El siglo XXI no es sólo un concepto romántico y simbólico, pensamos que así como el siglo V antes de Cristo es llamado el siglo de la Filosofía, y el siglo XVIII conocido como el de la ilustración, el siglo XXI será llamado por las futuras generaciones, como el siglo de la Ciencia y la Tecnología. Este siglo que apenas ha superado su primera década está cambiando radicalmente a la sociedad humana a niveles que ni el más audaz futurista del siglo pasado hubiese imaginado. La ciencia y la tecnología se impone en forma sorprendente y arrolladora, sus beneficios son incontables, pero los dilemas que nos traen también lo son.
Si bien es cierto que ahora vivimos en un mundo cómodo gracias a los nuevos sistemas de comunicación, de análisis, de transporte, de uso masivo de la energía y al desarrollo de herramientas excepcionalmente útiles, también es cierto que vivimos en una sociedad injusta, peligrosa , manipulada y con frecuencia frustrada, es probable, y ahí las expectativas del siglo XXI, que ésta fuese la gran época a la que todos aspiramos, que fuese un tiempo nuevo, que fuese el siglo completo que combine como un espléndido prestidigitador todo lo bueno de todos los siglos que nos precedieron, que la universidad ecuatoriana presente a la sociedad buenas recetas a sus problemas, que mezclen las humanidades, las ciencias y las artes.
Vivimos un momento de la historia en que el valor social de las actividades intelectuales se incrementa constantemente, la riqueza de los países depende cada vez más de la incorporación del conocimiento científico y técnico a las más diversas actividades. Esto ha puesto a las instituciones educativas en un nuevo papel ante las sociedades. Es una situación que ha dejado atrás el voluntarismo y que se sustenta en la calidad de las tareas de investigación y docencia, en su posibilidad real de competir a nivel global. En estos términos, el mejoramiento de la docencia de nuestras universidades y escuelas politécnicas ha de proveer a nuestros estudiantes de las habilidades necesarias para realizar una vida profesional plena en un contexto de alta competitividad, con parámetros que ya no están circunscritos por fronteras nacionales, sino por criterios de calidad y eficacia. Lo propio ocurre con la actividad de investigación, cuyo sentido y alcance han de ser reconocidos en el horizonte de las nuevas capacidades productivas que el conocimiento genera.
En este sentido, resulta crucial que nuestras universidades y escuelas politécnicas, desde la docencia, investigación y relaciones laborales intensifiquen sus relaciones entre sí, y con otras instituciones nacionales, lo que permitirá reunir y potenciar recursos estratégicos en proyectos significativos de docencia en el posgrado y de investigación. La conformación de redes de investigación y el desarrollo de mecanismos de colaboración académica es cada vez más importante a todos os niveles de la actividad institucional.
El ámbito internacional constituye una esfera cada vez más relevante de la actividad de las comunidades académicas. Es necesario que nuestras instituciones de educación superior constituyan mecanismos para promover y fortalecer los vínculos con universidades de otros países, de modo que sus profesores y estudiantes se enriquezcan de los procesos de internacionalización que están en curso. La actividad internacional de nuestras universidades habrá de crecer, porque sus académicos mantengan y fortalezcan una creciente relación con las comunidades internacionales, para ello habrá de generarse la infraestructura y el soporte necesario.
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