Escritora, activista social, defensora de la igualdad entre hombres y mujeres y vicecanciller de la Universidad Nacional de Malasia, Sharifah Hapsah S.H. Shahabudin se complace en citar la frase de Einstein: “No todo lo que cuenta puede contarse”. Entre sus aportes figura la elaboración del marco de garantía de calidad para todos los títulos de Malasia. EduInfo conversó con la profesora Hapsah con motivo de la celebración del Foro Mundial de la UNESCO “Las clasificaciones y la rendición de cuentas en la educación superior: Usos válidos y espurios” (UNESCO, París, 16-17 de mayo 2011).
¿Dónde empezó esta obsesión con las clasificaciones?
Al parecer, el impulso inicial provino de un informe en el que el gobierno británico recomendaba la creación de criterios internacionales de referencia para medir la calidad de las universidades del Reino Unido en comparación con las estadounidenses. El proceso tiene ahora carácter mundial. Pero muy pocos índices de calidad de la educación superior pueden traducirse de manera fidedigna de un país a otro.
¿En su opinión, cuál es la piedra de toque de una universidad?
Yo diría que es la manera en que la institución anticipa y dirige los cambios de modo permanente, mediante innovaciones que generan valores añadidos y ofrecen dividendos sociales, medioambientales y económicos a la universidad, la nación y la región.
¿En teoría, que deberían medir esos indicadores?
Deberían evaluar la repercusión de la universidad sobre la innovación empresarial, la promoción sociocultural y el desarrollo medioambiental de una región. Pero esos índices todavía deben elaborarse y perfeccionarse. Como Einstein afirmó en una ocasión: “No todo lo que cuenta puede contarse”. ¡Tampoco todo lo que puede contarse cuenta en realidad!
¿Cómo operan actualmente los criterios mundiales de clasificación?
Los métodos actuales ofrecen una instantánea de la institución, basada en mediciones simples: se escogen dos datos cualitativos (un examen realizado por los empleados y otros por los homólogos) junto con cuatro datos cuantitativos, a fin de establecer una jerarquía en materia de enseñanza, repercusión de la investigación y prestigio internacional. Quienes más influyen son las personas situadas en mejor posición para evaluar a los profesores. De todo el proceso se deriva una cifra única, para determinar la posición de la institución en comparación con las demás, en lo tocante a sus diversos aspectos cualitativos.
Pese a todas las críticas de que han sido objeto, las clasificaciones universitarias a escala mundial siguen considerándose un criterio internacional que permite comparar la valía de las instituciones.
¿Deben usarse esas clasificaciones para ayudar a formular las políticas educativas y asignar recursos?
Sí, pero sólo si se usan para ayudar a asignar recursos con miras al aumento de capacidad (por ejemplo, asignando financiación suficiente para la investigación y la enseñanza), o para formular políticas que propicien más autonomía institucional y libertad de cátedra, o para reestructurar la educación superior a fin de que la economía nacional llegue a ser más competitiva en la economía mundializada. En esos casos, la clasificación opera como una valiosa herramienta que impulsa la consecución de la excelencia.
El gobierno de Malasia creó un Programa Acelerado para la Excelencia, también denominado Universidad APEX, además de las universidades especializadas en investigación que ya existían en el país. Las autoridades no estaban interesadas en una universidad “estelar”, sino en una institución que tuviera el potencial y la disposición para realizar transformaciones y gestionar los cambios.
¿La imagen que la gente tiene de las clasificaciones constituye un problema?
Las expectativas de la opinión pública son grandes y la gente espera que se obtengan resultados rápidos en cuanto a ascender en las clasificaciones. La gente, en particular la clase política, no comprende la índole de esas clasificaciones y las equiparan con los criterios de la universidad o con su valor. Esto plantea un verdadero problema cuando se trata de prever el potencial de actuación de una entidad tan compleja y cuyo funcionamiento requiere tanto tiempo, pero que al mismo tiempo usa una escala unidimensional para medir sus resultados. De modo que la obtención de un puesto inferior en la clasificación se interpreta como una mengua de sus criterios académicos y un despilfarro de recursos, y los grupos políticos de oposición suelen aprovechar la oportunidad para criticar acerbamente al gobierno y a las universidades.
¿Es posible aplicar las clasificaciones para determinar qué instituciones son las mejores?
No, porque las universidades deberían ser evaluadas por su capacidad de satisfacer sus objetivos institucionales y los de la financiación gubernamental. Incluso dentro de un mismo país, las universidades tienen misiones diferentes. En nuestra universidad nacional, la UKM, nuestra labor no se limita a producir dirigentes, obtener resultados en las investigaciones y promover la ciencia que se espera de una institución de rango mundial, sino que también consiste en contribuir a la forja de la nación y la promoción del malayo como idioma de las ciencias, todo ello en consonancia con el mandato de la institución, en tanto que universidad nacional.
Las clasificaciones no constituyen una medida de la valía real de una universidad. No tienen en cuenta las necesidades de los estudiantes que buscan información específica que les ayude a escoger una institución. Además, los valores que una universidad inculca no tienen traducción en los índices clasificatorios y no pueden medirse con criterios sencillos, como la proporción de alumnos por cada profesor. La calidad de la enseñanza debe medirse en función de la experiencia de aprendizaje de los estudiantes.
¿Qué opina usted de la selección de indicadores?
Ese es un debate sin fin. ¿Por qué usar el criterio de los empleados, cuando las universidades insisten ahora en que el autoempleo es un baremo para medir el éxito de sus graduados? Además, tomar como indicador el número de estudiantes internacionales coloca en desventaja a las universidades de numerosos países en desarrollo que tienen que satisfacer la demanda local de enseñanza.
Las evaluaciones dependen en gran medida del criterio de los homólogos y las encuestas de los reclutadores, que conforman el 50 por ciento de la puntuación. Ahora sabemos que esos juicios están sujetos a la influencia de múltiples factores, tales como la tradición, que dan ventaja a las instituciones más antiguas. Las universidades que ocupan los primeros lugares de las clasificaciones tienen, en promedio, 200 años de antigüedad, cuentan con unos 2500 miembros en sus facultades y cerca de 24.000 alumnos, son sumamente selectivas y por eso atraen y retienen a los mejores profesores, disponen de donativos que rozan los 1.000 millones de dólares y de presupuestos anuales de unos 2.000 millones de dólares.
¿Le preocupa el interés comercial de las clasificaciones?
Sí, en particular la tendencia de las universidades a “jugar el juego” de la clasificación. En fecha reciente se supo que algunos profesores “expertos”, que las entidades de clasificación contratan para realizar las evaluaciones, habían recibido “incentivos” de determinadas universidades ansiosas por obtener escaños más altos en la jerarquía. En la premura por realzar su prestigio internacional, algunas universidades buscan a profesores y alumnos de otros países, sin parar mientes en sus competencias. Ese enfoque no sólo es miope y contraproducente para el aumento de capacidades institucionales, sino que además puede poner en peligro el desarrollo de una auténtica cultura académica y la misión misma de la universidad.
En resumen, usted sigue creyendo que las clasificaciones internacionales aportan elementos útiles….
Sí, pero serían aún más provechosas si la metodología de evaluación tomara en cuenta a las universidades en un nivel contextual más profundo. Ese enfoque permitiría planificar prospectivamente con miras a los cambios institucionales, a fin de velar por la mejora genuina y duradera de la calidad. El valor de una universidad es superior a los criterios aplicados para clasificarla.
12.05.2011 –
Foto: © Sharifah H. Syed H. Shahabudin.
Fuente: UNESCO