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Esta novela, considerada la primera gran novela erótica del Ecuador, está disponible en Editorial El Conejo, en la librería de la Escuela Politécnica Nacional y en Amazon.Com.

La novela escrita por el matemático Rodolfo Bueno Ortiz, catedrático de la Escuela Politécnica Nacional y de la Universidad Central del Ecuador, escritor, novelista y articulista de varios medios de comunicación social, se enmarca en la década de los sesenta, considerada la época dorada de la sociedad soviética y una de la que más alentó las quimeras indulgentes de la humanidad soñadora. La misma se caracterizó, entre otras cosas, por la profundización de las divergencias chino-soviéticas, la derrota de la asonada guerrillera del Che en Bolivia, la llegada de los norteamericanos a la Luna, el reconocimiento universal de los Beatles y, en sus postrimerías, aturdió al mundo con la segunda «liberación» de Checoslovaquia por la Unión Soviética, que así demostró estar dispuesta a llenar aquel país de sus conciudadanos antes de permitir que La Primavera de Praga la contagie.

El libro está escrito, fundamentalmente, con ayuda de ingeniosos diálogos sobre política, arte, religión y problemas comunes y corrientes, pues el autor, a más de considerar que así suceden las cosas en el diario quehacer de los humanos, quiso que a través de ellos el lector se involucre con la forma de pensar de los personajes y tome partido por alguno en estas discusiones. Lo mismo puede repetirse con respecto a las escenas eróticas que, a más de ser hermosas, la persona que las lee siente disfrutar de las mismas, de la belleza que se revela mediante el embrujo del amor y del sano encanto que este sentimiento generalmente inspira.

Su contenido, ameno y divertido, se basa en un profundo y meditado estudio de la realidad soviética, en gran parte desconocida por la inmensa mayoría de los posibles lectores de este libro; se tocan de manera precisa los principales problemas sociales que existieron en la sociedad soviética, por ejemplo, el de los alcohólicos, sus hábitos de consumo y cómo se intentó erradicar este mal; se revela el profundo misterio del alma del pueblo ruso, el cómo los acontecimientos históricos lo traumaron de por vida y por qué éste ha perdido finalmente la perspectiva de un porvenir mejor.

A pesar de estar escrita en el estilo de una autobiografía, la obra es pura ficción y no autobiográfica; Elvira, Marina, la Flaca Valia, Eduardo, Malambo y otros personajes nunca existieron, pero bien pudieron existir. De vez en cuando se recurre a hechos reales como el de la expulsión de los peruanos, la historia de Juan Pepe y la del abuelo de Anastasia, sin que éstos se ajusten a lo que estrictamente sucedió.

La intención del autor fue la de escribir una obra literaria que principalmente se desarrollara en Moscú y enlazara las vidas, destinos, pensamientos sobre la problemática del mundo, diversas tramas amorosas, escenas eróticas descritas poéticamente, viajes a través de otros países, bellamente detallados, sueños, éxitos, frustraciones e innumerables anécdotas de los estudiantes de diferentes países latinoamericanos de la Universidad Patricio Lumumba.

La novela comienza con la llegada de los principales personajes a la Universidad y termina cuando ellos se aprestan, luego de conocer algo de Europa, a retornar a sus tierras por extrañar la comida típica y la bullangería de su gente, cansados de tanta civilización, orden y honradez, cargando un bagaje de desilusiones y otro de ideales, creyendo descubrir que vivían en un mundo de fantasía, en el que hay todo un desbarajuste oculto debajo de los llamados principios sagrados. Les fue doloroso descubrir esta inconclusa realidad por cuenta propia, pues en la educación recibida no se la enseñaron, y cuando los mayores los arrojaron al mundo, se encontraron indefensos cual becerros entregados atados a una jauría de lobos hambrientos para que los devoren sin compasión. También cayeron en cuenta de que antes de llegar a la Unión Soviética habían vivido en la certidumbre de que, sin excepción, todas las propuestas del marxismo eran correctas, desechando las aseveraciones de otros pensadores por provenir del «enemigo». Con el tiempo encontraron que sus opiniones sobre ese tema estaban divididas en el interior de sus conciencias: por una parte, reconocían como verídicas las cosas terribles de la Unión Soviética; y por otra, las injusticias, miserias y defectos incurables del mundo capitalista parecían justificarlas en su totalidad, lo que los inclinaba a no tomar en serio y tratar de olvidar el pasado sangriento de aquel país. Ya no regresaban con la idea de participar en la liberación del yugo colonial para obtener así una segunda independencia, como pensaban seis años atrás antes de partir, sino llenos de optimismo y convencidos de que con la ayuda de los conocimientos adquiridos en las diversas ciencias, podrían impulsar a sus respectivos países por la ruta del progreso científico que, como les parecía entonces, era la única clave del desarrollo social.

