Por: Carmen Vásquez Viscaíno
Economista, M. Sc. Miembro de la Casa de la Cultura Ecuatoriana Benjamín Carrión, Núcleo de Tungurahua
Bien lo dijo Miguel de Unamuno, que la palabra tiene la virtud de ser la sangre del espíritu creador e inquieto del ser humano. La palabra o mejor dicho el lenguaje, dan sentido a nuestra vida, forja nuestra identidad, permite entender mejor nuestra historia.
Estamos ante una nueva creación histórico-literaria de Pedro Reino Garcés, prolífico escritor e historiador, autor de novelas, relatos, poemas, ensayos, artículos de opinión, entre otras obras, algunas de las que han merecido premios internacionales, mas todas ellas se traducen en auténticos aportes al conocimiento, sobre todo, de nuestra historia. Por mérito propio, es reconocido como Cronista Oficial y Vitalicio de Ambato, por el Municipio de la ciudad.
Esta vez, en «El Patrón Virgencito de Cumbijín», nos comparte pasajes de la vida -quizá desconocida para la mayoría de los lectores- de Gabriel García del Alcázar (1870-1931), único hijo varón del polémico tirano Presidente del Ecuador Gabriel García Moreno. En rigor, no se trata de una biografía, es una original entrega de episodios históricos que se desgranan con un torrente de palabras que fluyen con naturalidad, pero al mismo tiempo con crudeza, porque la Historia es también un telar en donde se entretejen y desenvuelven procesos infinitamente diversos, individualizados y colectivos que, con su actividad, se convierten en realidades concretas en sazón del desarrollo social de una época que le tocó vivir.
En este lapso, desde la cuarta década de constituida la República del Ecuador, habrán de transcurrir 18 presidentes constitucionales, incluida la segunda presidencia de Gabriel García Moreno (1869-75); atravesados por el gobierno de la restauración, conducido por siete líderes; gobiernos provisionales, presidentes interinos, en diferentes años, hasta la presidencia de Isidro Ayora (1926-1931). Son tantos personajes y acontecimientos, que personalmente menciono, para resaltar esa permanente búsqueda por consolidar una nación que parecería permanecer aún inconclusa…
Esta novela histórica es corta, con relación a Mazorra, del mismo autor, pero es tan enriquecedora por su contenido y significados, que nos atrapa desde el inicio y nos motiva a terminar su lectura de una sola vez. En ella, Pedro Reino, pone de manifiesto su vena poética y especial sensibilidad cuando describe bellamente, desde el inicio, el entorno a la Hacienda Cumbijin «La Cordillera de los Llanganates es un saurio cansado que recoge las incertidumbres que se vuelven antiguos verbos verdeazules en sus crestas, colores hechos de distancias cada vez más intensos con el paso de los tiempos… EI viento que sube de la amazonia, se agolpa en sus matorrales, hasta los bordes de tantas lagunas que duermen de ausencia en el silencio de sus páramos». Nos ilustra que esta hacienda, geográficamente se ubica detrás de la laguna de Pisayambo, cerca de Salcedo, cantón de la Provincia de Cotopaxi.
En ese escenario se desenvuelve la mayor parte de la vida del célibe Gabriel García del Alcázar, Gabrielito, el Patrón Virgencito Santo, como lo llaman los indios de la hacienda, en donde medita con gran tristeza sobre los avatares de su niñez, si en caso la tuvo, sobre el asesinato de su padre y la muerte de su primera esposa, sus angustias e inseguridades, los entretelones de la política, en fin, para ir enderezando la historia no bien contada ni bien escrita, que Pedro Reino, nos empuja a descubrir y tener nuevas lecturas para aprehender los verdaderos acontecimientos históricos de la época.
También en la narración de la presente novela se develan los lazos de parientazgo de los García del Alcázar, con personajes progresistas de entonces, lo que le lleva al autor, por medio de una sombra que se desvanece en el espejo, a afirmar: «Cuando las familias se vuelven solo sombras, fácilmente se mezclan y se confunden (liberales y conservadores), se odian en la política, pero se solidarizan en el dinero y disfrutan entre todos el poder, cosa que en ellos, es decir, en nosotros, es generacional».
En esta novela se destacan tres personajes a los que se los debe mirar y valorar en su real dimensión: el Padre Manuel Salcedo Legorburu -de quien tomó el nombre el cantón Salcedo- gran orador que, desde los púlpitos, cautivó con su verbo al mismísimo tirano; Juan Borja Lizarzaburu, hombre de muchos méritos y cargos públicos, que formó parte de la insurrección en contra del gobierno de entonces y en quien se encarna el sadismo y la crueldad de García Moreno, que resplandece de tiranía; y, el General Francisco Xavier Salazar Arboleda, conocido como «Padre Salazar» (cuando lean esta novela, sabrán por qué), Ministro de Guerra y Marina de García Moreno, el militar más culto de esa época, gestor de señeras obras atribuidas al tirano, que constan ya en la historia.
Esas historias se entrelazan de manera bien estructurada y con gran lógica en el proceso del conocimiento de la verdadera historia; en letras menuditas, se entretejen con el texto, tanto las fuentes y referencias bibliográficas en las que se fundamenta el argumento de la novela -que dicen del rigor ético en el manejo de la información por parte del autor- cuanto la interpretación de algunos términos, para guiar al lector a una mejor comprensión de su intención y de su significado.
Algunos pasajes nos deleitan con esa refinada ironía que el autor sabe describir con sencilla maestría, como es la narración de una genial corrida de toros en la que participa Gabrielito, junto a otros personajes que no dejan de sorprendernos. En esa corrida ‘de casta’, se recita un texto rimado que dice: «En cierta rara ocasión/ Y en un ambiente sereno/ Versaba la discusión/ Sobre donde enterrado estaba/ García Moreno./ Un caballero de talento ameno/ se levantó y dijo:/ ‘lo sé de fijo/ Pues está enterrado en su hijo’/ Y se sentó muy sereno.»
EI patrón Virgencito Santo no solo estuvo condenado a llevar sus privaciones a escondidas, sino llevar a cuestas el cadáver de su padre debajo de su propia piel; lo que también el autor menciona en una de sus citas: «no es un hijo de García Moreno, sino su epitafio.»
Finalmente, me atrevería aseverar que el significado de esta novela histórica estriba en que, en ella se da la posibilidad de conocer reales acontecimientos que no han sido conocidos ni difundidos entre la generalidad de las gentes, en todo este tiempo; en la novela se destaca la inmensa importancia del factor subjetivo, o sea, de las acciones del hombre, de la conciencia, de las instituciones, donde los hombres mismos forjan su historia, pero no pueden hacerlo a su capricho, pues cada generación actúa en determinadas condiciones creadas con anterioridad.
Ambato, septiembre de 2013