Doctor Pedro Arturo Reino Garcés se incorpora a la Academia Nacional de Historia

Este viernes 1 de Septiembre de 2017 se incorpora como Miembro de la Academia Nacional de Historia el doctor Pedro Arturo Reino Garcés, valioso intelectual y distingido colaborador de www.EcuadorUniversitario.Com. El acto solemne se desarrollará en Patate, provincia de Tungurahua, con la presencia del directorio de la academia, invitados especiales y personalidades del mundo social y cultural.

El discurso de incorporación que ofrecerá el doctor Pedro Arturo Reino Garcés tiene que ver con un libro que lo presentará en dicho evento, y que lleva por título Senderos Históricos de Patate.

Aquí les presentamos un avance, no sin antes decir que celebraramos contar con amigos como el doctor Pedro Arturo Reino Garcés, intelectual, periodista, historiador, músico, pintor y gran promtor cultural.

!Felicitaciones estimado Pedro!

…Hay palabras que están empacadas, guardadas en estanterías. Llevo media vida minando en esas canteras de reciclajes de las sombras. He tomado un raro gusto por las cenizas prohibidas. Más solo que nunca me enfrento a los ventisqueros y a las avalanchas polvorientas como un buscador de tesoros, mientras los gallinazos me graznan y predican que sigo perdiendo el tiempo en mi locura de desocupado.

Las calaveras, desde apelmazados anaqueles, me gimen al oído sus pasiones. Algunas larvas engordadas con tiniebla, amparadas en que natura no les ha hecho con ojos, se relamen los huesos de la tinta y de los sellos reales engrasados con lacre.

Descubro en largas firmas a importantísimos personajes que guardan todavía la risa de sus perversidades despiadadas. Me doy cuenta que la sedición no es cosa de forma sino esencia de la vida. Ciertas polillas huyen de mis dedos ácidos y los hijos generacionales de los descarnados me echan maldiciones y conjuros porque no saben cómo tapar la boca a sus nobles calaveras que solo hablan conmigo en un lenguaje cómplice, con la ventaja del destiempo. Muchas ocasiones me encuentro todavía con verdugos intactos buscando entre las sobras algún cuello para decapitar a quien quiera, argumentando que son cosas del destino. Solo a mí me relatan sus verdades escondidas para alivianarse el peso de sus conciencias, mientras sincerándose en el final de su ceniza, me dicen que anhelan dormir tranquilizados, cobijados, inevitablemente, con la esperanza de encontrarse con nuevas formas de experimentar orgasmos con la muerte.

Aprender a leer los garabatos de los archivos, eso que disciplinariamente se llama paleografía, es lo más importante que me ha ocurrido en la vida, diré ahora, rememorando y parafraseando el discurso de Vargas Llosa al recibir su Nobel en 2010. Quienes no saben de su pasado y de sus ancestros, que dicho de mejor manera son nuestros en todos los sentidos, son hijos de la ceguera. Tantean el mundo y sus apetencias, muchas veces con bastones prestados; huelen por las narices ajenas y oyendo los engaños caminan por el mundo y viven inconsciente y desperdiciadamente toda una existencia de ignorancias.

He aprendido a ir al principio acompañando a Sísifo por nuestras propias montañas. Cada día aprendo las primeras letras en una escuela en donde los maestros se han huido abandonando los legajos malditos. El hijo único de la orfandad tiene que enfrentarse a sí mismo si quiere sobrevivir después de los desbordes de Prometeo. Quiero olvidarme de Juan Salvador Gaviota cuando trato de sacar en limpio historias de carroña.

Quiero pensar que una cosa es la muerte de los huesos y otra la muerte de las palabras. No se imaginan cuántos espíritus insepultos me buscan para contarme sus historias. Tengo la gran ventaja de que soy querido por las almas en pena a lo largo de todo un continente. Tengo la ventaja de haber bajado a muchos purgatorios tan solo con la silenciosa sombra de Dante enmudecido. También he subido a los infiernos a reconocer genealogías de perversos y cretinos que buscan la lumbre aureolada que produce lo podrido. Ahora mismo he venido a contarles en un libro lo que me han dicho tantas almas pululantes que como mariposas revolotean ante la luz de sus propios huesos encendidos con el fuelle de mi aliento.

¿Quieren una revelación? Creo que ahora es el momento, porque siento que mi espíritu está titilante en su epifanía. Yo no soy el que me ven y se imaginan que parezco ser. Yo soy un cementerio que habla. Soy una tumba destapada por donde aparecen parientes que abandonaron esta vida. Si dudan, huelan mis transcripciones y encontrarán ese aire guardado que tienen las catacumbas bajo el altar mayor, las del quicio de la hacienda; pero sobre todo, el olor inconfundible que tienen las calaveras de los desamparados de la suerte. No soy el que habla, sino el que grita de prestado con las impotencias de los caídos en las quebradas, de los ahogados en el lodo de la infamia, de los silenciados con las piedras metidas en sus bocas y con las miradas perdidas de los gritos de justicia en sus ojos muertos.

Dentro de mi pecho están reprimidos los gritos de los pobres de solemnidad obligándome a volverles a la vida. Por ahora, el agua no está en mis ojos. Están las lágrimas de fuego de quienes nunca fueron al paraíso a pesar de las ofertas de la fe y de tanta prédica que practica la hipocresía del poder. Si un día se les ocurre abrir mi pecho, tendrán que enfrentarse al avispero de los marginados caídos en la hojarasca. Esa es mi utopía que lucha contra quienes han salido al mundo con sus mangueras alimentadoras de incendios enorgulleciéndose de sus actualizaciones atópicas a combatir a supuestos adversarios. Esos son los aguijones que han alimentado sus almas con la esperanza de fugarse de sus reveladoras muertes.

No sé si estoy en guerra con la vida o con la muerte. Lo dirán ustedes. Patate es Patate, y Comala es Comala. Rulfo camina conmigo desde hace rato alentándome a no tener miedo a las calaveras redivivas que me sacan sus lenguas y siguen armando sus solemnidades en sus salones de apoteosis y riéndose de lo que han concretado en sus mezquindades, negándome los espacios repletos de sus aristocracias podridas que llevan el nombre de sus ciudades.

Por ahora, Patate me significa la catedral solemne de espacio abierto donde he venido a dar vuelo a mis palabras. Gracias por ello a la bondad de su gente. Gracias a la Academia Nacional de Historia que ha insistido en que me integre a luchar por las sendas controvertidas de la oficialidad de la memoria. Correspondo con igual indiferencia ante quienes me han ignorado embelesados en sus poderes fatuos por no poder corresponder a su necesidad de adulos. Mis historias tienen ni tendrán que ver con el miedo que tienen a la verdad tapada. Me quedan muchas fuerzas para luchar contra las opulencias que también terminan en las canteras del desprecio. No avizoro enemigos por mi senda, sino solo rumores de desesperados por figurar en la página social de los acomodos.

Gracias a todos quienes tienen que ver con mi vida, a mis familiares y a mi esposa; a los que me han dado y siguen dando fortalezas; y ahora, a quienes han sido y serán testigos de este acto que también se inscribe en la historia de esta Patria.

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