Sus personajes, porque es el momento propicio para hacerlo, reconocen que estaban equivocados, que la verdadera liberación es individual y no colectiva y que, para lograrla, debían tomar consciencia de que las ciencias y las artes son un medio de superación intelectual y nada más; por lo tanto, debían realizar una profunda revolución en sus espíritus. Esto lo reconoce Elvira, cuando dice: La tragedia de la racionalidad consiste en que por falta de fe se está volviendo irracional. Asimismo, otros personajes concluyen que el actual sistema capitalista no es una solución, porque el materialismo, el derroche inmisericorde de los recursos naturales, el armamentismo, la intolerancia, la creciente violencia, el racismo y la quiebra de los valores morales parecerían lanzar a la humanidad a un callejón sin salida.

Se habla de lo que los rusos llaman zakón pódlasti, o sea ley de la fatalidad, que explica el porqué las cosas pasan precisamente cuando no deben pasar; así, el desarrollo histórico nunca irá por un camino adecuado, que cumpla con los anhelos de la gente pensante y honrada, sino que todo cambiará para peor y jamás existirá un régimen que satisfaga al hombre. El protagonista se cree perseguido, a lo largo de toda su existencia, por este infamante código, pues cada vez que se propone enderezar algún entuerto, le sale el tiro por la culata y, al contrario de lo que reza el dicho: no hay mal que por bien no venga, con él se cumple lo inverso, no hay bien que por mal no venga. Esa era la ley que regía todos los actos de su vida, como si, al revés de lo que dice Goethe, él fuese una parte de aquella fuerza que siempre quiere hacer el bien y termina practicando el mal.

La obra invita a meditar sobre las religiones y la religiosidad humana, la política, las ideologías que predominan en el mundo y la corrupción que pulula en nuestro derredor, sobre las teorías que explican la aparición de la vida y las especies, sobre la utilidad de las ciencias, la belleza del arte y la grandeza del amor. Uno de los personajes principales, César, concluye que debe existir algún tipo de determinismo histórico mediante el cual el bien acaba siempre derrotado por el mal; el hombre, de este modo, por más que trate de escapar de su destino, lo cumple, y buscando su liberación absoluta, cae en las garras de las más férreas dictaduras, repitiendo en su propio desarrollo la trágica leyenda de Edipo. Asimismo, él comprende que se debe controlar la mala levadura que se arremolina en el trasfondo del alma humana, luchando en su contra, caso contrario no se encontrará el camino de la salvación. También medita sobre la irracionalidad de querer encontrar en el adelanto tecnológico, sin tomar en cuenta otras variables y olvidándose de la naturaleza, el remedio de todos los males y hace cálculos habilidosos sobre lo que pasará de prolongarse tanta desprevención que destruye el aire, los mares, los bosques, los ríos y muchas especies animales y vegetales.

