Por: Dr. Jorge Núñez Sánchez
Director de la Academia de Historia
Soy periodista de opinión desde hace casi cuarenta años, cuando empecé a laborar en la recordada revista Nueva, un órgano de prensa privado, de carácter progresista, empeñado en la defensa de los más importantes intereses nacionales y latinoamericanos. Su gerente y fundadora fue Magdalena Jaramillo de Adoum, memorable luchadora por los derechos de las mujeres y los excluidos en general, y su director era por entonces don Raúl Andrade, afamado ensayista y periodista de combate.
Esa revista fue una verdadera escuela de periodismo de opinión. De la mano de sus directivos y grandes periodistas que laboraron ahí, aprendimos la ética de opinar, que se asienta en principios tales como el respeto a los lectores y entrevistados, la defensa elevada de los principios y puntos de vista propios, la promoción de los intereses sociales sobre los particulares de personas o grupos y la defensa cabal de los derechos humanos. Por sus páginas pasaron personajes notables y también muchos jóvenes que iniciaban su carrera política o periodística, entre estos algunos directivos y editorialistas actuales de la prensa privada.
Luego tuve la suerte de colaborar con el diario mexicano El Día, otro órgano progresista y promotor de los temas referidos a la cultura. Y más tarde colaboré con varios medios privados ecuatorianos, que publicaron mis artículos de historia.
Por eso me apena el sesgo de rencor y amargura que hoy campea en el periodismo de opinión de ciertos medios privados. Sin respeto por la gran mayoría de ciudadanos, que eligieron una y otra vez al presidente Correa y reconocen su liderazgo, se refieren a él como un tirano, un sátrapa o un usurpador de poderes. Lo que menos le dicen es dictador, palabra que en sí misma implica un desprecio por su autoridad legítima, y que en la práctica termina por ofender y oprobiar a sus electores.
Convertidos algunos de esos medios en actores políticos ilegítimos, han usurpado el papel que por ley les corresponde a los erosionados partidos políticos. Sobre ese mar de fondo, hay periodistas de opinión que se han vuelto altavoces de las amarguras, rencores y frustraciones de la derecha, marginada por casi una década del horizonte por la voluntad popular. En otros casos, quienes ocupan esos espacios de opinión son antiguos candidatos derrotados, que ven eclipsarse sus oportunidades y reaccionan con rabia inocultable.
Algunos se preguntan cuál puede ser el destino futuro de una prensa así y de unos periodistas de este tipo. Tampoco yo veo cuál puede ser su papel positivo en cualquier nuevo escenario de la política ecuatoriana, en el que podrán caber diferentes propuestas de construcción del futuro, pero ninguna de regreso a ese pasado que la prensa derechista añora y el país desprecia.
Les queda, eso sí, la oportunidad de seguir con su triste papel negativo, actuando como bandera de combate de ese pasado siniestro que pugna por volver, aunque sea rompiendo la democracia e imponiendo una dictadura.