Por: Dr. Pedro Arturo Reino Garcés
Cronista Oficial y Vitalicio de Ambato
Es el 16 de julio de 1701. La página obtenida en el Archivo Nacional de Historia se me desvanece. Mi lupa viaja por los manuscritos como un pez en un mar descolorido por la tempestad de la historia. Me hundo como en naufragio para rememorar las angustias del pasado que se ahoga. No es la alucinación lo que les voy a contar, sino la reedificación de los hombres de ceniza que vuelven con sus rostros crecidos en una muerte de trescientos años.
Píllaro está ahí, mucho más poblado de indios mitimas, traídos en las épocas del incario. Se los conoce así, como mitimas, tilitusa, olleros, yachíles, canimpos, hipos y collanas; además de los llamados vagamundos porque no se los podría fijar tributos. De estos nombres deducimos el ancestro: los hipos y los collas habrían dejado muy lejana su nativa Bolivia o Alto Perú para ponerse a la orden de otro rey que vivía tras el mar.
Se va a iniciar el nuevo siglo en la vida colonial de Píllaro. Es el año de 1701. Los indios todavía guardan en su pecho y en su memoria ilusoriamente el cóndor de su dinastía. El cóndor está atrapado en una red de formulismos legales y notariales de los escribas coloniales, de sus protectores de naturales, de sus oidores, de sus tenientes de corregidores, de sus presidentes de audiencia y cancillería que vivían en «la muy noble y muy leal ciudad de San Francisco de Quito». Los litigios son por los cacicazgos, por las dinastías aborígenes. Don Tomás Quinatoa Hati presentaba pruebas de ser el cacique principal sobre los indios de Píllaro. Por los apellidos, la dinastía tiene raigambre pansalea o quitu-pansalea que da lo mismo.
Por disposición de las autoridades de la colonia se ordena que se dé un pregón para que la gente de Píllaro y sus indios conozcan cuál es el cacique principal; caso contrario lo reclamen con pruebas legales. Se busca un indio ladino, es decir, entendido en el lenguaje, acaso en la lectura de un texto entregado por Juan Antonio Valenzuela, escribano público de Hambato. El pregonero es José Tipán.
Joseph Tipán, con tambor y cascabeles llama la atención de la gente congregada en el cementerio junto a la iglesia de Píllaro. Allí están los naturales como hormigas sobre las tumbas de sus antepasados y sobre las calaveras de los españoles que les han martirizado ya por 200 años, los españoles les han convertido en indios de doctrina general, para que aprendan quichua y catecismo. Ahí están otros caciques principales y otros indios mandones con sus indias. Hay muchos españoles manejando los hilos de una representación de esqueletos de títeres. José Tipán toma solemnidad y encaramado en los vientos de los llanganates en si imaginario dice:
«La Reina y gobernadores en interín de Castilla, de León, de Aragón, de las dos cicilias, de Jerusalén, de Navarra, de Granada, de Toledo, de Valencia, de Galicia, de Mallorcas, de Sevilla, de Cerdeña, de Córdova, de Córcega, de Murcia, de Jaén, de los Algarbes, de Algesira, de Gibraltar, de las Islas de Canaria, de las Indias Orientales y Occidentales, islas y tierra firme, del mar océano, de los estados de Austria, de Borgoña, de Bravanate, y Milán de Abipure, de Flandes, de Jirol y Barcelona, de los señoríos de Viscaya y de Molina = escarmiente del Rey Nuestro Señor Don Carlos Segundo. Por vos el teniente Corregidor de mi asiento de San Juan de Hambato, y otros cualesquier mis jueces y justicia del sabio y gracia», sabed por el protector general de los naturales que don Tomás Quinatoa Hati es el cacique principal del pueblo de Píllaro.
El pregonero repite las palabras que saliendo de su boca caen como mariposas en el vacío de esas lomas. Los quililicos se posan en el campanario de la iglesia mientras una llovizna gotea por las secas palabras de José Tipán. Un trueno anuncia que los problemas van a durar otros cien años. Don Gerónimo Suárez de Bolaños se ha casado con Micaela Hati Sánchez Millocana para heredar el poderío. Se han borrado los nombres de las cruces de los abuelos Pedro Hati, casado con María Choasanguil. La otra cruz era de Juan Quinatoa Hati, casado con Bárbara Toasigcho que fue llevada en silencio justamente a su pueblo de Sigcho para que duerma por los siglos junto a sus ollitas de barro y un collar de piedrecillas rojas que tanto quiso cuando vivía.