Mayusculitis

Por: Manuel Felipe Álvarez-Galeano, PhD
Colombia

El oficio de corrector o revisor de textos exige, además de las diversas modificaciones de carácter ortotipográfico, la comprensión de recurrencias que configuran fenómenos que deben enumerarse de manera problematizada para implementar un trabajo que es indispensable, la pedagogía; de lo contrario, terminan convirtiéndose en un monótono aserrín que hace que el vínculo entre autor y editor sea más lejano.

Entre estos fenómenos, es común cruzarse con el abuso exacerbado de la mayúscula; por lo que tendremos en cuenta el sufijo griego -itis, que denota inflamación: entre los puntos convulsos, primero, se registra el caso de la mayúscula sostenida, sobre todo en titulares, en muchos de los que ni siquiera se tiene en cuenta la acentuación ortográfica, merced al sofisma de que las mayúsculas no se tildan. En los artes de diseño es habitual y permisible, teniendo en cuenta que hay una intencionalidad gráfica y publicitaria.

El segundo caso, el más habitual, es la mayúscula inicial. Frente a este tema, la academia supone una amplia gama de tipologías textuales en que prima la intencionalidad comunicativa y hay ciertos códigos que trascienden, incluso, a la esfera cultural. En correos, oficios, actas y demás textos académicos se emplea el tratamiento vocativo o indicativo a las autoridades y cargos con este uso, justificando que es por términos de respeto.

Esto demuestra un conjunto de prácticas que excede las reglas ortográficas, desde una determinación jerárquica que, en casos extremos, obedece a la acostumbrada sobadera de chaqueta, pues es común que los mismos que ponen el grito en el cielo cuando se habla de lenguaje inclusivo y usan la normativa gramática para cerrarse, por lo menos, a dar el debate suelen ser aquellos que usan la mayúscula inicial, por encima de la regla, para no pecar de altaneros. Doble moral que llaman.

Dicho esto, es necesario definir que los cargos, sobre todo cuando acompañan los nombres propios, se constituyen como nombres genéricos o comunes (el rector Alberto Uribe Correa, el rey Carlos V, el papa Juan Pablo II, el general Mendieta, el presidente Alberto Fernández…). En la denominación de los grados y las personas que lo poseen, también la RAE recomienda el uso en minúscula (licenciado en Filosofía, médico cirujano, magíster en Sociología Latinoamericana, etc.). Sin embargo, debe aclararse que, cuando se escriben en abreviatura o apócope, sí es válida la mayúscula inicial (Lcda. María Carrera, Ing. Martín Gutiérrez, Pbro. José López…).

Asimismo, sucede con los nombres de carreras o programas académicos (carrera de Psicología Clínica, posgrado en Investigación Científica…); no obstante, hay casos, sobre todo en los masterados y doctorados, en que el nombre común pasa a formar parte del nombre propio, sobre todo cuando hay una designación en siglas o acrónimos (Máster en Estudios Avanzados en Literatura Española e Hispanoamericana). En lo que concierne a la designación de ramas del conocimiento, se asumen como nombres genéricos cuando no denominan el nombre propio de asignaturas o programas, sobre todo en contextos educativos.

Una hipótesis de este fenómeno es la influencia del inglés, especialmente desde la regla de la capital letter, y puede verse, por ejemplo, en la denominación de los meses, estaciones y días, cuya designación en español solo incluye la mayúscula inicial en los casos en que representen nombres propios y fechas célebres (avenida Diez de Agosto, barrio 12 de Octubre, etc.).

Más allá de estas precisiones, hay casos en que cumplen una función diacrítica o distintiva, sobre todo cuando obedecen al nombre propio de una entidad colectiva que no se enuncia explícitamente (el Gobierno, la Universidad, el Estado…); o bien, a cargos (el Presidente habló de la reforma tributaria, el Papa visitará Medellín, entre otros).

Otro de los empleos más comunes, especialmente en tesis, artículos y libros de investigación, es cuando se quiere dar realce a determinado concepto, pero el mismo contexto de la redacción cumpliría dicha función, sin necesidad de abrumar con la mayúscula inicial. Hay media centena de aplicaciones de mayúscula establecidas en la RAE que podrían ampliarse, y es comprensible que la lengua es un ente vivo en constante transformación, pero hay lacras tras de sí que oscurecen inclusive lo que no se logra con una redacción coherente, cohesionada y amena.