor del maletero de cuero”, p. 84.

[11]Oswald Ducrot, Diccionario enciclopédico de las ciencias del lenguaje autor, Siglo XXI, México, 1975, p. 339.

[12] Op. cit., “El señor del maletero del cuento”, p. 85.

[13] Op. cit., p. 89.

[14] Op. cit., p. 85.

[15] Op. cit., p. 33.

[16]Erna Pfeiffer, “Entrevista con Pedro Arturo Reino Garcés”, en América: Guitarra de otros verbos. Edición crítica y traducción de Erna Pfeiffer, Frankfurt, Peter Lang Edition, 2013, p. 412.

[17] Nariz del Diablo es una montaña rocosa, conocida con dicho nombre al ser dinamitada varias veces para la construcción de unas vías. Sin embargo, y para la sorpresa de los trabajadores, la montaña tomó la forma de nariz, y frente a la imposibilidad de destruirla, los habitantes de alrededores creyeron en la presencia del diablo.

[18] Op. cit., p. 246.

[19] Pedro Reino, Ecuador: Identidad a martillazos Reflexiones sobre nacionalidades y la identidad ecuatoriana, Ambato, Maxtudio, 2018, p. 5.

[20] Op. cit., p. 114.

La escultura de bronce de Eloy fue esculpida por Carlos Mayer en 1928, al tiempo se rememora la traición del General Leónidas Plaza Gutiérrez, uno de los culpables del asesinato de Alfaro.

[21] Op. cit., p. 165.

[22] Erna Pfeiffer, “Entrevista con Pedro Reino Garcés”, en América: Guitarra de otros verbos. Edición crítica y traducción de Erna Pfeiffer, Frankfurt, Peter Lang Edition, 2013, p. 414.

[23] Pedro Reino, La Ushinga, Ambato, Editorial Pío XII, 2007.

[24] Pedro Reino, Mazorra. Las voces de mis calaveras, Ambato, Casa de la Cultura Ecuatoriana: Núcleo de Tungurahua, 2009.

[25] Siete tratados son ensayos publicados en dos tomos, uno en 1882 y el otro en 1883.

[26] Op. cit., “Agradecimiento al Dr. Miguel Riofrío Sánchez y a la casa de la cultura de Loja”, p. 256.