Por: Manuel Felipe Álvarez-Galeano, PhD
Colombia
La magia de mi oficio me permite vivir las vidas de mis protagonistas
y el placer de describir lenta y cuidadosamente un encuentro erótico
supera con creces el placer de vivirlo
Isabel Allende
Entre la gama de dimensiones en que la poesía se asume, uno de los principales debates en la contemporaneidad es si hay que replantear la inclusión de la poesía dentro del constructo de la historia, lo cual le daría una vacua fijación científica, o, bien, si tiene un carácter meramente humano e incidental que la mantiene en el paradigma de lo insólito: ¿qué hay más incidental sino los sentidos? Esto exige dialogar sobre su espacio de vida, el cuerpo y la forma en que lo comprendemos como maza y como partícula en transformación dentro del universo; en otras palabras, arte.
Esa concentración en la forma como se asume el papel del cuerpo, desde la esencia y la rebeldía, se vincula con la génesis del arte. Octavio Paz (1993) menciona que “la relación entre erotismo y poesía es tal que puede decirse, sin afectación, que el primero es una poética corporal y que la segunda es una poética verbal” (p. 10); por ende, hay una clara correspondencia entre el cuerpo y la expresión lírica. Hay otros, como el maestro de los amarillos, Gustav Klimt, que van más allá al sostener que, en realidad, todo el arte es necesariamente erótico.
Frente a esto, hay una prolífica tendencia en la actualidad sobre escribir poesía con el epíteto de erótica; sin embargo, por un lado, se tiende a una relación sintagmática entre palabras asociadas semánticamente con el cuerpo y que no salen de la zona de confort de la frase hecha. Pero, de otro lado, hay autores que logran retratar dimensiones que exceden la mera enunciación denotativa del erotismo y su obra, a más de una representación o mímesis, pasa a solventarse como un acto erótico en sí mismo; tal es el caso del poeta guayaquileño Simón Zavala.
Tuve la fortuna de conocerlo en el 2015 en la altura juliaqueña, en un evento convocado por la querida Casa del Poeta Peruano; entre pasillos y versos, logramos entablar una grata amistad, situación que favoreció contar con sus libros firmados y darme el gusto de leerlos. El tema más recurrente es el que hoy nos ocupa y, si fuese necesario definir su obra sintéticamente, me inclinaría por que es, a juzgar por su isotopía del deseo, de las más vivas que he leído, considerando que el deseo es la sensación más viva que experimentamos: por este lloramos, gritamos, suspiramos y hasta combatimos.
Entre la inmensa paleta de títulos que nutren el pensum vitae del autor, me han generado una emergente curiosidad, sobre todo por los distintos rostros del Eros, los poemarios Lascivos (1991), Ópera salvaje del amor y el Eros (Partitura lírica en tres movimientos) (2004) y su reciente Vuelo de utopías (2021). En estos se nota una evolución o línea progresiva de trascendencia entre el Eros como placer, como eternidad y como experiencia onírica, respectivamente.
Esta simbiosis incluso se avizoró en el primer poemario en mención, en que una muy afortunada aleación entre estos tres elementos fue armoniosamente expresada: “Aproximo mi sed a tu vehemencia / que duerme como una profecía / lujuriosa / en las ondulaciones del vaticinio” (Zavala, 1991, p. 55). Estas líneas del poema “Parábola del paraje nocturno” suponen una cadencia simétrica entre marcas del placer, como es la materialización de la lujuria; del deseo, desde la sed y la vehemencia, y las marcas de la eternidad, en la profecía y el vaticinio.
El tema de la sed es constante en la obra de este querido poeta y no resultaría gratuito que lo familiarice el erotismo. En esta se configura la instancia más imprecisa de la soledad, el momento de amar y contemplar el cuerpo ajeno y que, de alguna manera, conlleva a aceptar la otredad de una manera íntima y descarnada, como en el segundo poemario en mención: “Limpio el cántaro de tu cintura / que eclosionó lleno de / insinuaciones / para una sed amanecida / para una resaca” (Zavala, 2004, p. 57).
En este sentido, la resaca es una especie de explosión acusatoria que el cuerpo nos deja tras el éxtasis, casi hasta el remordimiento. En esta medida, se reconoce la tercera y última instancia: la de la nostalgia, como se exhibe en una especie de cuadro entre salvaje e incendiado, desde Vuelo de utopías, en que, tras la resaca de lo vivido, como cantaría Vallejo, algo queda de los cuerpos ahora lejanos, como en un poema dedicado a Lilith: “Solo es un recuerdo remoto que vibra en nuestros huesos / Un fantasma que sangra herido por tu ausencia” (Zavala, 2021, p. 31).
Tras esta póstuma advocación, resta recordar a Fernando González y su libro El remordimiento, en que se retrata el guayabo por lo que no atrevió a vivirse, contrario a Zavala, en que se sustrae el chuchaquipor la intrepidez de rasgarse el alma desde el firme bastión del cuerpo. Por fortuna, nada hay más libre que la remembranza, ni nada más propio, ni nada más digno.
Referencias
Paz, O. (1993). La llama doble. Amor y Erotismo. Seix Barral. Biblioteca Breve. Colombia.
Zavala Guzmán, S. (1991). Lascivos.
Zavala Guzmán, S. (2004). Ópera salvaje del amor y el Eros. Editorial Maribelina.
Zavala Guzmán, S. (2021). Vuelo de utopías. Centro de Artes y Letras del Ecuador.