Concurso de odios. 2016

Por: Dr. Pedro Arturo Reino Garcés
Cronista Oficial y Vitalicio de Ambato

Nos acercamos vertiginosamente a las metas que imponen los deseos, esos que imprimen las excitaciones a las masas fóbicas que miran tras los cristales de grandes vitrinas, las apetitosas mesas que los señores llaman banquetes electoreros. Se llaman así: “banquetes”, no sé por qué derivado de banquillo, cuando en realidad es en donde comen hasta el regodeo todos los glotones, sin importarles que lo sobrante puede alimentar a muchos pobres de exiguos salarios, o a los esclavos que los saludan desde debajo de las tarimas y se entusiasman cuando les abrazan y les dirigen la mirada.

Entrar a las elecciones es como ingresar a un hotel cinco estrellas a compartir lo que pueden solo los magos que hasta reclaman presupuesto para financiar sus demagogias. Y nuevamente, los de siempre son los que se han puesto de candidatos, disfrazados de entendidos en manejar sus cintas para que, desde cajitas hechas de madera de bananas, y de enlatados de sirenas, salgan muñequitas rubias y conejillas de peluche, a promocionar desde las vitrinas lo que ofrecen los magos, cuando se abren las tiendas de campaña. Los magos no sabían dónde poner los lazos de la oferta; y dijeron que los lazos se ponen encima de las cajitas donde, en su interior, debían estar las muñecas de caritas atractivas. Pero cuentan que los magos hicieron la advertencia de que el público había visto esos lazos como moños de los sapos que sabían saltar de piedra en piedra; pero que los habían sentido cómo preferían hacer sus saltos y sus asaltos de banco en banco, más seguros y menos resbalosos, en los charcos tropicales de riquezas enlodadas.

Entre los magos, como todos sabemos, no todos tienen caras atractivas. Los que no pueden acomodarse las caretas porque no les calza las de simpáticos que se veían en los espejos verdes, salieron con sus narices encorvadas, con huellas de narigueras a confundirse con mandíbulas robustas que delataban que, sin duda, el abanderado provenía de un abuelo simio. Se sabía que era un exponente de que la civilización avanza y avanza haciendo piruetas de simpatía en circos seguros, donde la magia de millonarias contribuciones, se desvanecían entre las procesiones posfechadas de la muerte. Ya en el desencanto, la gente se dio cuenta que los hospitales y las casas de salud son iglesias de bien morir.

Los países mirados como haciendas son territorios donde se hacen leyes para administrar primero el hambre, y después, las demás formas de las dependencias; y donde se procuran salarios hasta olvidarse completamente de sus muertos. Y hay que aceptar, ahora más que siempre, que toda elección es un concurso de odios, de esos enfrentamientos terribles que tiene la rapiña. Después todos entrarán de a buenas cuando el botín sea un tanto equitativo para tanto lambón inversionista.

Hemos sido empujados a la fuerza que tienen de los péndulos, a balancearnos de derecha a izquierda, de la apatía a la resignación. El juego en este columpio se llama “oliendo la democracia”. Así, vamos con tanta facilidad de la risa al llanto, de la alegría al desencanto, de las manos de uno a otro de nuestros empujadores, sin meditar en sus fundamentos. Politiqueramente vamos del “matrimonio a la carta”, a los divorcios vinculantes. Lo desechable es una rara forma de comportamiento de las sociedades de consumo, y va desde lo elemental y cotidiano hasta los niveles de gobierno que, en nuestra mentalidad, tienen marcas con tradiciones desmontables, sea con garrotes o con silbatinas al héroe que sale de la escena. Eso no les importa a los protagonistas de películas de gánsteres, porque salen arcaicamente llevándose los trofeos en costaladas, en lugar de hacer saqueos sistemáticos e inteligentes con destino a los paraísos, que dicen que se llaman fiscales, porque están dentro de alguna ley hecha por ellos mismo…

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