Cuencanas liberadas

Por: Dr. César Hermida B. | cesarh@plusnet.ec 

Poco se sabe sobre quién fue y qué hizo la chica cuencana que motivó la rivalidad, en el siglo XVIII, entre el médico francés y el paisano morlaco, por la cual se batieron espada en mano durante la corrida de toros en la plaza de San Sebastián terminando en una gresca colectiva en la cual un puñal traicionero produjo la muerte cruel del cirujano en medio de la trifulca. Se conocen los nombres y las historias de los varones, pero no de la muchacha que debió ser, por razones obvias, muy atractiva, y que hoy permanece olvidada de la historia y la literatura.

Pero hay dos mujeres, una que vivió a inicios y otra a mediados del siglo XX, que dieron muestras de ser liberadas y que son conocidas sólo en la voz baja de las comidillas sociales porque su conducta ha sido juzgada como escandalosa, ni se diga tratándose de la alta sociedad a la que pertenecían. La joven y bella chiquilla que optó por dejarlo todo para vivir luego con el famoso sabio en la residencia del Museo del Hombre, desde donde se divisa París y al fondo la Torre Eiffel, y la señora que optó por el amor apasionado del joven tractorista en la hacienda de Yunguilla, constituyen ejemplos de valentía y liberalidad. Fueron capaces de romper con el yugo de la moral religiosa y la probable opresión o la vida cotidiana aburrida y vacía, y resolvieron enfrentar un futuro diferente. Seguramente fueron juzgadas de mala manera por la moral comarcana, pero luego de las reivindicaciones de género que las mujeres han exigido en el nuevo mundo de sus derechos, estas dos mujeres y probablemente varias otras, constituyen ejemplos rescatables de la voluntad femenina para enfrentar, con decisiones trascendentales, a la moral caduca que predicaba inocencia, pureza y resignación a las ingenuas chiquillas de aquellos tiempos. Ellas optaron por la libertad de los difíciles pero certeros caminos del corazón.

El tema es ciertamente delicado por las exigencias de la moralidad predicada y heredada de una institucionalidad que castigaba con el infierno y con la vindicta pública sobre todo a las mujeres pecadoras. Pero he ahí que esta propia sociedad producía mujeres capaces de liberarse de prohibiciones y opresiones. Estas mujeres, capaces de romper con el orden caduco establecido, merecen ser sacadas del recóndito y oscuro, aunque atractivo, mundo de la chismografía, para ser reconocidas y recordadas más formalmente por la historia o la literatura morlacas.

Con autorización del autor: Tomado de El Tiempo, edición 16 de julio de 2012

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