Violencia en el noviazgo

P R Ó L O G O

Por: Leonor Guadalupe Delgadillo Guzmán

Universidad Autónoma del Estado de México (UAEMéx)

Empezar un noviazgo, que emoción, el estómago se mueve como nunca, el corazón se acelera, y en el pensamiento solo se ve el rostro de la persona por la que ese joven o adolescente siente atracción. La forma de mirarle es diferente a como se mira a los demás. La sonrisa asoma inevitablemente en el rostro. Todo el cuerpo y el pensamiento están agitados, y la única razón explicable es esa persona tan especial, única, hecha a la medida de sus fantasías, de sus deseos y quizás, porque no, de sus necesidades de estar todo el tiempo con su particular compañía.

Todo empieza en la cadencia de la ternura, las pláticas inagotables, el entendimiento mutuo, la atracción incontenible, con el anhelo de tatuar su rostro en la memoria, con la agonía de su ausencia. El celular mitiga la inquietud de no estar con él o ella. Cómo olvidar los primeros mensajes salpicados de expresiones dulces y ligeramente impacientes. Esas incipientes  selfis subidas al facebook y al Instagram, con la leyenda “en una relación”. Todo yendo viento en popa, nada podría ir mejor.

Cada día es una conquista de entendimiento. Todo el tiempo se está feliz, y más allá de eso lo demás poco importa. Una llamada suya es una razón para sonreír, sentirse bien sino es que muy bien. Ante posibles diferencias se entiende que no todo irá color de rosa, pues no hay personas idénticas, aceptando o justificando que esa historia de la media naranja no es tan cierta. Pero no importa, este sentimiento y excitación que se vive valen la pena. Ahora los amigos no interesan como antes. Son parte de un ayer no lejano, divertido sí pero no tan excitante como el noviazgo.

La confianza se va haciendo presente, cada cual sabe qué hace el otro, dónde, con quién y en qué momento regresará cada uno a su casa. Entre los dos pagamos los gastos que tenemos  cuando salimos, eso me parece genial, aunque a veces siento que yo estoy gastando más y que el asunto no es del todo parejo. En fin… Estoy haciendo las cosas más grandes de lo que verdaderamente son. Estamos bien. Y decidimos dar el gran paso, la intimidad. Cuanta pasión, cuanto deseo, el tiempo pasa volando más que antes. Me pidió que no tengamos miedo de sentir nuestros cuerpos, que ese espacio nuestro es seguro, que a su lado nada malo me va a pasar. Tenía mis reservas, porque lo que me han enseñado es que es importante tomar medidas, pero fue tan insistente, dijo que no había nada a que temerlo, porque nuestro amor es más poderoso que cualquier cosa, y que además ambos deseamos lo mismo. Y sí, es cierto, ambos lo deseamos, pero… En fin, tomé una decisión, ya no hay reversa. Estamos teniendo sexo tal y como me lo pidió. Quizás nos apresuramos, sin embargo, creo que es real lo que tenemos entre los dos.

De un tiempo a la fecha hay ocasiones que no vamos al hotel porque sufro de infecciones, no tengo idea que está pasando, esto de infectarme no me había ocurrido antes. Ha de ser porque igual y vamos a estos lugares que no tienen buena limpieza. Me ha pedido que tenga más cuidado, porque por mi  culpa no podemos estar juntos, pues si es algo que yo no busco ¿Por qué dice eso? Además, quien está llevando el control anticonceptivo soy yo, cuando existen tantos medios de barrera para evitar el embarazo ¿Por qué tengo que ser yo quien lleve esta carga? ¿Por qué no la compartimos? O más bien ¿Por qué dejo que me la deje a mí? Tonterías, estoy dejando que el enojo me gane. Ya después iré otra vez al doctor para que me cheque y me diga que me está pasando. Por ahora no tengo nada de qué preocuparme más que sigamos amándonos.

Y el que tenga celos, es una muestra de interés por la relación. Al principio no me celaba, quizás no me quería tanto como ahora. Igual, el que exprese su parecer por el tipo de amistades que se tienen, incluso hasta el hecho de que manifieste que tan de acuerdo está con esas relaciones. Y poco a poco y sin sospecha alguna asomó con más frecuencia e intensidad los desacuerdos. El otro día, igual, me dijo que lo que llevaba puesto no le gustaba, que me veía mal. Y hace poco otra vez me volvió a decir lo mismo. Realmente fue un momento incómodo. Ya no nos llevamos tan bien como antes. Algo está pasando y no sé qué está pasando. Nos estamos peleando por cualquier nimiedad. Dejó de llamarme como usualmente lo hacía. Ahora los mensajes no son tan dulces. Sus palabras son cortantes, su tono de voz es frío, parece que le molesta que le hable. Aun así, las diferencias se van arreglando si se cede a lo que pide. No importa. El amor que tenemos es tan grande que ese tipo de concesiones son muestras auténticas de cuanto afecto existe.

