En las altas cumbres de la cordillera de los Andes habita uno de los felinos más amenazados y menos conocidos del mundo: el gato andino. Investigadores de Perú, Chile, Bolivia y Argentina han unido fuerzas para estudiarlo y conservarlo. Además de soportar condiciones extremas en su búsqueda, los biólogos afrontan otro problema: son tan esquivos que muy pocos han visto uno frente a frente.
En los rincones más extremos y elevados de América del Sur hay un animal tan reservado y esquivo que es conocido como el “fantasma de los Andes”. Con un pelaje agrisado, salpicado por manchas café rojizo o amarillento, y su cola larga y gruesa, casi cilíndrica, este felino circula sigilosamente por las rocosas y empinadas pendientes de la cordillera andina con gran agilidad.
Se trata del gato andino (Leopardus jacobita), uno de los felinos más amenazados y menos conocidos del mundo. Algo más grande que el gato doméstico, este misterioso animal salvaje habita en las regiones frías y áridas de los altos Andes de Perú, Bolivia, Chile y Argentina. Se ha adaptado a su hábitat de tal forma que se ha vuelto prácticamente invisible. De hecho, muy pocos investigadores lo han visto cara a cara. Y aun así, lo estudian con fervor para protegerlo de las amenazas que año tras año lo arrinconan al abismo de la extinción.
Sentí que estaba ante la presencia de un ser vivo muy particular. Para mí representa el alma de los Andes
“Si no hacíamos nada no sé qué hubiera pasado con el gato andino”, dice la bióloga Rocío Palacios, directora ejecutiva de esta red multinacional e interdisciplinaria. “Estaba desapareciendo como agua entre las manos, no es una especie fácil con la que trabajar. Es difícil hacer observaciones directas. En este momento, toda la información que se conoce sobre esta especie es gracias a nuestras investigaciones”.
Gato andino. / Alianza Gato Andino
Escondidos en las montañas
En todo el mundo, hay 33 especies de pequeños felinos silvestres. Entre ellos, el gato de cabeza plana (Prionailurus planiceps) que habita en la península de Malaca y en Sumatra; el gato de Borneo (Catopuma badia); el margay (Leopardus wiedii) en México y partes de Brasil. Además de su rareza, comparten ciertos rasgos: son cazadores solitarios y notoriamente difíciles de estudiar. Asimismo, todas estas especies suelen ser socialmente eclipsadas por sus primos, los grandes felinos como el león, el tigre, el jaguar, el puma, el lince y el guepardo.
Si no hacíamos nada no sé qué hubiera pasado con el gato andino. Estaba desapareciendo como agua entre las manos, no es una especie fácil con la que trabajar. Es difícil hacer observaciones directas
Pino Charaja, añade: “Recientemente acabo de regresar de buscar gatos andinos en el sur de Puno, una de las ciudades más altas del Perú ubicada a 3800 metros de altura, junto al Lago Titicaca. Usamos unas 40 cámaras trampas y en 4 días caminamos más de 170 km. El trabajo es arduo: he estado en lugares donde hay gato andino aquí en Perú que llegan a -21 °C. La radiación solar puede llegar a ser muy fuerte y no encuentras agua en abundancia”.
A través del trampeo fotográfico se ha obtenido gran parte de la información reciente. Hoy se sabe que su distribución no es homogénea sino que está asociada a lugares con una alta cantidad de rocas, donde se encuentra la vizcacha de montaña o Chinchillón, un roedor del tamaño de un conejo, principal componente de su dieta. “Las poblaciones de gato andino a lo largo de los cuatro países es ‘parchosa’, es decir, no es continua”, agrega el biólogo boliviano Juan Carlos Huaranca.
Las cámaras trampa también han permitido saber que gran parte de la actividad del gato andino la desarrolla en horas de la noche. Por lo general, suele dar a luz de dos o tres cachorros dentro de grietas u hoyos de las piedras. Alcanza su madurez sexual a los 2 años y llega a pesar hasta 6 kg. Por otra parte, su esperanza de vida en hábitat salvaje rondaría los 9 años, aunque no se sabe con precisión. Las últimas estimaciones realizadas por los biólogos Juan Reppucci y Cintia Tellaeche indican que no habría más de 1400 individuos.
Sus poblaciones tienen una baja diversidad genética que esto puede ser otro problema de conservación
Como detectives, los investigadores de la alianza buscan señales y huellas en el terreno para deducir los comportamientos de estos gatos. Cada indicio de su presencia es un tesoro inigualable. En sus salidas de campo se inmiscuyen, por ejemplo, en las letrinas donde estos pequeños felinos defecan para marcar su territorio. Con estas heces, pueden realizar análisis genéticos y conocer más sobre sus enfermedades y su evolución. “Sus poblaciones tienen una baja diversidad genética que esto puede ser otro problema de conservación”, indica Lucherini, investigador además del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (Conicet).
