Por: Dr. Pedro Arturo Reino Garcés
Cronista Oficial de Ambato
La instancia simbólica
Partamos de un enfoque al lector y digamos de acuerdo a los semiólogos, este receptor es un ente que frente a un estímulo de lectura, activa un imaginario que lo tiene previamente incorporado a su memoria. “El verdadero lector de un texto no es un individuo concreto, sino una instancia simbólica que se activa al interior de un texto” (5). Si esto le pasa al lector-receptor, el historiador-investigador, tiene el mismo camino. La escritura de su nuevo discurso histórico frente a un nuevo documento, lo enmarca en el ámbito de su imaginario activado, sea por el conocimiento de algo nuevo, o por los contrastes que le permite la crítica; y desde luego, por su ideología y hasta por conveniencias. La redacción subsiguiente irá “enriquecida”, ampliada, o modificada, y a veces rectificada, dependiendo del registro de memoria que se activa cuando se despliega su instancia simbólica, que no es otra cosa que el registro cultural que tiene a su haber.
¿Qué pasa con el fabulador literario entendido como re-creador? Activada esta “instancia simbólica”, es decir, desplegado a lo visible su registro cultural, va más allá del historiador, para proyectar su intencionalidad re-creadora de lo falso intencional. Puede haber lo falso ingenuo, cándido; pero el caso es que quienes ejercitan oficio ideológico con la literatura de temas históricos, sabrán el por qué re-figurando, des-figuran los elementos que tienen a su alcance para ofertar un nuevo imaginario, que puede resultar controversial. Diré que un poco con este prejuicio podemos leer a Vargas Llosa contrastando con Eduardo Galeano, como ejemplo.
Según lo que dejo anotado, no operamos sobre ninguna mente en blanco, sino sobre lectores que de algún modo ya son depositarios de saberes de toda índole. Por calificarlos de algún modo, digamos que pueden ir desde los míticos hasta los eruditos, desde los trillados y elementales, hasta los que manejan hallazgos afortunados que muchas veces están ausentes en el imaginario de las masas. Lo dicho puede sonar a estructuralismo pasivo; pero el caso es que nuestro objetivo es ir en procura de encontrarnos con sujetos críticos en ebullición. Después de leer “Bolívar, mujeriego empedernido” del colombiano Eduardo Lozano Torres (6) se podrá tener más luces sobre la “soledad” de Bolívar y sus controversias en la sociedad conservadora. Es otro ejemplo que pongo, para no abundar en el enfoque, es El General en su laberinto, de García Márquez.
Ejemplos sobre primigenios imaginarios de lo falso
Cuando llegaron los exterminadores de indios al continente, con Cristóbal Colón, todos aprendimos que gritaron los hombres de las carabelas: como en una fiesta popular: tres tierras, por el arribo de las carabelas: ¡Tierra, tierra, tierra!… ¿Quién ha recogido alguna frase en lengua nativa de los tahinos para saber lo que habrían dicho en cambio los aborígenes al observar las carabelas por el horizonte? Si damos por verdad a este supuesto lingüístico, ¿No será también de contrarrestar con otro supuesto traducido de lengua amerindia sobre el avistamiento de las carabelas dicho por algún aborigen?: Vienen por el horizonte: ¿¡Carevelas, carevelas, carevelas!? (Escribo entre estos signos de interrogación y admiración, para mezclar incertidumbre y asombro, en español). ¿Acaso más bien no dirían vienen bergonautas, bergantines, bergantones? Dejemos que las dos fábulas se defiendan solas, pero, ojo, ¿Por qué enseñamos a los niños lo que nadie oyó que habría gritado Colón, o Rodrigo de Triana, o Luis de Torres que era el lingüista de la tripulación, que había sido contratado para la expedición de Colón porque sabía arábigo, para comunicarse con los chinos? ¿Gritaría algo en árabe para que le entiendan los tahinos? Un supuesto imaginario fabulado más extenso puede leerse en mi trabajo Los quejidos del sol (7)
Se supone que estaban llegando al Gran Khan. Lo más trágico es haber condicionado a la masa, la enseñanza de este estereotipo histórico; y aún más, a los propios nativos indoamericanos. ¿Dónde está un historiador nativo que enfrente a este imaginario avasallador? ¿Acaso la historia occidentalizante no ha contribuido para que se instituyan las celebraciones de descubrimientos y fundaciones hispanas, aún en ciudades donde ni siquiera se sabe a ciencia cierta si ocurrieron tales hechos? ¿Acaso no se sigue en el aniquilamiento de la memoria ignorando que ya estuvieron milenarios pueblos estructurados donde los exterminadores sometieron a los vencidos? Paulo Freire dijo que los oprimidos aprendieron a ver por y con los ojos de los opresores. Entonces puede salvarnos la literatura con algún ingrediente contestatario como narra William Ospina, el escritor colombiano en sus obras Ursúa, La Serpiente sin ojos, o en El País de la canela (8). Frente a esto, no solo la oficialidad puede ver como conducta anárquica o del absurdo, lo dicho en la narratología.
(5) Zeccheto, Victorino, La danza de los signos, 2.002, p. 17.
(6) Lozano Torres, Eduardo, Nomos Impresores, Bogotá – Colombia, 2015.
(7) Reino, Pedro, Los quejidos del sol, Premio Parlamento Latinoamericano Luis Da Cámara Cascudo, 2004, Editorial Pío XII, Ambato, 2011.
(8) Ospina, William, Ursúa, La serpiente sin ojos, o en El país de la canela, Ed. Mondadori, Bogotá, 2012.