El poder de la gente es más grande

Por: Alberto Rigail

Más allá de las lecturas que se hagan sobre la presencia del presidente de la República en las fiestas de Guayaquil el mes pasado, sobre la “debilidad” del presidente y el diálogo que ha propuesto con diferentes actores de la sociedad, hay algo de fondo que podemos analizar y es el estilo para ejercer el poder. Más allá de la coyuntura, los hechos que vemos podrían ser mirados desde una perspectiva más profunda.

En el siglo XX las organizaciones estaban centradas en un poder que emanaba de la autoridad en lo alto de la jerarquía. Con el advenimiento de las nuevas tecnologías de información y comunicación, las redes sociales y los millennials, esto cambió; el poder está distribuido, les pertenece a los actores de la organización que libre y voluntariamente se juntan por un propósito y emociones comunes. De aquí frente a las nuevas realidades necesitamos reinterpretar el ejercicio del poder tradicional.

Desde los primeros años del siglo XXI se ha visto en las empresas cómo el poder está cambiando de estar centrado en la posición a estar centrado en la gente, y el poder que antes se confería a través de la autoridad formal hoy se lo gana a través de la capacidad de liderar.

Muchos gerentes han comprendido que el ejercicio del poder está cada vez menos explicado por las acciones de planificar, decidir, ordenar, controlar y solucionar, y más vale por las acciones de direccionar, guiar, motivar, inspirar, facilitar y servir. Y se han dado cuenta de que quienes ejercen el poder no tienen por qué saber de todo o hacerlo todo, sino son sus seguidores quienes saben, aportan y crean al sentirse dueños de las tareas y de los resultados.

Y han rediseñado los sistemas de trabajo y las culturas organizacionales para otorgarles una mayor capacidad de autodeterminación a las personas, donde el sentido de progreso, de control y propósito también recaiga en ellas.

Sin embargo, son las cúpulas de poder, los políticos y algunos gobiernos quienes aún no se han sumado plenamente a esta tendencia. Quieren continuar rigiendo el futuro de las personas y ejerciendo el poder al estilo del siglo XX.

Un gobierno fuerte no será el que se impone por la coacción, ni por la grandeza de una persona quien lo preside, sino por el tipo de relaciones que crea, por la colaboración y participación que posibilita y sobre todo porque da a cada persona la oportunidad de desarrollarse y realizarse según lo que le convenga. Porque cree, como lo afirmó Wael Ghonim, un activista de la revolución egipcia del 2011, que “el poder de la gente es más grande que la gente en el poder”.

Lo que hará a un país, a una región, a una ciudad, a una empresa, a una organización grande será el poder del líder de liberar el potencial de sus seguidores. Por ello, la actitud de las máximas autoridades del país podría ser considerada un ejemplo de pedagogía para la sociedad, que de replicarse en otros espacios sería muy beneficioso para la convivencia y el progreso.

FUENTE: El Universo
Guayaquil, agosto 4 de 2017

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