
Cuenca (Ecuador)
Me voy a permitir comenzar con estas frases, un tanto inusuales. Un personaje dice: “Algún día me moriré”. Y otro contesta: “Sí, pero los demás días no”. No sé quién es esa especie de iluminado que escribió este texto, pero de alguna manera resume casi todo lo que hay que saber sobre ese asunto.
Más de medio año sin Eliécer Cárdenas Espinoza. Y seguimos sintiendo con asombro y admiración, su vida refulgente. Vivió “los demás días”, de manera constante, su pasión por la cultura y la literatura. Plenitud de una vida, porque la vida se conquista día a día.
Eliécer, luchador infatigable en contra de las desigualdades y a favor de los más débiles, a través de la práctica de una escritura en la que supo llegar al corazón de cada lector. Porque eso era, ante todo, un lector; después, escritor. Era Jorge Luis Borges quien así se expresaba: “que otros se jacten de las páginas que han escrito; a mí me enorgullecen las que he leído”. Equivale a decir que todas sus etapas vitales transcurrieron ante un libro abierto. La equivalencia de vivir y leer.
Durante un largo tiempo la cuarentena nos ha encerrado en nuestras casas, pero la literatura es una puerta siempre abierta a un mundo tan amplio como la imaginación del ser humano. La lectura es la antigua forma de refugiarnos y conectarnos con el mundo. El confinamiento, si algo ha tenido de beneficioso, “nos ha recordado la necesidad de recurrir a las letras para leer el mundo”.
Por supuesto, no es nada sencillo convertirse en lector, pero cuando uno lo logra, conquista al mismo tiempo una percepción de la realidad. Eso lo sabía muy bien Eliécer Cárdenas, que “la lectura -en su caso, la literaria- da herramientas prácticas de vida, a veces se adelanta a lo que los jóvenes tendrán que vivir en el futuro. Les proporciona analgésicos para soportar el dolor, armas para combatir, mecanismos para comprender. Pone a su disposición esos tres mil años de cultura, de ciencia, de experiencia y de memoria” (Arturo Pérez-Reverte).
Hay que reivindicar la lectura como una forma de resistencia. Porque nos preguntamos: ¿acaso hemos dejado de creer en la fuerza de las palabras?, ¿acaso el lenguaje se utiliza hoy, paradójicamente, para ocultar la realidad? Como la concebía Eliécer Cárdenas, la lectura, espacio de libertad:
Quien llega a ser lector descubre dentro de sí la existencia del mundo de la imaginación y se convierte en una persona difícil de manipular, en un individuo libre.
Quien lo ignora, por el contrario, vivirá generando deseos y ambiciones de otro. Será un esclavo. No verá más, cuando abra los ojos, que lo que espera ver y contribuirá al fortalecimiento de un sistema con el que seguramente no está de acuerdo.
Sin embargo, esto debe quedar en claro: “no se escribe para ser escritor ni se lee para ser lector. Se escribe y se lee para comprender el mundo. Nadie, pues, debería salir a la vida sin haber adquirido esas habilidades básicas” (Juan José Millás).
Y de lector a escritor. Es fácil imaginar la respuesta de Eliécer a la pregunta de por qué escribir, por qué narrar historias, por qué nombrar y contar. Por las mismas razones por las que se lee: por una sensación de malestar, que no todo va bien, que algo no funciona en nuestras realidades. Decía Kafka: “En general, creo que solo debemos leer libros que nos muerdan y nos arañen. Si el libro que estamos leyendo no nos despierta como un golpe en el cráneo, ¿para qué nos molestamos en leerlo?” Es el efecto que buscaba nuestro autor en cada una de sus narraciones.
Por ello, antes que enseñar técnicas de lectura hay que despertar el gusto y el interés por la lectura. Aunque la escuela, el colegio, la universidad, incluso si sus propios profesores no los motivan, los jóvenes aman la lectura y la escritura.
Afirmamos esto con toda convicción y contra la insistente idea de que a los jóvenes no les interesa leer ni escribir. El autor de “Polvo y ceniza” compartía con nosotros estas reflexiones. Pocos textos como este de Bukowsky para expresar la necesidad imperiosa de escribir, la escritura como una manera de vivir, un modo de estar en el mundo:
Me preguntaba a mí mismo, Bukowsky, si tú estuvieras en una isla desierta, tú solo, y nunca serías encontrado excepto por pájaros y gusanos, ¿tomarías una vara y rascarías palabras sobre la arena? Yo tenía que decir no. Y sabes, pienso que era que la sangre había abandonado mi cerebro, o algo, y yo decía sí, sí, yo tomaría una vara y rascaría palabras sobre la arena.
