Gonzalo Escudero le canta al Amor

Gonzalo Escudero nació en Quito en 1902. Es uno de los grandes poetas del Ecuador. Fue diplomático en varios países americanos y europeos. En su juventud estuvo influido por los parnasianos, los simbolistas y los modernistas.

Posteriormente se vinculó al movimiento vanguardista. Del surrealismo asimiló con especial talento la libertad creativa, la brillantez de la imagen y la preocupación por lo onírico y lo simbólico. En su madurez, Escudero retorna a las formas clásicas, convirtiéndose en impecable maestro del ritmo y de la lengua.

A M O R

Por alcanzar la yema de la más alta espiga,

desafié los colmillos sutiles de la zarza,

y semidiós alado sin muerte ni fatiga,

seguí hasta el fin del cándido revuelo de la garza.

Yo logré por el tallo subir a la corola

y se rindió el pistilo a mi caricia tierna,

mientras Dios y el amor ponían en la ola

todo su movimiento de geometría eterna.

Amé más al deseo que a su logro anhelo

y cuando lo sacié con agua manantía,

me rescoldó otra vez el desierto abrasado

y la flama agorera del deseo volvía.

Hubo algo en mi deseo de secreta añoranza

y un designio de oscura sumersión en la nada,

la dulce pesantez de su cuerpo con holganza

en su perennidad de ola recuperada.

Acaricié la sombra con mi amoroso tiento,

a la rendida virgen le despojé su veste

y su cuerpo se erguía con el azoramiento

de una anguila de azogue hasta el gemido agreste.

Abrevé en el desnudo cuerpo de la doncella,

mi cántara de almendra, la miel del paraíso,

y me quedó en las manos el ascua de un aestrella

cuando su arquitectura de aroma se deshizo.

Ninguna sombra nubla mi limpia remembranza

si yo he sembrado amor y he vendimiado inquina.

sólo sé que me miran desde su lontananza

mis mozas como ciegas estatuas de neblina.

Las esperé en mi orilla de candor hasta cuando

llegaron a mi pávida comarca del desvelo.

El sitibundo estío las desnudó llorando

y devoró las lunas menguantes de su hielo.

Porque amándolas supe desamarlas bien luego,

amor y desamor me fueron consentidos,

pero me huelga para mil años de sosiego

la colina de olor de sus cuerpos vencidos.

Caballera de mármol en su leve almohada,

la rosa me retuvo con su verdad hialina,

y bien valía toda su blancura nevada

la punta del buído alfanje de su espina.

Mi gélida memoria se pierde en el hastío

del tiempo que viví con el alma en hartura,

para siempre ignorado que se llevaba el río

en el albur de su onda, la caricia madura.

Conclusos los amares en la remota niebla,

no desanduve nunca mis caminos andados

y sepulté en mis hondos aljibes de tiniebla,

lunas de sal y sangre, mis sueños devorados.

Tomado de la Obra Poética de Gonzalo Escudero.

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