Nuestra Manuela

Por: Leopoldo Tobar Salazar

“Esta es un a obra creativa del Maestro Jaime Zapata que ha sabido interpretar la imagen de una Manuela bella, quiteña, mestiza que tiene la fuerza de la luz y los colores de la tierra, una Manuela que expresa el espíritu de las mujeres quiteñas y que representa a las mujeres ecuatorianas”. Augusto Barrera, Alcalde Metropolitano de Quito

En marzo 2012 el Concejo Metropolitano de Quito, tras la iniciativa de la concejala Luisa Maldonado, tomó la decisión de contar con la presencia de nuestra heroína Manuela Sáenz en su Sala de Sesiones junto a los óleos de Simón Bolívar y Antonio José de Sucre (Salguero, 1905). Para el efecto encarga, como corresponde, a la Secretaría de Cultura la ejecución de esta resolución.

Así, la Secretaría al asumir la realización integral del proyecto, propone a Jaime Zapata la creación de la obra. El Maestro se traslada desde París (lugar de su residencia) a Quito, para pintar la más bella Manuela de nuestra historia, retrato al óleo develado en la Sesión del Concejo del 24 de Mayo 2012 por el Alcalde de Quito.

Manuel Sáenz, quiteña de nacimiento, ató su vida al proceso de liberación de los pueblos americanos antes de conocer a Bolívar, aunque provenía de una estirpe española y vasca.

Sus luminiscencias íntimas y las circunstancias históricas hicieron de Manuela el ser que fue. Cuando tenía doce años de edad, estalló en Quito el grito de liberación (1809); un año después, los realistas derramaron la sangre de los próceres (1810). A sus diecisiete, abandonó el Monasterio de Santa Catalina, y se enrumbó a Panamá; y a los veintitrés, se casó en Lima con un médico inglés. Manuela nació y creció en un tiempo y en un continente en que afloraban las ansias de libertad.

En 1820, durante su permanencia en Lima, participó en la conspiración contra el Virrey del Perú y convenció a su hermano José María, oficial del batallón realista Numancia, de que se incorporara junto con su tropa al ejército de San Martín. Al proclamarse la independencia del Perú, en 1822, se le otorgó por decreto la condecoración de “Caballeresa del Sol”, en reconocimiento a los servicios prestados en la emancipación del Perú.

Manuela y Bolívar se encontraron por vez primera en Quito, el 16 de junio de 1822, en un baile de bienvenida al Libertador, en casa de los Larrea. Entre los dos se forjó un enlace electrizante. Manuela vio en él la encarnación de la libertad y la gloria, al protagonista del cambio de rumbo de todas las cosas; Bolívar se enamoró de su “sonrisa mágica”(según una carta del 18 de mayo del 18 de mayo del 1828), se sintió profundamente atraído por su físico: “tus ojos negros vivaces que tienen el encantamiento espiritual de las ninfas; me embriaga, sí, contemplar tu hermoso cuerpo desnudo y perfumado con las más exóticas esencias, y hacerte el amor sobre las rudimentarias pieles y alfombras de campaña”(carta del 16 de junio de 1825). Una guerra por la libertad de los pueblos era una guerra de amor; y hacer el amor en medio de la guerra, una forma de muerte, en la gloria. Fueron seres de hueso y beso.

Ella participó, muy activa, en la batalla de Junín, el 6 de agosto de 1824, por lo que fue ascendida a Capitán de Húsares; y, meses después, el 9 de diciembre, en la batalla de Ayacucho, en la que, según testimonió Antonio José de Sucre en una carta escrita al día siguiente y remitida a Bolívar, se destacó “Doña Manuel Sáenz por su valentía; incorporándose desde el primer momento a la división de Húsares y luego a la de Vencedores, organizando y proporcionando el avituallamiento de las tropas, atendiendo a los soldados heridos, batiéndose a tiro limpio bajo los fuegos enemigos”, mérito que le valió el grado de Coronel del Ejército Colombiano.

Heroica e inteligente, culta y explosiva, amorosa y glacial, alcanzó a entender la dimensión del poder político, su ejercicio, y los mecanismos para mantener ese ente escurridizo, con frecuencia sediento de sangre. En septiembre 25 de 1828, Manuela frustró el complot planeado por Santander, Córdova y otros, para asesinar a Bolívar, y le salvó la vida. Manuela, en carta de 28 de marzo de 1828, anticipándose al acontecimiento descrito, encontraba justificación para la eliminación física de los enemigos: “Este es el pensamiento más humano. Que mueran diez para salvar millones”. Sucre asesinado, extinto Bolívar, la Gran Colombia dividida en parcelas, a Manuela los gobiernos le negaron el mínimo espacio en el poder. Vicente Rocafuerte le comunicó a Juan José Flores: “por el conocimiento práctico que tengo del carácter, talentos, vicios, ambición y prostitución de Manuela Sáenz, me he visto en la dura necesidad de mandarle un edecán para hacerla salir de nuestro territorio”. Las oligarquías han buscado siempre mancillar a Manuela, mas su imagen es un resplandor que perdura en el tiempo. A Manuela Sáenz hay que admirarla y amarla hasta las lágrimas.

Fuente: Revista Culturas, Junio 2012

SECRETARÍA DE CULTURA MDMQ

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