Escribir es una necesidad muy poderosa. Pero leer lo es aún mayor. Dejar de escribir puede ser irracional, pero dejar de leer es la muerte instantánea, es un mundo sin oxígeno. Los escritores son en primer lugar lectores, lectores que además escriben. Tanto la lectura como la escritura son actos de reafirmación de la vida, extraordinarios actos de esperanza frente a la oscuridad.
Por otro lado, no controlamos lo que nos sucede, pero sí controlamos la respuesta a lo que nos sucede. De otra forma, no podemos evitar las desgracias, pero sí podemos elegir cómo vivirlas. Precisamente, la primera actividad que organizamos con Eliécer en plena adversidad sanitaria fue “Expresiones en tiempos de crisis”. Titulé mi trabajo “Es hora de hacernos preguntas”. Ojalá la postpandemia sea una realidad, pero incluso así todavía permanecen en pie algunas preguntas.
La pérdida de lazos afectivos por la urgencia del confinamiento, ¿es una situación que se prolongará excesivamente? ¿Cuántos vínculos afectivos, estables y duraderos hemos sido capaces de generar en todo este tiempo de vida reducida? La economía se puede recuperar, las vidas y los afectos no. ¿Las adversidades y dificultades vividas servirán de aprendizaje de vida? ¿Será superable el egoísmo desatado en estos tiempos de pandemia? ¿Acaso la vacuna lo logrará?
La dimensión ética atraviesa las mejores páginas de nuestro autor. Desde “Hoy, al general”, su primera obra, hasta “Diario de Hermes”, su última novela. Ojalá la despertada sensación de la brevedad y la fragilidad de la existencia ayude a establecer otras prioridades vitales y sociales. Somos seres sociales, pero ahora el otro es, todavía, un peligro, un riesgo inminente. Recelo, sospecha, incertidumbre rigen nuestras vidas, nadie sabe durante cuánto tiempo.
Quizás la sensibilidad social y la solidaridad lleguen a ser parte un día no muy lejano de un aprendizaje de vida.
Precisamente, Francisco Olmedo en su artículo “Enseñar el oficio de vivir”, publicado en el anterior número de nuestra revista, asegura que “el sistema educativo enseña muchos oficios o profesiones, pero ¿enseña acaso el oficio más importante y difícil de todos, el oficio de vivir?”. De lo contrario, nos sigue diciendo, estas frases del ensayista Montaigne (“se nos enseña a vivir cuando ha pasado la vida”) y del escritor Luis Aragón (“cuando has aprendido a vivir, ya es demasiado tarde”).
Añadimos, por nuestra parte: aprender a vivir pasa por la palabra. “La palabra nos hace”. La palabra nos humaniza. Así, la obra literaria de Eliécer Cárdenas Espinoza. La gente necesita hoy esta clase de escritores, para poder ver la luz entre las tinieblas y seguir teniendo esperanza.
Eliécer Cárdenas, un escritor capaz de escribir desde el más crudo compromiso social hasta la más conmovedora ternura. Leamos estas palabras de “Polvo y ceniza”, poco antes de morir Naún Briones, y habiendo ya abandonado a Dolores Jaramillo, su compañera, para proseguir su lucha social, una decisión que le dejará profundas cicatrices en el alma:
Puedo pensar en la Dolores, en los ojos de la Dolores que ahora se llenarán de lágrimas, presintiendo que mis manos jamás han de volver a tocar la dureza de sus senos, que mis pasos ya nunca han de sonar cerca ni lejos y que mi voz, mi oscura voz de fugitivo, no se alzará junto a su oído para decirle ya ves, mujer, volví, no me mataron, no pudieron, se asustaron de mi risa y mis disparos.
Necesitamos escritores que relaten lo sucedido y otorguen sentido a la historia. El rescate de la memoria histórica es una obligación moral de nuestra época. En esta línea se inscribe la mejor narrativa de Eliécer Cárdenas Espinoza.
Con Eliécer, cuánta esperanza hay en el acto de leer. La esperanza de poder entender a otro ser humano. Para escapar del encierro de nuestra individualidad, para eso se lee. Para saber que no estamos solos. “El tiempo para leer libros, al igual que el tiempo para amar, dilata el tiempo de vivir” (Daniel Pennac).