La Universidad ecuatoriana debe enriquecer el significado de la palabra cambio

» Existe la impresión de que nuestras instituciones están trabajando para la coyuntura; es necesario que las universidades puedan sanearse desde adentro, para poder proyectar una imagen hacia el futuro, a través del conocimiento», afirmaba en el 2004 el investigador  Pedro Krotsch. En el Ecuador es preciso centrar la atención en algunos aspectos que reclaman más urgente respuesta y dirigir hacia ellos el cambio en el 2012.

En épocas como la presente, el pensamiento y la conducta de no pocos universitarios ecuatorianos  se balancean en aguas de incertidumbre y duda; para algunos, el horizonte de las ideas se muestra movedizo y cambiante. Hay grave riesgo de que el intelectual se asemeje a un navegante en mar arbolada, y que el continuo zarandeo oculte o desplace el horizonte, aunque éste siempre permanezca firme en su sitio. La Universidad, sede calificada del cultivo de la inteligencia, también puede sentir los altibajos de la crisis de las ideas y notar la ausencia de orientación en la singladura hacia el cumplimiento de sus fines.

Nadie pone en duda que la Universidad ecuatoriana tiene grave obligación de mejorar su tarea docente y su trabajo de investigación científica. Tampoco ofrece reparos el proclamar que la Universidad debe estar presente, y de manera activa, en todas las mutaciones sociales. Pero precisamente para que pueda realizar mejor esa misión, es necesario no someter al Alma Mater a un continuo cambio. En la esencia del quehacer universitario hay principios permanentes que trascienden las soluciones coyunturales y sobrevuelan los inevitables caprichos de la improvisación. Las Universidades son corporaciones con propia autonomía y autoridad, donde la comunicación de saberes y la investigación científica demandan actuaciones libres y responsables. En las aulas de la Universidad pública y privada se preparan, desde el presente, las generaciones futuras; y sólo es posible llevar a buen término esta misión cuando se otea con serena inteligencia el tiempo venidero. Quizás por estas razones la institución universitaria ha defendido celosamente, a lo largo de los siglos, que sólo quienes constituyen la Universidad pueden ser sus gobernantes. Desde estos postulados primarios e irreducibles, debe servir positivamente a la sociedad. El sentido universitario lleva a saber que, porque algo no vaya bien, no se puede pensar que todo está mal; por eso, y para no olvidar las virtudes de siempre, rehusa fijar la mirada tan sólo en los vicios del presente. Con estas ideas, la Universidad  ecuatoriana debe enriquecer el significado de la palabra cambio, introduciendo matices de serena objetividad en la contemplación de las personas y de su entorno social.

La honradez del universitario hace ver que cualquier proyecto de cambio debe apuntar rectamente a una sola diana: mejorar la situación presente. Pero no será posible logra ese objetivo, si todo el esfuerzo se aplica al simple hecho de apuntar. Es necesario cruzar la distancia hasta alcanzar la mejora, sin detenerse en el estéril recreo de pensar que ya se ha intentado, lo cual quizá sea una forma indirecta de encubrir el fracaso.

El primer requisito que se debe exigir a quien asume el protagonismo del cambio, es capacidad para distinguir el lastre intelectual de lo que constituye patrimonio cultural imperecedero. En este punto, no es posible ignorar una tendencia –también se podría llamar frivolidad- que parece olvidar los logros del pasado y se siente como himnotizada por todo cuanto traiga aires de novedad.

 La vida universitaria, en esta segunda década del siglo XXI, necesita conjugar la imaginación audaz con la ponderada serenidad de espíritu. Si tan sólo contara con imaginación, correría el peligro de ser arrollada por acontecimientos irreflexivos.

Al ponderar algunos avances de la ciencia, da la impresión de que los adelantos tecnológicos imponen al hombre de hoy el gravoso canon de la prisa en su vivir. Quizás los afanes de continuo cambio sean el reflejo intelectual de un progreso prioritariamente tecnológico, donde el pensamiento se encuentra sometido al vértigo de lo inestable. En estas circunstancias, es aconsejable que el profesor universitario ecuatoriano  recuerde que su deber es rendir cuentas a la sociedad por la siembra de conocimientos, más que por los frutos personales recogidos.

Esperamos que la introducción de sistemas de evaluación y acreditación de la  educación superior garanticen la calidad de las carreras y programas académicos de las instituciones de educación sueprior.

EcuadorUniversitario.Com

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