Era un día gris. Hacía sol

Por: Shirley Ruiz
FSMET Col-Lat, Costa Rica

A penas está saliendo el sol, es Jueves por la madrugada, si fuera sábado tal vez la siguiente ronda de cervezas las invitaría yo y continuaríamos hablando sin la necesidad de conectar la lengua al cerebro, pero a esta hora lo que suena es la cafetera y en las afueras el cantar de los pájaros me recuerda que acompañarnos con un café negro y fuerte hará de este largo camino un poco más llevadero.

Y es que una vez leí una frase que decía: “Líbranos del bien”, y resuena una y otra vez esta frase en mi cabeza, principalmente cuando pienso en que las llamadas “personas de bien” muchas veces son las que nos recuerdan que el puritanismo es muy hipócrita, Emma Goldman me lo recuerda en sus escritos.

¿Recuerdan el caso “Will Smith”?, ¡como no olvidarlo!, pobre tipo, como dice el dicho: “le salió el tiro por la culata”, yo no podría decir si él es el bueno o el malo en esta historia, pero los de “bien” terminaron castigando y juzgando una reacción, que para ser sincera, yo he actuado como Will  en otras épocas de mi vida.

En el año 1991, estaba yo en sétimo año y tenía una compañera que le gustaba quitarnos la merienda en los recreos, la verdad nunca entendí por qué ella hacía eso, no era alguien que pasaba hambres y necesitara comida, simplemente le gustaba robarnos las meriendas.

En ese año había salido un nuevo helado de temporada y yo había ahorrado para comprármelo, llegué a mi clase y puse mi helado en el pupitre, me levanté a traer unas servilletas y cuando me di vuelta allí estaba ella comiéndose mi helado, fue tanta la rabia que sentí, que me le tiré encima y empecé a golpearla.

De pronto entre gritos y euforia, estábamos rodeadas de compañeras y profesores que nos separaron, me llevaron a la dirección porque yo había iniciado el pleito, llamaron a mi papá y mamá y me castigaron con una expulsión y varios trabajos escritos en algunas materias.

Mis padres muy molestos también me castigaron.

Pero, nadie se detuvo a pensar el por qué de mi reacción, nadie me preguntó: ¿Shir, porqué le pegaste a fulana? ¡No! Simplemente me castigaron porque yo inicié un pleito.

No todo fue tan malo, mi compañera nunca más volvió a tocar las meriendas de ninguna, así que valió la pena el castigo que recibí y ¡salió el sol!

Hace unos días leía sobre un hombre que agarraron robando comida en un supermercado, y sí, lo primero que se nos viene a la mente es: ¡Bien, un ladrón menos en la calle!

Tal vez si cerramos nuestros ojos podríamos retroceder un poco la historia y este hombre no tiene trabajo, no porque no quiera, sino porque ha hecho de todo y aún así no consigue empleo y tiene hijos que esperan con hambre a que su papá les lleve un pedazo de pan.

No estoy justificando nada ni tampoco estoy motivando a robar, pero qué complejo es cuando los de “bien” son los que nos roban y arrinconan a ciertas situaciones simplemente porque a ellos no les afecta si hay desempleo, no les afecta si los precios de la canasta básica suben todos los días, no les afecta si alguien hace una, dos o tres comidas diarias, a los de “bien” no les importa nada ni nadie porque los sobros de sus comidas van para la basura diariamente porque no tienen la necesidad de guardar “sobros” para comer al día siguiente, mientras tanto otra persona roba pan para no morir de hambre. ¡Y el día es de color gris!

El hambre está ahí, regresa, se siente, palpita, toma forma como esas molestas telas de araña que quitamos todos los días pero vuelven a salir como si la casa estuviera desocupada.

El hambre se sienta y me mira de frente y me recuerda que en mi mundo solidario debo matar el hambre antes de que ella nos mate y que debemos volver a intentarlo con golpes, con rabia, codo a codo, una y otra vez, aprendiendo de como los “sin nombre” comparten sus escasos recursos con la esperanza de que nadie se acueste sin comer, mientras los de “bien” con odio y furia van por el mundo pisoteando la vida porque ellos no saben de hambres.