Este sábado 8 de agosto de 2015 el panorama veraniego cambió en el Parque Itchimbía. Casi todo el cielo estaba cubierto de nubes, ocultando los potentes rayos del gran astro que había abrigado por unas horas a la ciudad. Esa fue la advertencia para las miles de personas que estaban en el cerro y para las que seguían llegando de todos los puntos de la ciudad y de otras latitudes del Ecuador al primer día de la Fiesta Mestiza, del Verano de las Artes Quito 2015. Chompas, bufandas, gorras y sombreros le aportaban color a la vista panorámica del cerro ancestral.
A las 14:00 ya estaba preparado el concierto de Suburbia Ska y los que pensaban que era tarde corrían entre coches de bebés, los puntos de hidratación, las familias que terminaban su picnic, y los grupos de amigos que se tomaban fotos con el Panecillo y el cerro Ungüí de fondo. El viento no daba tregua y aun así no les importó quitarse las camisetas a muchos fanáticos de Suburbia Ska.
La banda quiteña revivía, con su estilo característico, la felicidad que impregna el rocksteady y el ska. Algunos, sin importarles el frío, se quitaron las camisetas; pero las prendas no eran lo único que sobresalían del círculo del ‘pogo’, más de uno reía viendo cámaras go-pro, Ipods, tablas de patinar, guitarras y hasta zapatos. Los que levantaron el polvo del ala sur del Itchimbía eran púberes y jóvenes entusiastas, pero también lo fueron niñas, niños y perros de todos los tamaños.
Al frente del escenario, cerca de una máscara tejida de Diablo Huma y bien sujeta de la valla que la separaba de los músicos, Raquel Mármol bailaba algo tímida la canción ‘Skasillo’. Ella no tiene 16 años, pero su hijo sí, y ningún pretexto los detuvo para trasladarse desde Pusuquí, al norte de Quito. Lo mismo hizo, pero más animada, cuando llegó la hora de Rocola Bacalao. La escena quiteña variopinta seguía nutriéndose de crestas, expansores en las orejas, piercings, tatuajes, diademas de flores, cometas, bicicletas bmx y de montaña.
La emoción de ver a los dos años a los Rocola se palpaba en los padres que hacían saltar a sus hijas e hijos en hombros. Mireya Romero y Roberto Pulliuquitín llegaron desde Quitumbe a las 13:00 para que Valeria de 6 años y Camilo de 8, escuchen a la banda que sus padres siguen desde hace más de siete años. No es el primer concierto de rock y ska al que asisten los pequeños, pero sí el primero de los autores de ‘Las chancrosas’, ‘Yo quiero ser cowboy’ y ‘Gusanito de Pujilí’. Así se afirma una vez más que los niños también disfrutan del rock.
Horas antes parecía que la lluvia iba a dispersar a la gente, pero no, al regresar hacia el Palacio de Cristal se podían observar los pufs sin un solo espacio disponible porque muchas personas se los habían halado para afuera para escuchar y ver la belleza de Cuca Roseta, y su propuesta renovada del fado. Eso sí, la comodidad primaba, un público adulto se había prevenido con ponchos de agua, mantas térmicas, ponchos de lana y bufandas de todo tipo.
El momento más íntimo de su concierto llegó con la canción dedicada a Pablo Corral Vega, Secretario de Cultura del Municipio de Quito. Todos los ojos estaban sobre los artistas del país peninsular para escuchar el delicado homenaje a todas las personas que han vivido la partida de un ser amado. La hermosa voz de la cantante portuguesa y los virtuosos músicos que daban color a la tradicional música del país peninsular, se despidieron de Quito mientras un atardecer corto pintaba el firmamento.
Pese a la fría brisa que caía sobre el Itchimbía nadie se movía de su puesto. Ver a Álex Alvear, en un gran concierto después de 10 años de vivir en Estados Unidos; junto a artistas de la talla de Mariela Condo, Andrés Noboa, Nelson García, los hermanos Castañeda, Benito Tayupanda o Matías Alvear, era una experiencia irrepetible. El lanzamiento del disco de Equatorial movió a varias generaciones, desde niños de 8 años a mujeres y hombres de 40 y tantos.
Su repertorio tocó los filamentos más tiernos de los espectadores con Taita Imbabura, Ausencia, Caballito Azul, Churay y la ya clásica Tarde de lluvia en Guápulo; con la que Alvear se despidió recordando su paso por Promesas Temporales, la banda que formó con Hugo Idrovo y Héctor Napolitano.
El ambiente quedó preparado para recibir a Lila Downs; cantante, compositora y antropóloga mexicana. Y en tan solo 20 minutos un nuevo público repletó la parte central del Itchimbía. En la explanada ondeaban banderas de México, carteles solidarios con los 43 normalistas desaparecidos de Ayotzinapa, ponchos andinos, personas mayores y grandes grupos de amigos de otras ciudades como Cuenca e Ibarra.
Con un gran despliegue de juego de luces salió al escenario la artista originaria de Oaxaca. Su puesta en escena mostraba la rica simbología del país norteamericano, desde su vestuario barroco y colorido, su ofrenda en licor a la Pacha Mama, y los videos proyectados en la pantalla gigante y en los dos banderines verticales situados a los costados.
El carisma de la artista oaxaqueña despertó a los miles de asistentes que coreaban a viva voz las canciones del nuevo disco Balas y Chocolate. Pero Downs no es solo espectáculo musical de fusión rock con ranchera y raíces indígenas, también es poesía y memoria. Su segunda canción provocó gritos de solidaridad con los periodistas perseguidos en México, y pese a que el tema puede generar reacciones negativas, la artista le puso su toque de vitalidad para no perder la alegría de vivir.
El cierre perfecto llegó con más canciones de las preparadas, pues tras más de una hora de escuchar esta poderosa voz el público seguía pidiendo más. Y Lila los complació, incluso recibiendo a las decenas de familias que se agolparon en las afueras del Palacio de Cristal tras la función para tomarse una foto con ella en la intimidad de su camerino poblado de ofrendas de flores y frutos.
Pasaban las 22:00 y tomó más de media hora para que el silencio y la noche fría se apoderaran del Itchimbía después de otro día radiante de festival en el Verano de las Artes Quito, VAQ2015.(MGT-9/8/2015).