Texto y fotos: Luis Enrique Coloma
Me acordé de Remedios la Bella, la hija más hermosa de García Márquez, en su vuelo triunfal hacia los cielos del legendario Macondo, asida a las blancas sábanas que pretendía tender en los cordeles. Un vuelo libre e infinito, en el anchísimo cosmos de Cien años de soledad.
Me acordé del vuelo majestuoso y sorprendente de nuestro cóndor andino, planeando gigantesco, majestuoso, quitándole el invicto al firmamento misterioso y azulado, inmaculado e inmenso. Ese cóndor que con lo esbelto de su figura, impone su presencia en el espacio.
Me acordé de las casi diminutas turbinas voladoras, Quindes llamamos a esas prodigiosas joyas emplumadas; aves que besan a las flores, las besan y se van ingratamente. Me acordé del tornasol de sus colores, que cual dardos luminosos y fugaces, atraviesan taladrando con sus alas, el ambiente que se agita con su luz.
Me acordé de las cometas que de niño, faltándole el respeto a la distancia, las ponía a cielo abierto a navegar. Y no solo a competir contra los vientos, ni tan solo a saludar con las montañas, sino a ver de frente el Sol y más allá.
Me acordé del vuelo de mis sueños, del vuelo de mis altos ideales; de sueños de utopías conquistadas, de sueños sostenidos en los versos, en las alas que nos da la poesía, en las alas que nos presta la nostalgia. En los sueños de una patria liberada, en los sueños de una tierra soberana, en la magia de los sueños alcanzados.
De esto y mucho más tuve recuerdos, la noche del 15 de enero del 2015, en que de la mano de una hermosa mujer, apoteósica volaba la bandera. La Bandera Ecuatoriana flotaba cadenciosa ante los ojos maravillados de la gente. Y el pueblo de la patria agradecido, allá en el Urcuquí privilegiado, allá en ese YACHAY de la esperanza, junto al presidente Rafael Correa, celebraba los primeros 8 años de gobierno de la Revolución Ciudadana.