
Por: David Sequera
Venezuela
Se levanta antes de que el sol le ilumine su rostro apagado a través de la ventana rota. Observa con nostalgia la cama vacía de su pequeño. Se pone la ropa gris olorosa todavía a las bolsas de basura del día anterior; una gorra negra le cubre su orgullo aquel que lo mantenía altivo, pero que la misma situación económica se lo había hecho tragar doblegando la espalda para ir a buscar el pan diario allí donde los demás desechan lo que ya no quieren tener en casa.
El silbido peculiar de la cafetera acompañado de su atrayente aroma a café recalentado le hace apresurarse para disfrutar de uno de los pocos momentos apacibles que le espera en ese indiferente día. Lo toma despacio, sorbo a sorbo como si fuese el último que probará en la vida. Trata, infructuosamente, de encontrar en las manchas dejadas en el fondo de la taza por el café la figura de algún número que jugar en la lotería. En ese instante pierde la mirada en un almanaque que publicó la compañía Ferroviaria tres años atrás, antes de ser clausurada. Se le escapa una sonrisa mientras se dice así mismo:
-Pasajeros del andén 2 por favor abordar el tren que está pronto a partir.
Esta frase se la repetía en su cabeza como un viejo repicar de campana, y así sin más, como todos los amaneceres, sus manos simulan que está activando las manijas necesarias para arrancar el tren. Deja su taza y simula jalar una cuerda que anunciará con un silbido apresurado que el tren está pronto a partir.
Vuelve a su realidad y cerrando la puerta, toma su bicicleta de tres ruedas y sale a ver que encuentra antes de que el camión de la basura se lleve quizás un gran tesoro que esperaba por él.
Una a una abre las bolsas pestilentes de las casas vecinas, mientras que alguna mujer todavía en pijama lo mira con desprecio y le grita:
– ¡Vuelve a meter todo en su bolsa, como estaba!
Recoge con tristeza unas cáscaras de huevo, un hueso de pollo, botellas de plástico de quizás un delicioso jugo. Encuentra un borde de pizza que alguien despreció, y lo mete dentro de su bolsillo. Un hocico de perro hambriento se le acerca y éste le da una parte de lo sobrado. Él come también mientras siente ganas de llorar.
-Dios se olvida de los que sufren -se repetía-. Siempre se olvida.
Sigue revisando la basura, buscando algo de valor, conchas de papas, zanahoria y otras verduras podridas manchan sus manos, busca un papel para limpiarlas, encuentra un periódico no tan viejo, lo abre y su rostro resplandece cuando lee el título principal:
PRONTA REAPERTURA DEL FERROCARRIL CUENCA-ALAUSÍ
GRACIAS A UN GRAN ESFUERZO ENTRE GOBIERNO NACIONAL Y LA EMPRESA PRIVADA.