En 2016, la bióloga Rocío Palacios al fin pudo ver frente a frente a un gato andino. Se trataba de «Jacobo», hallado cerca de un campo de fútbol en Bolivia. / Alianza Gato Andino
Una visita inesperada
Durante el mediodía del 11 de marzo de 2016, un extraño visitante apareció de repente en el medio de un campo sintético de fútbol en Patacamaya, un pequeño pueblo en el altiplano boliviano a unos cien kilómetros de La Paz. Nadie entiende cómo, pero hasta allí había llegado un gato andino. Sin saber qué hacer, las personas que se encontraban en el lugar colocaron al animal en una jaula y se lo entregaron a las autoridades, que decidieron enviarlo al zoológico municipal Vesty Pakos en la capital boliviana. Allí recibió atención médica y un nombre: ‘Jacobo’.
Fue una oportunidad única para los científicos y no la desaprovecharon. Los veterinarios del establecimiento y los voluntarios de la Alianza Gato Andino armaron un recinto especial para él, lo alimentaron, le tomaron radiografías y realizaron una batería de exámenes. “Antes de Jacobo, ni siquiera conocíamos la composición de la sangre de estos animales”, cuenta Palacios, quien al fin pudo estar ante la presencia de este extraño animal, tan especial para ella.
La tecnología de rastreo no está muy desarrollada para gatos pequeños
Control del seguimiento del gato andino. / Alianza Gato Andino
Hasta entonces, solo se les habían colocado rastreadores con GPS a cinco gatos andinos. El primero en Bolivia a un animal llamado ‘Sombrita’, que seis meses después aparecería muerto a manos una persona de la zona. Más tarde, se colocaron cuatro en Argentina pero, o bien a los animales se les cayeron demasiado rápido, o dejaron de funcionar.
Jacobo volvió a su hábitat natural en el Parque Nacional Sajama, que se extiende por Bolivia y por Chile. La bióloga boliviana Lillian Villalba, una de las cofundadoras de la Alianza Gato Andino, logró rastrear sus movimientos todos los días durante casi un mes, hasta que la señal del radiocollar se perdió para siempre.
“A la gente debería importarle no solo el gato andino, sino también cada animal, planta, hongo y elemento de los ecosistemas del planeta. Todos son igualmente importantes, cumplen un rol relevante no solo dentro de su ecosistema sino también para el bienestar humano”, asegura el naturalista Nicolás Lago, coordinador en Chile de la Alianza Gato Andino. “Nuestro bienestar depende de que podamos vivir en armonía con el medio silvestre que nos rodea y para esto es importante que ayudemos a protegerlo”.
Tras cinco meses de rehabilitación, el gato andino “Jacobo” fue liberado con un radio-collar con el que los científicos pudieron seguir sus movimientos. / Alianza Gato Andino.
De figura sagrada a especie amenazada
Hoy esta especie es desconocida por la gran mayoría de la población. Pero para las culturas prehispánicas con las que coexistió durante siglos —como las Quechua y la Aymara— era sagrada. Conocido como Qoa, Chuqui chinchay (deidad del agua) y Awatiri mallku (“pastor o cuidador sobrenatural de los animales”), el gato andino era considerado cuidador de los cerros de la alta montaña. Fue, según la antropóloga peruana Ana María Gálvez, el animal de poder en el mundo andino.
Además de aparecer en petroglifos y en miles de piezas arqueológicas, su figura forma parte de narraciones locales como la del mito del Qhoa, el cual habla sobre un felino volador capaz de traer las lluvias al altiplano.
También se vinculó a esta especie con la abundancia, la fertilidad del ganado lanar andino y producción agrícola de la tierra. En el pasado, las familias tenían la tradición de cazar a unos pocos individuos y embalsamarlos. La piel se adornaba con hojas de coca, maíz y lanas de colores y se lo colgaba en el techo.
En la actualidad, la mayor amenaza que afronta este animal es la pérdida de su hábitat ocasionada por las industrias extractivas como la minería. Las canteras y el fracking (o fracturación hidráulica) consumen cantidades masivas de agua. “Nuestras predicciones indican que las áreas climáticamente adecuadas para los gatos andinos podrían contraerse hasta en un 30 % para 2080 en el escenario más pesimista”, concluyó un estudio publicado en 2017.
En la actualidad, la mayor amenaza que afronta este animal es la pérdida de su hábitat ocasionada por las industrias extractivas como la minería. Las canteras y el fracking (o fracturación hidráulica) consumen cantidades masivas de agua
A poco más de 20 años de la conformación de esta alianza de investigadores, hay aún mucho que no se sabe sobre este gato, símbolo de la región y declarado Monumento Natural por la provincia argentina de Jujuy en abril de 2022. Por ejemplo, se desconoce el estado de las poblaciones, su biología reproductiva, patrones de actividad y comportamiento o el tiempo de crianza.
Además de llenar los grandes vacíos en el conocimiento de esta especie, el principal desafío que afronta esta alianza de especialistas, sin embargo, consiste en lograr despertar la preocupación de las comunidades e impulsar su conservación. Por ejemplo, para ello el conservacionista chileno especializado en felinos Rodrigo Villalobos y el realizador audiovisual Andrés Cid produjeron el corto documental “Buscando al Gato Andino” (2019), tras 15 años de buscar el lugar perfecto para filmarlo.
Las principales amenazas para el gato andino son la alteración y pérdida de hábitat provocada por la minería y la caza. / Cristian Sepúlveda, AGA