Formación académica y cultural

La educación superior debe apoyar el fortalecimiento de la identidad cultural que significa reconocernos como sujetos colectivos, ser conscientes de dicha identidad y buscar nuestras propias opciones históricas reconociendo lo pluricultural y multiétnico de nuestras sociedades. También debe apoyar el rescate del rico patrimonio cultural de nuestros pueblos: sus costumbres, leyendas, tradiciones, ritos, ceremonias, modos de trabajar, lenguaje, vestido, alimentación, música, medicina tradicional; sus saberes y prácticas ancestrales para devolverlos transformados en teatro, danza, títeres, pintura, escultura, música, videos, publicaciones, encuentros y toda actividad que se oriente en este sentido.

Uno de los referentes esenciales de la formación académica deberá ser la cultura, en vista de la vinculación, y más que vinculación, la identificación que las instituciones de educación superior deben mantener con su entorno social que es esencialmente cultural. En este sentido, la formación académica debe necesariamente incorporar la dimensión cultural como eje trasversal del plan de estudios donde se condense la experiencia histórica de los pueblos, sus valores, sus formas de vida y las respuestas colectivas dadas a los desafíos de su existencia y que se encuentran contenidos en el arte, los mitos, los ritos, las formas políticas, las costumbres, los saberes, la ciencia y la técnica. En este proceso, la formación académica se deberá orientar a mantener y rescatar la diversidad de las formas de vida para convertirlas en prácticas educativas concretas.

La formación académica integral se vuelve cultura en la medida que procesa el conocimiento y la práctica de los sujetos colectivos para luego socializar lo encontrado en perspectiva de conservar y fortalecer la identidad cultural contra las imposiciones de la sociedad de consumo y del mercado. También se convierte en cultura en cuanto rescata el patrimonio cultural de los pueblos y los devuelve transformados en contenidos curriculares.

La formación académica se debe orientar a estimular las potencialidades de la juventud para que a través de las instituciones de educación superior se contribuya al desarrollo local, regional y nacional, y a revertir las tendencias perturbadoras de la sociedad. Educar no es solamente adiestrar y mejorar la capacidad de competir e innovar; es algo más profundo: es formar hombres y mujeres de bien; solidarios, alegres y participativos, enriquecidos por las tradiciones culturales y por los avances científicos y tecnológicos.

Siendo la juventud el centro del proceso educativo, la educación superior debe estimular las iniciativas que promuevan la construcción del buen vivir, de una utopía vinculada con los procesos de paz y de acciones solidarias. Las instituciones de educación superior deben interesar a los jóvenes en el encanto de las obras literarias y artísticas, en la investigación científica y tecnológica, en el servicio a la sociedad y en la reflexión histórica.

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