Por: Wladimir Chávez Vaca
Cuando yo tenía 21 años y buscaba por internet alguna buena beca para continuar mis estudios de Humanidades fuera del país, la tentación por encontrar universidades hispanoamericanas era grande. Y no porque no me interesara vivir en lugares como Sidney, que además de tener una brillante universidad ofrece el nada despreciable atractivo del sol y el mar, o Nueva York con su jungla de cemento, ese caldo de cultivo de las diversas variantes de la naturaleza humana. No me interesaban esas universidades por el requisito del inglés. Yo había salido de un colegio en donde, en idiomas, había solo dos horas de clase por semana, y cuando hablaba con alguno de esos gringos de intercamnbio de la PUCE, me daba cuenta que mi nivel era pobre, primitivo. Pero al mismo tiempo, algo dentro de mí admitía que el camino correcto pasaba por la lengua de Shakespeare. Aunque hay buenas universidades en Argentina, España o México, las mejores becas siempre van a exigir el inglés. Como muestra, cabe echar una hojeada a la lista de universidades de excelencia de la SENESCYT.
Desde hace algunos días la alcaldesa de Madrid ha sido centro de bromas en las redes sociales. Durante su discurso –en inglés– frente a los miembros del comité olímpico, se coló una frase: «relaxing cup of café con leche». Esto me recuerda mi experiencia en Noruega, cuando vivía en una residencia de estudiantes. Los españoles que pasaban seis meses o un año de intercambio, igual que los italianos, hablaban un inglés fatal. Era tan malo y tan escolar como el mío. Sin embargo, después de tres meses de usarlo continuamente, el idioma se afina. La ventaja radica en que todos los escandinavos hablan inglés, y uno está en la obligación de convivir: hablar con el vecino, ir a la tienda, charlar con el chofer del autobus, etc. A los seis meses era posible mantener una conversación decente, de nivel, con amigos de distintas nacionalidades.
Lo que quiero decir es que muchos estudiantes, tal vez ahora, están en la disyuntiva de elegir una universidad para continuar sus estudios en el extranjero. Y tal vez les interesan destinos anglosajones, o programas que requieran cierto dominio de inglés, pero no estén seguros de su propio nivel. Encarar la situación como un reto, como una oportunidad que aunque costase sangre, sudor y lágrimas, nunca será tiempo perdido. Un nivel mínimo de ingles siempre crecerá en el país de acogida (si no deciden formar una burbuja lingüística, claro está, buscando solamente amigos que hablen español). Mi experiencia es que no es tan difícil como parece y que lo más complicado es dar el primer paso.
Otros dos columnistas en Ecuador Universitario han enfatizado en la importancia de hablar inglés. El Dr. Juan Morales Ordóñez recordaba una frase de Mujica: “Porque el inglés no es el idioma que hablan los yanquis, es el idioma con el que los chinos se entienden con el mundo”. José L. Pantoja, en su artículo “Por qué aprender inglés?”, nos narra una experiencia desde una perspectiva laboral: la primera pregunta en la entrevista fue “habla inglés?” No? Chao entonces. Y los ecuatorianos no tenemos las ventajas que tienen otras nacionalidades, de pronto el número de horas de idiomas no es el adecuado en nuestras escuelas y colegios, ni tampoco hemos adoptado la estrategia de los escandinavos: sus programas de televisión y películas de cine estén siempre en el idioma original, con subtítulos en las lenguas locales.
¿Qué pasó conmigo al final? Tomé cursos de inglés en Quito, llegué hasta el último nivel. Luego apliqué a una beca en Noruega y tuve la fortuna de conseguirla. Y los primeros tres meses entendí muy poco de lo que ocurría a mi alrededor, pero la práctica me generó confianza. Con el tiempo, aprobé el Toefl y el IELTS con puntajes muy altos. ¿Qué tan distinta pudo ser mi vida académica si me decidía por una universidad de España o México? No sé si habría sido mejor o peor, pero la única diferencia la ha hecho el inglés, que no es poco. O como dice Robert Frost:
Two roads diverged in a wood, and I, I took the one less traveled by, And that has made all the difference.
Wladimir Chavez obtuvo su Licenciatura de Comunicación y Literatura en la Pontificia Universidad Católica del Ecuador, PUCE, en el 2000. Ha estudiado en las universidades de Bergen (Noruega), Arhus (Dinamarca) y Newcastle (Inglaterra). Actualmente es profesor en la cátedra de Literatura y Cultura en el Colegio Universitario de Ostfold. Su doctorado trata sobre la copresencia de textos: Un ladrón de literatura: el plagio a partir de la transtextualidad (Universitet i Bergen, 2011). Artículos suyos han sido aceptados en publicaciones como Dialogía, Revista Caracteres, Variaciones Borges e Iberoromanía.
Nota: Este artículo envió a Ecuador Universitario en septiembre de 2013