Corrupción

Lo que la opinión llama ‘corrupción’, es en realidad un poder prepotente e irracional. Es ‘prepotencia’ e ‘irracionalidad’ del poder, porque no se subordina a leyes y principios y quienes lo practican creen que solo pueden darse normas éticas según ‘las circunstancias’.

Bernahard Haering, uno de los grandes de la teología moral, dedicó en uno de sus libros, un capítulo a la ‘Lucha contra la corrupción política’ donde escribió: “Los hombres y las mujeres que ocupan posiciones políticas influyentes están especialmente expuestos a dejarse corromper por dinero y otros halagos, en favor de grandes empresas y de grupos de presión. Al paso que se encarcela a la gente que no está en el ‘palacio’ por haber cometido hurtos de poca magnitud, frecuentemente se deja impunes a legisladores y líderes de la política que distribuyen y reciben cuantiosas sumas de dinero para auspiciar intrigas de grupos poderosos”.

Haering no solo no ofrece ninguna justificación moral de la corrupción política, sino que, citando a San Pablo, ve en ella ‘un mundo de tinieblas’, reconoce a un ‘demonio’. Y como si previera la oleada de inmoralidades, actos corruptos y de acusaciones judiciales, comentaba: “ Si al demonio de la corrupción política le pidiéramos que nos diera su nombre, él respondería como aquel espíritu inmundo que, en la versión del evangelio de Marcos, suplicaba a Jesús dejarlos entrar a donde estaban los puercos: Mi nombre es legión, porque somos tantos”.

¿Debe la política someterse a principios morales o, por el contrario, como lo ha impuesto la ‘realpolitik’, la moral es el resultado de necesidades políticas?

Doménico del Río, precisa: “La ética de los partidos es algo distinto de la de los simples ciudadanos. Lo que la opinión llama ‘corrupción’, para los partidos es, en cambio, una exigencia de su funcionamiento, y los partidos son instrumentos indispensables de democracia. Son, pues, las condiciones dentro de las que opera el sistema democrático las que permiten esos comportamientos. Y si hay leyes que los prohíben, no son los comportamientos los que tienen que cambiar, sino que son las leyes las que han de ser modificadas. No es ‘Júpiter’, quien quiera que sea: Cielo, Estado o sentido común, el que dicta la norma, sino que es la ‘situación’ la que crea”. Lo que se invoca es cabalmente la ‘Ética de la circunstancia’.

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