Con la intención de que la lectura no sea aburrida, el libro está salpicado de escenas jocosas y de diálogos graciosos e irónicos, que no le restan seriedad y profundidad a los temas tratados. Así, por ejemplo, Elvira explica el yugo impuesto al arte, la literatura y la ciencia, el derrumbe de los valores morales en la Unión Soviética y todas las demostraciones de incultura, por parte de quienes defendían la ideología oficial, mediante la creación de una nueva religión, que ella llama del lumpen, con cuyo apoyo se pensó extinguir del pueblo ruso su fe milenaria en Cristo; para que la gente se convierta a ella, intentaron transformar a Lenin en Dios y al mito del paraíso comunista en el Olimpo. También demuestra, citando a los más importantes pensadores marxistas, que en la Unión Soviética sus habitantes vivían bajo el más puro y expoliador sistema capitalista, que aún no había logrado superar la fase inicial de acumulación de capital, durante la cual, según Marx, se explota con mayor crueldad a los trabajadores, y que el socialismo soviético fue construido de una manera contraria a la que lo concibieron sus creadores, es decir siguiendo más bien la formulación de su adversario ideológico Düring, a quien Engels criticó con dureza en su Anti-Düring por sostener opiniones diametralmente opuestas a las de Marx y a las suyas. Por su parte, Eduardo y César, mientras esperan que su amigo, Carlos, tenga una noche de ensueño con la bella María Antonieta, el gran amor de su vida, hacen una comparación bastante original sobre las similitudes que existen entre las doctrinas católica y comunista.

María Josefina, la novia de César, nos cuenta las dos insólitas muertes y resurrecciones de su padrastro y el ceremonial entierro de un cerdo, con toda la completa parafernalia que amerita el caso; María Antonieta, de manera graciosa, cómo se desilusionó y se vio obligada a abandonar a su mujeriego marido para unirse a Carlos; César, cómo se convirtió, casi a la fuerza, en bígamo y sobre «la felicidad» que obtuvo con este paso; la Flaca Valia, al igual que Eduardo, toda su tempranera y extraordinaria vida amorosa. También se relata la transfiguración del personaje principal, Eduardo, en el antagonista del joven lleno de ilusiones que fue, en un ser descreído, pesimista, impúdico y casi sin ideales, lo que no sólo pasó con él; la antítesis de la destrucción ideológica se hizo patente en todos sus amigos, que comenzaron a vivir por vivir. Se narran las peripecias de Juan Pepe Cedeño, uno de los tantos niños evacuados a la Unión Soviética, con la intención de salvarlos de inútiles padecimientos, durante la Guerra Civil Española; las desventuras de Iván Pitujin, uno de los muchos millones de prisioneros soviéticos que cayeron en manos de los alemanes durante la Segunda Guerra Mundial, episodio que lo llevó, por un azar del destino, a servir en las fuerzas del mal y a terminar siendo víctima de su propia desesperación. ¿Cuántas personas semejantes a él hubo? ¿En cuántos se conserva viva la semilla que lo empujó a actuar de manera semejante? ¿Cuántos se dejarían morir de hambre antes de continuar su camino?

También trata de las vicisitudes de los rusos en la emigración; al conocerlos, el protagonista comprende que todas las cualidades de este pueblo, tan admiradas por él, eran el fruto de una antiquísima cultura nacional y de una educación ancestral. El ruso de Moscú se diferenciaba por sus ideas políticas del ruso de París, pero en los demás aspectos eran lo mismo: amigables, alegres, nostálgicos y un poco locos. Uno de ellos, Anatoli Dolinoff, pertenece a la estirpe de la vieja intelligentsia rusa, cruelmente barrida por la escoba de hierro de la revolución, cuyo abuelo fue Director del Teatro Imperial Aleksandrinski, que en la década de los veinte hizo una tournée por el mundo para «pregonar la causa proletaria» y, luego de un largo recorrido por algunos continentes, no regresó a Rusia y se instaló en París.

Pero, a pesar de las desilusiones que tuvo en Rusia, más tarde, lejos del medio al que se había habituado, al protagonista le entra un ataque de perenne nostalgia por la vida dejada en Moscú, por sus profesores, por sus museos y espectáculos teatrales, por su entorno cultural y artístico, por sus parques, amplias avenidas y elegante metro, por las seguridades que el régimen le brindó, a cuya sombra protectora se arrimó, y por la gran ilusión que el sistema socialista forjó en la generación soñadora de la década de los sesenta; nostalgia que nada pudo borrar, por representar a la juventud ida.

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