Un día cualquiera pidió ver las claves de redes sociales. Ahí están, no pasa nada, no hay nada que ocultar, porque hay confianza. Pero, cuando se le piden sus cuentas, resulta que no es posible acceder a sus redes sociales porque simplemente se niega. La inquietud asalta ¿Por qué se niega? ¿Oculta algo? ¿Pasa algo que debiera saber? Y entonces cambia el discurso y reclama que no hay confianza suficiente. Últimamente está de mal humor, no alcanzo a explicarlo. Hasta me dijo que me cambiara de ropa que no me veía bien. Es raro, porque este mismo atuendo lo usé cuando recién salíamos y me dijo que estaba súper, que me veía muy bien. Bueno, ya pasará.

No sé qué ocurre, pero cada vez está más demandante e irritable, el otro día hasta me jaloneó. No le pareció bien que  saliera a tomar un trago con mis amistades. Accedí a no hacerlo porque prefiero que estemos bien a que estemos mal. Aunque lo hice de mala gana. Otra vez, en fin.

Han pasado ya meses desde que estamos juntos y no comprendo cómo llegamos hasta este punto. Ya no hablamos, solo discutimos, ya me pegó. Ya no estamos felices como antes, solo peleando, insultándonos, recriminándonos un cúmulo de cosas. Nada le parece, quiero dejar la relación, pero no puedo, ni siquiera entiendo qué me pasa. Pensé que teniendo nuestra intimidad estaríamos colmados de felicidad. Un tiempo fue así. Ahora creo que ya le aburre, o le hastía. Aun cuando dejo que explore otras cosas que no del todo me gustan o me convencen. Estoy triste, ya ni con la banda de amigos y amigas salgo. Todo me da igual. A veces estoy de mal humor, me descargo con mi familia. Les hablo mal, quisiera que nada de esto me estuviera pasando y sé que es por culpa de esta relación. Cada vez estamos peor y yo no era así…

Esta es la historia común de tantos jóvenes y adolescentes que viven un noviazgo en el que se instaura la violencia y de la que difícilmente logran salir porque no entienden lo que les ha pasado. Inauguran relaciones rápidas cuya velocidad les impide entender y asimilar los avances que dentro de ella van fincando. El enamoramiento enciende la pasión y la pasión se confunde con amor. Como bien lo señala Rollo May, una cosa es te amo porque te necesito a te necesito porque te amo. Las relaciones basadas en la transacción del deseo confundido con el amor difícilmente tendrán bases sólidas, más cuando se inician a muy temprana edad, sin dar el tiempo necesario para comprender lo que se juega e involucra una relación de noviazgo.

Muchos jóvenes estrenan relaciones íntimas tempranas sin una consciencia plena de las implicaciones que tal decisión tiene. La etapa idílica es tan intensa y al mismo tiempo tan efímera que se desconciertan del cómo las cosas cambian drásticamente, porque las palabras y los actos de fondo, como la responsabilidad, el respeto, el compromiso, el conocimiento mutuo como personas, el emprendimiento de proyectos comunes a corto, mediano y posiblemente a largo plazo, no son elementos que formen parte de su reflexión al iniciar su noviazgo.

Una buena proporción de los noviazgos se producen bajo una edición de fast track, vía rápida, me gustas, te gusto, nos gustamos pues nos acostamos y andamos, lo demás no importa. El consumo vertiginoso y excitante de los cuerpos es más atractivo que la construcción de una relación sólida. La falsa creencia que la superficialidad del momento será suficiente para sostener y prolongar la intensidad de cada encuentro se desmorona conforme se aterriza en la cotidianidad y se inaugura el enfriamiento de lo que ya no es “nuevo”. Y así, la intolerancia encuentra su entrada, la incapacidad a la frustración y la búsqueda impositiva de resolver las diferencias de acuerdo con lo que cada uno piensa. Al carecer de una clara noción sobre los riesgos que se están sembrando en la relación, la violencia es acogida para resolver las desavenencias.

No resulta difícil anticipar que estando inmersos en sociedades patriarcales sean los jóvenes varones los que opten por conductas dominantes, opresivas, demandantes e impacientes de servicio, es decir, machistas. Esta particular forma de relacionarse que necesita de una afirmación constante de mostrarse como fuerte, superior a las normas, superior al dolor, al sufrimiento, a los afectos, a la feminidad, a lo delicado. Ajeno a los sentimientos profundos de necesidad afectuosa por una persona, por el hecho de ser hombre, de ser macho. Porque, en suma, cuando no encarna el poder lo ejerce. Lo encarna con una musculatura hiper desarrollada, con un genital sobrevalorado, con actitudes arrogantes, con conductas intimidantes y de alto riesgo, como el alcoholismo, el tabaquismo, consumo de drogas, manejo ofensivo, entre otros posibles elementos más.

