Por: Dr. Jorge Núñez Sánchez
Ante la crisis causada por la “Venta de la bandera”, el pueblo de Guayaquil impuso el 5 de junio de 1895 la Jefatura Suprema de Eloy Alfaro e hizo abortar el contubernio de conservadores y “liberales de orden” para imponer un gobierno plutocrático. Este es el testimonio personal de Alfaro sobre esos acontecimientos.
“Hallábame en la hospitalaria tierra de Nicaragua, cuando el alambre eléctrico me llevó la noticia de mi proclamación. Al instante acepté tan alta distinción, me puse en marcha y el 18 de junio arribé a esta ciudad. Conmovida mi alma por el entusiasmo delirante del pueblo, que me hacía palpar que siempre era digno descendiente de los próceres del 9 de Octubre, asumí el mando el día 19. …
La nación se encontraba, cuando me hice cargo del mando, en completa anarquía; y fue por esto mi cuidado preferente procurar la conciliación de ánimos exaltados, para que no fueran estériles los sacrificios del pueblo.
Envié comisiones de paz a Quito y Cuenca, donde se encontraban los verdaderos núcleos de resistencia, y di como instrucción especial, al señor doctor don Rafael Pólit, presidente de la comisión principal, la de que, si mi personalidad fuese un inconveniente para obtener la paz, yo estaría pronto a separarme del poder, con tal de que ese paso tendiera a la reconciliación de la familia ecuatoriana. Las comisiones fueron rechazadas; se hizo entonces inevitable la guerra.
Carecíamos del armamento necesario para atender a los miles de patriotas que clamaban por empuñar el rifle para combatir y lavar la afrenta inferida al sagrado emblema de la patria…
La situación económica del país no podía ser más aflictiva; todas las rentas pignoradas; la Tesorería de Guayaquil empeñada con certificados por ingentes sumas y la ciudad amenazada de un desbordamiento por manejos maquiavélicos, brote natural de esa escuela de depravación que había implantado en el país el partido floreano, de tenebrosa historia.
Para llevar a cima la grande obra de la regeneración, se presentaban obstáculos al parecer insuperables, pero la sensatez y levantado patriotismo del pueblo guayaquileño alejaron el peligro y obviaron todos los inconvenientes.
Se facilitó al Gobierno el dinero preciso para atender a los gastos inaplazables; las armas que estaban en manos de los buenos ciudadanos fueron entregadas al parque y se organizó en la Costa un ejército de voluntarios hasta donde lo permitieron los exiguos elementos de guerra; ejército que, por distintas direcciones, marchó en auxilio de sus hermanos del interior, quienes, si en verdad se encontraban empeñados en heroica lucha, hubieran sucumbido ante la desigualdad de fuerzas y la carencia de elementos.
Con su abnegada cooperación y con el valeroso arrojo de nuestros soldados se triunfó en todas partes, volviendo así la paz a la nación. Los vencidos en armas fueron perdonados”.