Por: FERNANDO TINAJERO
Imaginemos que nos encontramos en una situación crítica que nos obliga a desprendernos de la mayor parte de nuestras pertenencias, contentándonos con aquellas que para cada uno de nosotros son indispensables, seleccionadas sin embargo en el mínimo plazo de una hora. ¿Con qué nos quedaríamos? Muchos (tal vez yo mismo) incluirían su LapTop junto a los adminículos de aseo, y algunos agregarían algún implemento deportivo (una pelota, una pesa, quizá una bicicleta); otros optarían por los retratos de familia; otros, por un azadón y una pala… Yo empezaría por los libros, pero me vería obligado a seleccionar aquellos que son para mí indispensables, sin que en mi selección constituya ningún canon y admitiendo que hay muchos autores a los que tendré que renunciar dolorosamente.
Empezaría por los griegos: Homero, los tres grandes trágicos (Esquilo, Eurípides y Sófocles), Platón, quizá Aristóteles (solamente la Poética y la Retórica). Y luego, a saltos, seguiría con Dante, Erasmo y Tomás Moro; Cervantes, Montaigne, Pascal y Descartes. Desde Manrique y Garcilaso pasaría a Shakespeare, Racine, Hölderlin, Goethe, Shiller; Kant y Hegel; a continuación, Kierkegaard, Balzac, Víctor Hugo y Flaubert; Dostoievski y Tolstoi; Beaudelaire, Rimbaud, Mallarmé; Unamuno, Proust, Joyce y Kafka; Lagerkvist; Camus y Sartre; Faulkner; Benjamin; Valèry… Pero no podría dejar a los nuestros: Juan Bautista Alberdi; Rubén Darío; Alfonso Reyes, Mariátegui; Onetti, Borges, Cortázar, García Márquez; Paz… (Vargas Llosa, buen novelista, no es imprescindible).
¡Es tan difícil retener la mano para no seguir agregando nombres que ya no caben en el cupo que me asignan…! Sin embargo, tengo que agregar, por último, los libros que más me gustan entre los que han escrito mis amigos más cercanos (Ulises, Humberto, Agustín, Bolívar, Pancho, Iván, el otro Iván, Jorge Enrique, Cecilia, Julio, Juan, Alejandro, Diego, Javier, Raúl, Alicia, Pájaro, Marco Antonio, Abdón…) Y por fin, esa colección de la antigua literatura hebrea que ha recibido un nombre en latín: “Los libros”, o sea, la Biblia.
Si tuviese un tiempo mayor para pensar, recordar y consultar, podría agregar nombres que por ahora olvido; pero ese mismo olvido es revelador. Quizá este ejercicio me ha servido solamente para saber cuáles han sido los autores que me han llegado más adentro del alma. Los que me han “tocado”. Hay muchos otros que solo han sido importantes, pero aquí apenas hay lugar para los imprescindibles, o sea, para aquellos que condensan la totalidad del sentido de la existencia humana y, por lo mismo, exigen que vuelva a leerlos una y otra vez, porque en cada lectura me abren nuevos horizontes y me llevan a descubrir otros mundos, y otros, y otros…
Un viejo refrán dice: “dime con quién andas y te diré quién eres”. Pues yo he andado por la vida con estos amigos fieles: díganme quién soy.
FUENTE: EL COMERCIO
Jueves 02 de enero 2020