Por Carol Murillo Ruiz
Rafael Correa es exactamente aquello que eriza a la clase media: un hombre de clase media.
1.- ¿Una palabra para definir el perfil de Rafael Correa? Una sola palabra. Era el reto. Pregunté a cinco personas al azar. “Fuerte”. “Valiente”. “Inteligente”. “Arrogante”. “Bicicleta”. ¿Por qué “bicicleta”, pregunté? Y me respondieron: porque nunca se cae. Pues vaya que el término bicicleta dice mucho más como un artefacto que afina y amplía las capacidades físicas de la corporeidad humana que como una palabra de etimología clásica. No es un adjetivo ni un verbo. Es un sustantivo. ¡Es una máquina! Que solo funciona por la tracción directa de hombres o mujeres. Y quien la maneja siente, mientras la monta y pedalea, cómo su cuerpo se despliega y se funde en el andar, cómo ese diseño que nunca pasa de moda, consigue ensamblar el misterio de la distancia y el tiempo. Y, en esa libertad, con la graduación de las velocidades, puedes mirarlo todo de otro modo, puedes dejar que el alma se te salga del cuerpo… y retorne con los aromas de las montañas, de los riscos, de las arenas, de los ríos, de los senderos, de los chaquiñanes, de las calles. Es la única máquina que no te deshumaniza, que no te doblega, que no te destruye. ¡Incluso es la única máquina humanizada por nosotros!
Entonces, entendí el resto: por qué la bicicleta se ha vuelto el símbolo de Correa en esta campaña. Por qué un artefacto tan sencillo puede encerrar la voluntad de trabajo de un líder. Por qué nunca se cae. Por qué es necesario conservar el equilibrio y la fibra. Por qué el fenómeno Correa sigue revolcando a la vieja política.
2.- Y es que no es posible entender a Rafael Correa sin acercarse al fenómeno que encarna. Y tampoco pensar su irrupción en la política nacional sin tomar en cuenta algunos datos que ex profeso ignoran sus detractores de partidos y medios. Tales datos nos ubican en la historia de las viejas y mínimas hegemonías regionales, erigidas a fuerza de prorratearse un país con influjos oligárquicos y, también, a fuerza de mudar al Estado en una filial de la fe dineraria.
En simultáneo, Correa aparece en la ola de una tendencia de cambios inocultables en la región. Evidencia muy útil para prefigurar el carácter de su liderazgo y el de los presidentes y las presidentas de la vecindad sudamericana. Tendencia de signo progresista tirando para la izquierda, como dirían diversos expertos descriptores de la realidad; o de signo neo-desarrollista como dirían los seguidores duros de alguna teoría ortodoxa.
Al margen de aquello el fenómeno Correa reúne varios elementos que son atribuibles, por extensión o proyección, a su personalidad, a su estilo, a su formación. Lo digo bien: a una formación que le dotó –a la corta y a la larga- de un estilo y un temperamento. Esa formación, en los niveles académicos y espirituales, es la que despliega las aristas más bellas y más enigmáticas de su ser y su hacer político, precisamente en un país que, con dificultad o casi nunca, ha adoptado el péndulo ideológico para elegir a sus mandatarios a lo largo del siglo pasado. Y si una vez parecía –desde el retorno a la democracia en 1979- que el pueblo elegía a unos que parecían de izquierda y/o a otros que parecían de derecha, tal vez es que se olvida que el único uso político que conservan los sectores opositores (de derecha) es el populismo del mercado aupado en el discurso de la ideología dominante del siglo XX: la liberal o la neoliberal, como prefieran nombrarla los puros de cada lado.
3.- Es imprescindible subrayar las cualidades académicas y espirituales de Rafael Correa. Pues éstas se forjan -desde el inicio mismo de su instrucción educativa- en establecimientos religiosos que penetran su sensibilidad y su vocación por la gente. Descubre la misión o una misión. Categoría elevadísima para concebir y fraguar el destino de una individualidad que crece protegida por las ideas sociales de la iglesia católica y un entorno familiar signado por la escasez, la lucha y el dolor. Una fragua así permite mirar al hombre que luego personificará al fenómeno. Esas cualidades refuerzan una definición anclada en el mejor humanismo, es decir, lejos de las elucubraciones que hacen los aficionados de la psicología, quienes le atribuyen a Correa “complejos” para tratar de humillarlo e infamarlo.
Y el mejor humanismo alude a varios valores clásicos y modernos que Correa exhibe con orgullo: su formación intelectual, su análisis racional (de la economía, por ejemplo), y su fe en los hombres que hacen y cambian la historia.
Carol Murillo Ruiz: Socióloga. Magíster en Relaciones Económicas Internacionales y Magíster en Literatura Hispanoamericana. Analista de temas culturales y políticos. Ejerce la cátedra en la Universidad Central y en la Pontificia Universidad Católica del Ecuador.