Una falsa superioridad con la que se vale para despreciar todo aquello que no sea el sí mismo, y en consecuencia se configuran jóvenes varones destinados a relaciones instrumentales, poco expresivas, con efectos claros de analfabetismo afectivo y personal. Jóvenes varones montados en una ambivalencia de atracción y repudio a lo típicamente femenino. Por un lado, si se ha de tener se poseerá como algo subordinado a los deseos personales, erótico-sexuales, lo que coloca en su estructura psíquica a las mujeres como objetos de satisfacción, medios de placer egoísta y elemento de reconocimiento por lucir a la mujer que se tiene por su belleza, por su cuerpo y por su feminidad, cuya talla y peso es, desde luego, inferior a la que ellos tienen.

Por otro lado, para este tipo de jóvenes varones y también para los no tan jóvenes, si se ha de advertir la feminidad, será sólo en las mujeres, pero nunca en los varones, lo que activa una fobia contra varones que viven de forma diferente su masculinidad. De esta forma, la homofobia toma su lugar, el desprecio e incluso el asco por los pares que se configuran psicosocialmente como homosexuales. Es justo en este punto, en el que peligrosamente se incuban ideas desbordadas de dominio, de autopercepción distorsionada del sí mismo, del otro y de la otra. Distorsiones en su perspectiva que incluso los arrastrará a una falta de autocuidado, porque un verdadero macho nunca se enferma.

Estas deformaciones psicosociales necesitan ser desmanteladas porque de lo contrario serán el sello de su forma de ver a sus pares varones y a sus pares mujeres. En el caso favorable de que logren superarse se tendrán jóvenes varones menos inmaduros, más conectados con sí mismos y con las demás personas independientemente de su sexo, de su identidad genérica y preferencia sexual. Jóvenes más seguros de sí mismos que aprenden que toda esa parafernalia machista y sexista solo conduce a su propio empobrecimiento como ser humano y al alejamiento con el resto, y no porque esto último así lo decida, sino porque las demás personas que practican la tolerancia, el respeto y la igualdad humana se alejarán de este tipo de jóvenes tóxicos.

Es claro que también algunas mujeres optarán por patrones violentos, pero no en la misma proporción que los varones, porque la inoculación psicosocial del sexismo androcéntrico es primordialmente aplicada sobre el inconsciente colectivo de los varones y no de las mujeres.

Este escenario de relaciones destructivas se exacerba con la condición extraordinaria de pandemia que se vive en todas partes del mundo, porque el machismo en su máxima expresión necesita de espectadores para hacerse valer, al no tener el espacio de lo público en el que pueda desplegar esa hombría inflamada con quienes puedan atestiguar sus actos varoniles y estar restringidos al espacio de lo privado, los magros límites de tolerancia a la frustración son sometidos a una mayor presión. Dado el analfabetismo emocional y la falta de desarrollo de habilidades dirigidas al servicio de alguien como para que se puedan involucrar en tareas domésticas, de acompañamiento, crianza y apoyo familiar, es de esperarse que la descarga de frustración vaya en contra de la pareja, la novia, y el resto de los miembros de la familia de la que se es parte.

Derivado de lo expuesto, las relaciones de noviazgo violentas necesitan ser leídas y señaladas por los mismos jóvenes, varones y mujeres desde sus primeros indicios, para que sean replanteadas, y lo antes posible desactivados los patrones conductuales de control, coerción, desvalorización, indiferencia, golpes, abusos sexuales, económicos y sociales. De lo contrario, los efectos negativos no se dejan esperar, embarazos no deseados, contagio de enfermedades de transmisión sexual, promiscuidad. De ahí que sea tan importante contar con estudios, análisis y debates desarrollados desde la academia.

Así, la obra presentada por Sandra Urgilés, Nancy Fernández y Diego Illescas sobre la violencia en el noviazgo representa una fuente de lectura obligada para los jóvenes estudiantes d educación media superior y superior no sólo en la provincia de Azuay sino también en las otras provincias. Su divulgación por medios electrónicos será clave para registrar la obra en reservorios académicos del país, cuya visibilidad la proyecte como una obra que revela una interesante aproximación a tan delicado problema.

La estructura de su contenido permite una comprensión progresiva sobre el tema. Da cuenta de las múltiples violencias de género, así como de las violencias a un click, que revelan la complejidad de patrones destructivos en los noviazgos. Se expone su multicausalidad hasta llegar al estudio empírico desarrollado con estudiantes universitarios cuyos resultados revelan un fuerte peso en elementos psicológicos como es la autoestima.

El cierre de la obra no es menos interesante, porque apunta a lo que desde hace varios años el ámbito de la salud ha señalado con sólidas razones, la prevención. Resulta vital el desarrollo de talleres en los que participen los estudiantes universitarios de ambos sexos-géneros, para dotarles de conocimiento y herramientas suficientes de identificación sobre interacciones violentas en el noviazgo, para así romper el estereotipo de mujer víctima y varón victimario.

Por último, felicito a mis colegas, autores de esta obra que en su composición integraron un equipo de trabajo sensible, comprometido y propositivo para dar visibilidad a la realidad que muchos jóvenes están viviendo en sus relaciones más significativas entre pares, el noviazgo.